La vida de Domingo Savio nos presenta un rasgo que raya en heroico y que apenas parece creíble en tan juvenil edad.
Dos de sus condiscípulos llegaron a pelearse muy peligrosamente; comenzó la disensión por unas palabras que mutuamente se dijeron, ofensivas para sus familias; a los insultos siguieron las villanías y, por fin, se desafiaron a hacer valer sus razones a pedradas.
Domingo llegó a descubrir aquella discordia, más ¿cómo podía impedirla, siendo los dos rivales mayores que él en fuerza y edad? Trató de persuadirles a que desistieran de su propósito, advirtiéndoles a ambos que la venganza es contraria a la razón y a la santa ley de Dios; escribió cartas a uno y a otro; los amenazó con referir el caso al profesor y a sus padres; pero en vano: estaban los ánimos de tal suerte exaltados, que desoían cualquier buen consejo. Además del peligro de causarse daño, ofendían gravemente a Dios. Domingo estaba sumamente intranquilo; deseaba evitar el mal y no sabía cómo; pero Dios le inspiró el medio. Los esperó al salir de la escuela, y así que pudo hablar aparte a cada uno, les dijo:
- Puesto que persistís en vuestro bárbaro empeño, os ruego que aceptéis al menos una condición.
- La aceptamos -respondieron- con tal que no impida el desafío.
- Es un bribón -replicó al punto uno de ellos.
- Yo no haré las paces –replicó el otro- hasta haberle abierto la cabeza.
Domingo temblaba al oír tan brutal altercado; con todo, deseando impedir mayores males, se contuvo y dijo:
- La condición que voy a poner no impedirá el desafío.
- ¿Cuál es?
- Quiero que ambos a dos fijéis vuestra mirada en este crucifijo y, arrojando luego una piedra contra mí, digáis en voz alta y clara estas palabras: “Jesucristo, inocente, murió perdonando a los que le crucificaron, y yo, pecador, quiero ofenderle y vengarme bárbaramente”.
Dicho esto, fue y se arrodilló ante el que se mostraba más enfurecido, diciéndole:
- Descarga sobre mí el primer golpe. Tírame una fuerte pedrada a la cabeza.
- No –contestó temblando-, jamás; yo no tengo nada contra ti; si alguien se atreviese a ultrajarte, yo te defendería.
El otro desconcertado también le dijo que era su amigo y no le haría daño alguno.
Domingo entonces púsose de pie y, con semblante severo y conmovido, conservando en alto el crucifijo, les dijo:
- ¿Cómo es que estáis los dos dispuestos a arrostrar un grave peligro a favor mío, aunque soy miserable criatura, y para salvar vuestras almas, que cuestan la sangre del Salvador, y a quien vais a perder con este pecado, no sabéis perdonaros un insulto y una injuria hecha en la escuela?
Ante este espectáculo de caridad y de valor, los dos compañeros se dieron por vencidos.
En otra ocasión, al volver de clase, oyó una vez a un hombre ya entrado en años proferir una horrible blasfemia. Domingo se estremeció y bendijo al Señor en su corazón. Muy comedido y respetuoso, acercóse al atrevido blasfemo y le preguntó si sabría indicarle dónde estaba el Oratorio de San Francisco de Sales. El otro, al ver aquel muchacho de semblante angelical, depuso su furor y le contestó:
- Muchacho, siento mucho no saberlo.
- ¡Ah! Y ya que no sabe esto, ¿no podría hacerme usted otro favor?
- ¿Cómo no? De mil amores.
Domingo, bajito para que otros no lo oyeran, le dijo:
- Usted me haría un gran favor si cuando se enfada se abstiene de blasfemar contra el santo nombre de Dios.
- ¡Muy bien, chico! –respondióle aquel hombre, lleno de estupor y admiración- Tienes mucha razón; es un vicio maldito que he de vencer a toda costa.
Ante una pregunta de un compañero indiscreto en una ocasión de que qué le importaba a él todo esto, Domingo respondió:
- Me importa, porque el alma de mis compañeros ha sido redimida con la sangre de Jesucristo; me importa, porque somos todos hermanos, y como tales debemos recíprocamente amar nuestras almas; me importa, porque Dios recomienda que nos ayudemos unos a otros a salvarnos; me importa, porque si llego a salvar un alma, aseguro la salvación de la mía.
(Fragmento de la Biografía de Domingo Savio, por San Juan Bosco).
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