viernes, 29 de abril de 2016

Entrevista con José María Contreras


José María Contreras ha dedicado su vida a las relaciones humanas. Cree que la comprensión del otro fomenta la comunicación y ésta el amor y el respeto entre las personas. Ser respetado y exigido, sintiéndose querido, es un camino seguro de felicidad. Ha impartido cientos de conferencias y cursos sobre relaciones humanas, desde el punto de vista directivo y familiar. 

1. ¿Qué es lo primero y más imprescindible que usted recomendaría a la hora de educar? ¿Aquello sin lo cual toda labor educativa sería un fracaso?

Lo primero, como usted me pide, es que los hijos se sientan queridos. No que nosotros los queramos, que eso se da por hecho, sino que ellos se sientan queridos. Que se den cuentan que son importantes para sus padres. Eso con mucha frecuencia no se da. Muchos jóvenes de nuestro tiempo no se sienten queridos por sus padres. Por lo que les dicen, por cómo les tratan, por lo poco que les exigen. Es muy frecuente. Esto sería un requisito previo a la hora de educar. Una condición necesaria, pero no suficiente. La puerta de entrada a toda educación, una vez que el cariño se da por supuesto, es la sobriedad. Una persona que no es sobria tiene muchas dificultades para aprender a querer, que es el fin de toda educación. Enseñar a nuestros hijos a querer.


El consumismo, el desear tener todos los sentidos satisfechos continuamente, impide al ser humano querer. Una persona que no sabe querer, como se ha dicho en este trabajo, es porque no está educada. Por eso, en las sociedades consumistas como la nuestra, hay menos estabilidad en los matrimonios y se vive menos la religión. Como sabemos tanto la religión como las relaciones de pareja exigen saber querer y ¡no se sabe!

Enseñemos a querer a nuestros hijos, es la única forma de que sean felices. Para eso atémosles cortos, que tengan un poco menos de lo que desean. ¡Merece la pena!
2. ¿Cómo puedo educar a mis hijos en la fe? ¿Cómo hacerlo para que sea eficaz lo que les digo?

El catolicismo es vida, por tanto, la mejor forma de transmitirlo es viviéndolo. Que vean sus hijos que vive lo que la Iglesia nos dice. Una de las primeras formas de aprendizaje es la imitación. Que noten que Dios influye en su vida, en su día a día. Con alegría. Sin quejarse. Una de las cosas que más daño hace a la hora de educar en la Fe es la queja. Como nos descuidemos, nos podemos pasar el día quejándonos. Con lo cual, con nuestros hechos, lo que les estamos diciendo es que no aceptamos lo que Dios quiere o permite para nosotros.

Que le vean leer el evangelio, dos minutos, tres minutos al día pero todos los días. Muchos cristianos son tremendamente tibios porque no han leído nunca el Evangelio. No me diga que no tiene tiempo. Hay que dar a conocer al verdadero Jesucristo, no una idea falsa de Él.


El Evangelio nos terminará dando una imagen real. No haga las cosas para que le vean sus hijos. Pero tampoco se esconda. Hágalo como las haría si usted viviese solo. Ellos terminaran notando su forma de vivir. Si lo hace para que le vean, se darán cuenta y, además de no ser educativo, pueden pensar que es una táctica. Después paciencia. La educación en la Fe exige constancia y paciencia por partes iguales. Lo importante es que usted viva de verdad como un cristiano y que le vean alegre. La trasmisión de la Fe se hace con alegría. Demostrando a los demás que merece la pena vivir así. Por último, celebrar las fiestas religiosas, explicando por qué lo hacen. Así que el domingo próximo postre especial en la comida.

3. ¿Cómo se educan hijos maduros? Se percibe mucha inmadurez en la sociedad actual, pero, ¿eso depende de los padres o es que el niño ha nacido así?

En casi todo lo que se refiere a la persona hay una influencia del ambiente, por tanto, en la madurez humana también. Esta influencia, positiva o negativa, puede ser reforzada o minimizada, si una persona recibe una buena educación.

Como ya hemos dicho anteriormente, la educación comienza cuando el niño se siente querido, no servido. Querido, e inmediatamente después, exigido. Dicen los filósofos que lo que más madura al hombre son las dificultades y el dolor. 

Como las dificultades van a llegar antes o después, la forma de entrenarse para la madurez será exigir que cada uno cumpla con su obligación. Cuando uno se esfuerza a mayor gloria suya, por ambición, lo cual pasa con frecuencia en el mundo de los negocios, de los deportes, de la TV, ese esfuerzo es muy probable que no madure. Sin embargo, cuando uno de forma eficaz, va haciendo lo que debe, aunque el cuerpo le pida lo contrario, esa persona está madurando. Ahí tenemos que estar los padres, en esa exigencia. Si lo hacemos así, cuando se tengan que cumplir compromisos que exijan esfuerzo, se cumplirán. Si la persona no ha sido educada de esta forma, ante el esfuerzo que exige los compromisos que han adquirido, huirán. Una persona que no sabe ir en contra de lo que le pide el cuerpo, no es fiable en sus compromisos personales. ¿Por qué? No ha sido educada. No es madura. Es un adolescente.

4. ¿Qué papel juega la autoridad en la educación?

La autoridad es necesaria para educar. Actualmente no se le está dando la importancia que requiere. A los hijos hay que ponerle límites y como consecuencia, hay que decirles cosas que le van a molestar. Hay que exigirles que las cumplan. Lógicamente, para eso, hay que tener autoridad. Generalizando, se puede decir que hay dos formas de tener autoridad una sería la que proviene del miedo. Porque lo digo yo, porque soy tu madre, por miedo al castigo, o cosas por el estilo. Esta autoridad, aparte de que dura poco, lo que hace es que los niños, en la medida en que van siendo mayores, nos vayan contando cada vez menos cosas para evitar el castigo o la pena de sus padres. No sirve para nada a la hora de educar a largo plazo. Puede ser útil en un momento puntual. Cuando los hijos no tienen edad para entender una situación determinada, quizás haya que actuar de esa manera. Pero en general, no sirve para mucho. A largo plazo, para nada.


La que sirve educativamente es la autoridad en la cual uno es referencia para los hijos. Ellos ven la personalidad de sus padres, saben porque hacen las cosas, y ven que son constantes en sus creencias y sus obras. Es decir, para tener autoridad ante los hijos, hay que tener unos valores. Tener una respuesta a la pregunta, ¿Yo que valores tengo? ¿Yo para que vivo? Sin unos valores morales, es muy difícil educar. Se puede dar instrucción o enseñarles urbanidad, pero estamos hablando de educación. Por tanto, lo primero que usted se tiene que preguntar es acerca de los valores que mueven su vida. Una vez que esto se tenga claro, hay procurar vivir de acuerdo a esos valores. Cuando hace sol y cuando llueve, cuando las cosas van bien y cuando va menos bien. Si usted hace esto, tendrá personalidad y, por tanto, tendrá autoridad. También convendría recordar que para educar en valores no hay que imponerlos, sino proponerlos, fundamentalmente con nuestra vida. Sus hijos verán que su vida es coherente. Usted estará proponiendo que vivan unos valores, algunas veces con su ejemplo, otras de palabra. Cuando son pequeños más veces de palabra, a medida que van creciendo, más con el ejemplo. Proponiendo, no imponiendo. Respetando la libertad siempre, pero mostrando el ejemplo de su vida. Todo esto en medio de una alegría de fondo. Nosotros los educadores y, especialmente, los que somos padres, tenemos la obligación de hacer atractiva la virtud. Para eso vivirla con alegría. Así estará usted educando en valores con autoridad, y su influencia en la vida de sus hijos será efectiva y positiva. ¡Animo!

5. ¿Qué opina sobre motivar a los niños a través de los regalos?

La palabra motivación viene a significar aquello que mueve al hombre, proviene de la palabra latina “motivus” que se puede traducir por valor. Por tanto, al hablar de motivación, estamos hablando de los valores que mueven a las personas a hacer cosas. Estos pueden ser: externos, internos y transcendentes. Dentro de los externos es donde se encuentran los regalos. Son los que menos mueven al ser humano. Siguen la ley de los rendimientos decrecientes. Cada vez hay que dar más, para obtener la misma satisfacción. Como se ha dicho, son los menos eficaces a la hora de “tirar hacia arriba” de las personas. Las motivaciones internas son aquellas que me producen a mí una satisfacción personal porque me gusta aprender o porque sé que agrado a mis padres. Por tanto, el crear aficiones en los hijos, como se ve, es mucho más motivante para ellos que darles regalos. La motivación será más duradera y se puede retroalimentar sola. Siempre se puede saber más, agradar más. Igual que las externas podemos decir que se movían en el campo del tener, de estas podemos decir que se mueven en el del saber. Por último, las motivaciones transcendentes, son las que hacen que el ser humano se sienta satisfecho porque se da a los demás. Son aquellas hacia las que tienden las personas que son educadas. No olvidemos que, en el fondo, educar es enseñar a querer a una persona. Una persona que no sepa querer se puede afirmar, con toda seguridad, que no está educada. Estas son las que de verdad tiran del ser humano.

Lo que acabo de decir se puede comprobar. No se conoce a nadie al que le hayan dicho: Te doy un millón de euros y luego te mato y que haya aceptado. Tampoco por saber: Te enseño tal cosa y luego te mato. No son motivaciones suficientemente fuertes como para que una persona dé la vida. En cambio, muchos millones de personas han dedicado su vida a ayudar a los demás, sabiendo de antemano que, probablemente, la iban a perder.

Y es que los regalos sirven para poco, y además, fomentan el consumismo. Hay que procurar tirar para arriba de las personas en el terreno del saber o del querer. Es muy bueno, en el campo de los regalos, hacer las cosas con sentido común. Del que por cierto, nuestra sociedad no anda muy sobrada.

En resumen, la falta de sobriedad y los caprichos con los hijos hacen que estos sean menos capaces de decir no a cosas o situaciones que les pueden gustar o ser atractivas, pero que objetivamente, no les convienen. Dicho de otra forma, entre los caprichosos están las personas que peor saben utilizar su libertad, los que menos dominio tienen de sí mismos, y los que peor manejan situaciones difíciles en el terreno de los sentimientos. Por tanto, son personas menos fieles que aquellos que poseen un dominio mayor sobre ellos mismos. Son menos capaces de amar, porque el amor exige, en muchas ocasiones, sacrificio. Al no haber sido educados en el esfuerzo, esta exigencia personal se hace muy difícil. Por lo que hemos dicho se deduce fácilmente que tienen menos posibilidades de ser felices. Pero son los padres los que tienen que decidir. ¡Animo!

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