Por el P. Juan Manuel Cabezas, doctor en Derecho canónico
Muy interesante resulta esta pregunta debido a la situación actual de confusionismo moral y doctrinal, pero la verdad es que la contestación es muy, muy sencilla. Está afirmada con toda claridad en la Sagrada Escritura. Haremos referencia por ejemplo al siguiente texto de la Carta a los Hebreos: “Y sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que El existe, y que es remunerador de los que le buscan” (Heb 11, 6).
Sin fe no puede haber salvación. Es evidente. Por puro amor, Dios, que no necesita de nada ni de nadie para ser feliz, ha querido crear una serie de seres que puedan participar de su felicidad. Con tal fin Dios se ha revelado a sí mismo, se ha dado a conocer, ha abierto de par en par su corazón y su ser entero al hombre, ofreciéndole su amistad (1). Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, la única respuesta digna del hombre a una invitación tan maravillosa por parte de Dios es la fe.
La fe es la virtud teologal, esto es, infundida por Dios, en virtud de la cual el hombre responde a la oferta amorosa de la revelación de Dios, confiando plenamente en Él, creyendo en todo lo que Dios le enseña y viviendo conforme a esa enseñanza. Como dice magistralmente el Catecismo de la Iglesia Católica, “por la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios. Con todo su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que revela (cf. DV 5). La sagrada Escritura llama «obediencia de la fe» a esta respuesta del hombre a Dios que revela (cf. Rm 1,5; 16,26) (2).

El hombre que se comporta adecuadamente es el que responde a tan grandes manifestaciones de su Creador y Padre creyendo en Él, confiando en que, puesto que Dios es la Bondad infinita y la Sabiduría infinita, no quiere sino lo que es bueno para nosotros y no puede nunca equivocarse. En consecuencia cree todo lo que le enseña y le obedece. Es la respuesta que el Catecismo llama la obediencia de la fe.
Sin fe, nadie puede salvarse. El Concilio Vaticano II no ha cambiado nada a este respecto, pues no puede cambiarse la Palabra de Dios. Por eso la Lumen Gentium núm. 16 afirma que “con mucha frecuencia los hombres, engañados por el Maligno, se envilecieron con sus fantasías y trocaron la verdad de Dios en mentira, sirviendo a la criatura más bien que al Creador (cf. Rm 1,21 y 25), o, viviendo y muriendo sin Dios en este mundo, se exponen a la desesperación extrema”. Más claro no puede estar, sin fe no hay sino condenación.
Otra cosa es que, como el mismo Concilio dice, “Dios no está lejos de otros que buscan en sombras e imágenes al Dios desconocido, puesto que todos reciben de Él la vida, la inspiración y todas las cosas (cf. Hch 17,25-28), y el Salvador quiere que todos los hombres se salven (cf. 1 Tm 2,4)”. Y la divina Providencia tampoco niega los auxilios necesarios para la salvación a quienes sin culpa no han llegado todavía a un conocimiento expreso de Dios y se esfuerzan en llevar una vida recta, no sin la gracia de Dios. Cuanto hay de bueno y verdadero entre ellos, la Iglesia lo juzga como una preparación del Evangelio y otorgado por quien ilumina a todos los hombres para que al fin tengan la vida”.

Que Santa María, la mujer de la fe, que fue siempre fiel al amor del Señor, nos ayude a cumplir fielmente nuestra peregrinación terrena creciendo día a día en la fe.
2. Catecismo de la Iglesia Católica núm. 143.
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