El yihadismo no ha nacido por generación espontánea ni es un fenómeno meteorológico: tiene causas bien conocidas y perfectamente estudiadas, y sus fuentes principales son el islam y la singular circunstancia de la cultura musulmana. Sin embargo, todos nuestros políticos se obstinan en trazar una línea artificial que separe ambas cosas, como si el terrorismo islamista y el islam carecieran de relación entre sí.
La ola de “refugiados” que ha azotado a Europa en los últimos meses ha sido aprovechada por las redes terroristas para introducir elementos capaces de matar a gran escala. Lo advirtió el cardenal Cañizares (y fue injuriado por ello), la policía europea, todos los gobiernos lo saben (también los medios de comunicación) y lo que ha pasado en París es una muestra palpable de ello.
Todo esto hace que, lo queramos reconocer o no, estemos metidos en una guerra contra el terrorismo yihadista que no hemos provocado nosotros pero que de ella depende el futuro y la libertad de occidente. Aunque sin dejar de medir bien nuestras acciones pues, como dice el obispo de San Sebastián, "La realidad no es en blanco y negro: ni xenofobia hacia los inmigrantes, ni dejación ante la amenaza yihadista".
Por otro lado, es lógico que en estos momentos de dolor tras los atentados de París se genere una corriente de simpatía hacia Francia, y es lógico que los franceses exhiban con orgullo sus símbolos nacionales en un momento en el que han sido duramente golpeados por el terrorismo.
Los únicos responsables del terror son los que blasfeman al invocar el nombre de Dios utilizando la violencia. Pero el buen espíritu francés y europeo debe saber también reconocer los errores. Francia ha desarrollado un modelo de integración que no ha funcionado. Es un modelo que ofrece como referencia para la vida en común los valores forzosamente laicos de la República, de modo que se han privatizado hasta el extremo las propuestas de sentido y las experiencias religiosas.
Al final solo quedan el individualismo y la soledad, y de este modo los jóvenes que viven en las periferias no encuentran más que abstracciones y una cultura del consumo. El Arzobispo de París, cardenal André Vingt-Trois, ha dicho que estos trágicos acontecimientos deben hacer revisar cuál es el contenido real de los llamados “valores de la República”, con frecuencia invocados de un modo genérico y abstracto. Francia, como toda Europa, necesita generar una propuesta que sea una verdadera alternativa cultural y espiritual al nihilismo; y esa propuesta es Jesucristo.
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