Epístola de Bernabé, 1-20
Dos caminos hay de doctrina y de poder: el de la luz y el de
las tinieblas. Pero grande es la diferencia entre los dos caminos, pues sobre
uno están establecidos los ángeles de Dios, portadores de luz, y sobre el otro,
los ángeles de Satanás. Uno es Señor desde siempre y por siempre, y el otro es
el príncipe del tiempo presente de la iniquidad.
El camino de la luz es éste. Si alguno quiere seguir su
camino hacia el lugar fijado, apresúrese por medio de sus obras. Ahora bien, el
conocimiento que nos ha sido dado para caminar en él es el siguiente:
Amarás al que te creó, temerás al que te formo, glorificarás
al que te redimió de la muerte. Serás sencillo de corazón y rico de espíritu.
No te juntarás con los que andan por el camino de la muerte, aborrecerás todo
lo que no es agradable a Dios, odiarás toda hipocresía, no abandonarás los
mandamientos del Señor.
No te exaltarás a ti mismo, sino que serás humilde en todo.
No te arrogarás gloria para ti mismo. No tomarás determinaciones malas contra
tu prójimo, ni infundirás a tu alma temeridad.
No fornicarás, no cometerás adulterio, no corromperás a los
jóvenes. Cuando hables la palabra de Dios, que no salga de tu boca
tergiversada, como hacen algunos. No harás acepción de personas para reprender
a cualquiera de su pecado. Serás manso, serás tranquilo, serás temeroso de las
palabras de Dios que has oído. No guardarás rencor a tu hermano.
No vacilarás sobre las verdades de la fe. No tomes en vano el
nombre de Dios (Ex 20, 7). Amarás a tu prójimo más que a tu propia vida. No
matarás a tu hijo en el seno de la madre, ni una vez nacido le quitarás la
vida. No dejes sueltos a tu hijo o a tu hija, sino que, desde su juventud, les
enseñarás el temor del Señor.
No serás codicioso de los bienes de tu prójimo, no serás avaro.
No desearás juntarte con los altivos; por el contrario, tratarás con los
humildes y los justos. Los acontecimientos que te sobrevengan los aceptarás
como bienes, sabiendo que sin la disposición de Dios nada sucede.
No serás doble ni de intención ni de lengua. Te someterás a
tus amos, como a imagen de Dios, con reverencia y temor. No mandes con dureza a
tu esclavo o a tu esclava, que esperan en el mismo Dios que tú, no sea que
dejen de temer al que es Dios de unos y otros; porque no vino Él a llamar con
acepción de personas, sino a los que preparó el Espíritu.
Compartirás todas las cosas con tu prójimo, y no dirás que
son de tu propiedad; pues si en lo imperecedero sois partícipes en común,
¡cuánto más en lo perecedero! No serás precipitado en el hablar, pues red de
muerte es la boca. Guardarás la castidad de tu alma.
No seas de los que extienden la mano para recibir y la
encogen para dar. Amarás como a la niña de tus ojos (Dt 32, 10) a todo el que
te habla del Señor.
Día y noche te acordarás del día del juicio, y buscarás cada
día la presencia de los santos [los demás cristianos], bien trabajando y
caminando para consolar por medio de la palabra, bien meditando para salvar un
alma con la palabra, bien trabajando con tus manos para rescate de tus pecados.
No vacilarás en dar, ni cuando des murmurarás, sino que
conocerás quién es el justo remunerador del salario. Guardarás lo que
recibiste, sin añadir ni quitar nada (Dt 12, 32). Aborrecerás totalmente el
mal. Juzgarás con justicia.
No serás causa de cisma, sino que pondrás paz y reconciliarás
a los que contienden. Confesarás tus pecados. No te acercarás a la oración con
conciencia mala. Éste es el camino de la luz.
El camino del «Negro» [el demonio] es tortuoso y está repleto
de maldición, pues es un camino de muerte eterna en medio de tormentos, en el
que se halla todo lo que arruina al alma: idolatría, temeridad, arrogancia de
poder, hipocresía, doblez de corazón, adulterio, asesinato, robo, soberbia,
transgresión, engaño, maldad, vanidad, hechicería, magia, avaricia, falta de
temor de Dios.
Perseguidores de los buenos, aborrecedores de la verdad,
amantes de la mentira, desconocedores del salario de la justicia, no concordes
con el bien ni con el juicio justo, despreocupados de la viuda y del huérfano,
no vigilantes para el temor de Dios, sino para el mal, alejadísimos de la
mansedumbre y de la paciencia, amantes de la vaciedad, perseguidores de la
recompensa, despiadados con el pobre, indolentes ante el abatido, inclinados a
la calumnia, desconocedores del que los ha creado, asesinos de niños,
destructores de la obra de Dios, que vuelven la espalda al necesitado, que
abaten al oprimido, defensores de los ricos, jueces injustos de los pobres,
pecadores en todo.
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