lunes, 15 de agosto de 2016

Nº 18 El camino de la vida: Vivir de verdad: La simpatía (I)


Nº 18 por Alfonso González, médico de familia

VIVIR DE VERDAD: LA SIMPATÍA (I)

Vamos a intentar comenzar una serie de capítulos dedicados a mostrar como en las sencillas actitudes de la vida ordinaria se descubre la belleza que alberga un corazón que ama. Son cuestiones que en muchas ocasiones pasan desapercibidas, pero que nos muestras la grandeza de la sencillez de las almas generosas y llenas de Amor de Dios. 

Y empezamos hablando de un rasgo entrañable, que cuando lo encontramos en una persona nos fascina, porque con una naturalidad sobrenatural nos hace ligero el peregrinar por esta vida. Se trata de la simpatía. 

Podríamos decir, que la simpatía es la habilidad para coincidir, para sentir al mismo ritmo que el prójimo, para acompasar a su marcha nuestro paso por la vida


Coincidir es lo mismo que venir a caer juntos en una misma opinión. Acompasar es una condición más estable, es la actitud del caminante que acelera su paso o lo retarda para no dejar solo al caminante que recorre su mismo camino en la vida a su lado. Y luego está sintonizar que es evitar los tonos discordantes y buscar la armonía mientras sea posible. 

Vamos con un ejemplo clásico a mostrar cómo vivir la simpatía es verdadero síntoma de almas grandes. 

Todos conocemos lo que supone sintonizar un aparato de radio, es buscar la emisora, buscar esa melodía, ese programa que nos interesa. 

Todo empieza aquí, sacar de sitio la aguja de nuestro egoísmo, acostumbrada con exceso a quedarse en un rincón relamiéndose en su propio interés. No es otra cosa en inicio que mover el corazón para buscar los intereses de los otros, y no por afán de curiosidad, sino para recoger el tono de alegría o tristeza, de gozo o dolor que los corazones emiten. 

Buscar fuera de nosotros, mover el corazón, sacarlo de su rincón cobarde de egoísmo, aprender a ceder en todo lo posible a los ojos de Dios, acompañar al prójimo que siempre intenta mostrar su inquietud o dicha... hasta llegar a sentir con ellos, este es el inicio de la simpatía, que si lo vemos se resume en la actitud de San Pablo: "me hago todo a todos para salvar a duras penas a algunos". 

Y lo primero de lo que nos damos cuenta es que la simpatía implica salir del propio interés, no creer que la vida empieza y termina en nosotros. Hay mucha gente que ni siquiera da este primer paso, y es la mayor desgracia que le puede pasar a un corazón, porque lo aplasta de tedio. Mientras el alma no entienda que hay más mundo a demás de nosotros mismos, no podrá ni atisbar la dicha de vivir desde el amor. 

La simpatía no es para espíritus mezquinos, para los que, como los topos prefieren siempre la oscuridad de su hoyo, sin luz ni horizontes. No hay simpatía en los corazones llenos de egoísmo. 

Y además de ese salir fuera de nosotros cúal podríamos decir que es la esencia de la simpatía? 

Saber escuchar en paz, demostrando verdadero interés por lo que los otros nos dicen. Cada persona, todas tienen mucho que decir, porque cada vida es un misterio y una aventura. 

Saber escuchar que es ciertamente un gran remedio para las almas y uno de los mejores servicios que podemos brindar a los demás. Cuántas personas volverían a recuperar ese ánimo y alegría de vivir cuando se abrieran al sincero interés por los demás. 

Pero todavía habría un paso más, que sería imposible sin la nobleza de corazón, que exige no sólo el olvido de sí mismo, sino la generosidad para tomar como propios los intereses de los demás, y llegar a sentir como el propio corazón se despezada con el sufrimiento ajeno, y salta de gozo con las legítimas alegrías. Y todo ello sin esperar nada a cambio, sólo confiando que las personas lleguen a la plenitud de vida que Dios les ha destinado. Es condición para obtener la dicha, darla y darla sin pasar factura, sin arrugar o fruncir el ceño, ni ensombrecerse de tristeza cuando se palpan los egoísmo a ajenos y su formidable ingratitud

Así se vive vibrante y gozosa la simpatía que no es otra que el arte de por Amor a Dios hacerse todo a todos, para a duras penas salvar a algunos

"El hombre más feliz, más dichoso, el más grande, el más semejante a Dios, es aquel que ha añadido una alegría única y verdadera al capital de la felicidad que disfruta el mundo". El hombre más dichoso es el que llena cada instante del Amor de Dios.

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