lunes, 14 de diciembre de 2015

Nº 3 El rincón de la vida: La anticoncepción, negación del amor conyugal.


LA ANTICONCEPCIÓN: 
NEGACIÓN DEL AMOR CONYUGAL

La verdadera naturaleza y nobleza del amor conyugal se revelan cuando Éste es considerado en su fuente suprema, Dios, que es Amor, "el Padre de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra".

«La verdadera naturaleza y nobleza del amor conyugal se revelan cuando éste es considerado en su fuente suprema, Dios, que “es Amor”(1 Jn 4), "el Padre de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra" (Ef 3,15)».

«El matrimonio (…) es una sabia institución del Creador para realizar en la humanidad su designio de amor. Los esposos mediante la recíproca donación personal, propia y exclusiva de ellos, tienden a la comunión de sus seres en orden a un mutuo perfeccionamiento personal, para colaborar con Dios en la generación y en la educación de nuevas vidas1


«La unión de los esposos y la transmisión de la vida implican una sola realidad en el dinamismo del amor, no dos, y por ello no son separables, como si se pudiera elegir una u otra sin que el significado del amor conyugal quedase alterado. Ambas están dentro de la comunión de vida y amor esponsal que es la vocación de los cónyuges2
«Por la unión de los esposos se realiza el doble fin del matrimonio: el bien de los esposos y la transmisión de la vida. No se pueden separar estas dos significaciones o valores del matrimonio sin alterar la vida espiritual de los cónyuges ni comprometer los bienes del matrimonio y el porvenir de la familia3

Dios, en su infinita bondad, ha querido hacer a los esposos colaboradores de su acción creadora; es un gozo enorme para el hombre a la vez que una seria responsabilidad. Uno de los grandes males que acechan a la naturaleza del acto conyugal es recurrir a la utilización de métodos anticonceptivos para evitar una nueva vida. Todo acto sexual debe conservar íntegros sus dos fines: unitivo y procreativo. La Iglesia en numerosas ocasiones ha insistido en esto: 

«Existe una inseparable conexión (…) entre los dos significados del acto conyugal: El significado unitivo y el significado procreador. Efectivamente, el acto conyugal, por su íntima estructura, mientras une profundamente a los esposos, los hace aptos para la generación de nuevas vidas, según las leyes inscritas en el ser mismo del hombre y de la mujer. Salvaguardando ambos aspectos esenciales, unitivo y procreador, el acto conyugal conserva íntegro el sentido de amor mutuo y verdadero y su ordenación a la altísima vocación del hombre a la paternidad.4 » 


«Cuando mediante la anticoncepción, los esposos privan al ejercicio de su sexualidad conyugal de su potencial capacidad procreadora, se están atribuyendo un poder que pertenece a Dios: el poder de decidir en última instancia la venida a la existencia de una persona humana. Se atribuyen la calificación de ser, no cooperadores del poder creador de Dios, sino los depositarios últimos de la fuente de la vida humana5

Sin embargo de lo dicho anteriormente no debe entenderse que todo acto conyugal deba tener como consecuencia una nueva vida, sino que el matrimonio, a la luz de lo que Dios espera de ellos, ejercerá su paternidad de forma responsable y generosa. Dios ha querido que la mujer no fuese fértil nada más que unos pocos días cada mes, así que cuando es necesario distanciar o evitar los nacimientos se puede recurrir a estos periodos infecundos. «Si para espaciar los nacimientos existen serios motivos (…), la Iglesia enseña que entonces es lícito tener en cuenta los ritmos naturales inmamentes a las funciones generadoras para usar del matrimonio sólo en los periodos infecundos, y así regular la natalidad sin ofender los principios morales que acabamos de recordar6. » 

Una de las objeciones que se suelen encontrar en este tema es el hecho de que tanto por los métodos naturales como por la anticoncepción artificial se puede lograr el mismo fin lícito de espaciar los nacimientos cuando es necesario. La Iglesia, como Madre y Maestra no puede dejar de iluminarnos: «La Iglesia es coherente consigo misma cuando juzga lícito el recurso a los periodos infecundos, mientras que condena ilícito el uso de medios directamente contrarios a la fecundación, aunque se haga por razones aparentemente honestas y serias. En realidad entre ambos casos existe una diferencia esencial: en el primero los cónyuges se sirven de una disposición natural; en el segundo impiden el desarrollo de los procesos naturales. (…) Sólamente en el primer caso renuncian conscientemente al uso del matrimonio en los periodos fecundos (…) y hacen uso después en los periodos agenésicos para manifestarse el afecto y para salvaguardar la mutua fidelidad. Obrando así, ellos dan prueba de amor verdadero e integralmente honesto6.» Hablando también de la diferencia entre la continencia periódica y la anticoncepción artificial, Juan Pablo II escribirá: «Se trata de una diferencia bastante más amplia y profunda de lo que habitualmente se cree, y que implica, en resumidas cuentas, dos concepciones de la persona y de la sexualidad humana, irreconciliables entre sí7


«El anticoncepcionismo artificial refleja, a menudo, un planteamiento utilitarista de la sexualidad humana, que lleva fácilmente a separar sus aspectos físicos del contexto pleno del amor conyugal como compromiso, fidelidad recíproca, responsabilidad y apertura al misterio de la vida. Por otra parte, el estilo de vida que deriva del ejercicio de la continencia periódica lleva a los cónyuges a profundizar su conocimiento recíproco y a alcanzar una armonía del cuerpo, de la mente y del espíritu que los fortalece y los alienta en su ruta común a través de la vida. Ese estilo se caracteriza por un diálogo constante y enriquecido por la ternura y el afecto que constituyen el núcleo de la sexualidad humana8.»

La Iglesia, consciente de la grandeza de estas verdades no duda a la hora de defenderlas y anima a los matrimonios cristianos a hacerlas vida pese a las dificultades que puedan encontrar. En el vigésimo aniversario de la Encíclica Humanae vitae , Juan Pablo II en el IV Congreso Internacional de la Familia proclamaba: «Como ante cualquier valor ético, también ante el amor conyugal el hombre tiene una grave responsabilidad. Los primeros responsables de su amor conyugal son los cónyuges, en el sentido en que están llamados a vivirlo en toda su verdad. La Iglesia los ayuda en su empeño iluminando sus conciencias y asegurándoles, con los Sacramentos, la fuerza que la voluntad necesita para elegir el bien y evitar el mal9.»

Fuentes:
1 Pablo VI, Carta Encíclica Humanae vitae n. 8
2 Conferencia Episcopal Española, Instrucción Pastoral La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad, n.66
3 Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2363
4 Pablo VI, Carta Encíclica Humanae vitae, n. 12
5 Juan Pablo II, Discurso a los sacerdotes participantes en un seminario de estudio sobre la paternidad responsable.
6 Pablo VI, Carta Encíclica Humanae vitae, n. 16
7 Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Familiaris consortio, n. 32
8 Juan Pablo II, Discurso a una reunión de expertos sobre la regulación natural de la fertilidad, 11-XII-1992
9 Juan Pablo II, Discurso dirigido a los participantes del IV Congreso Internacional sobre la familia, de África y Europa, con motivo del XX aniversario de la encíclica Humanae vitae.

(Merce Ruiz, Revista Kerygma  nº3)

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