sábado, 22 de abril de 2017

Consultorio de la fe: San Pablo Apóstol



Por el P. Juan Manuel Cabezas, doctor en Derecho canónico


Si Pablo no perteneció al grupo de los Doce, ¿en qué sentido se le llama Apóstol?


Esta pregunta es bastante difícil de contestar. No obstante, gracias a Dios tenemos la respuesta ofrecida nada menos que por el Santo Padre Benedicto XVI [1] en una catequesis sobre san Pablo. 

Ciertamente la cuestión es bien compleja para nuestras poco lúcidas mentes. Por ello es necesario tener dos actitudes sumamente necesarias en la vida y especialmente en el tema del conocimiento de todo tipo, mucho más en el teológico: humildad y sentido común. Reconocer que somos muy ignorantes y torpes para entender y no negar nunca los datos ciertos por más que no los entendamos o no sepamos explicarlos.

Entrando en materia, vemos que en la revelación divina, en la Escritura y en la Tradición, encontramos dos datos certísimos: que los Apóstoles, los Doce, tienen una relación especialísima con Cristo y una especial responsabilidad en el surgimiento de la Iglesia, y que es exclusiva de ellos; en segundo lugar, el hecho de que la Escritura llama a san Pablo Apóstol y en sentido estricto.

El dilema parece difícil de solucionar. Sin embargo Benedicto XVI nos ofrece una serie de elementos que permiten dar con el quicio de este tema; se pregunta el Papa emérito: «¿Qué es, por tanto, según la concepción de san Pablo, lo que hace apóstoles de él y de los demás? En sus cartas aparecen tres características principales que constituyen al apóstol. La primera es “haber visto al Señor”». Esta característica es absolutamente fundamental. Como hace notar el Santo Padre, «en definitiva, es el Señor el que constituye el apostolado, no la propia presunción. El apóstol no se hace a sí mismo, sino que lo hace el Señor; por tanto, necesita referirse constantemente al Señor. No es casualidad que Pablo dice ser “apóstol por vocación” (Rm 1,1), es decir, “no de parte de los hombres ni por mediación de hombre alguno, sino por Jesucristo y Dios Padre” (Gal 1,1). Esta es la característica: haber visto al Señor, haber sido llamado por Él». San Pablo tuvo un encuentro vivo, personal con Él, con motivo de su conversión, y Él le enseñó en Sí todas las cosas. Por eso él dice en su carta a los Gálatas que su Evangelio no lo ha recibido de hombres, sino del mismo Cristo, por revelación de persona a persona, sin mediación humana.

La segunda característica es la de “haber sido enviado”. El apóstol es embajador de Jesucristo, es enviado por Él para dar a conocer su amor y su salvación al mundo entero. Por eso «Pablo se define “apóstol de Jesucristo” (1 Cor 1,1; 2 Cor 1,1), o sea, delegado suyo, puesto totalmente a su servicio, hasta el punto de llamarse “siervo de Jesucristo” (Rm 1,1)». En definitiva, se ha recibido una misión por parte del Señor y que hay que cumplir en su nombre, desechando todo interés personal.

El tercer requisito es el ejercicio del «anuncio del Evangelio con la consiguiente fundación de iglesias. El de “apóstol”, por tanto, no es y no puede ser un título honorífico», sino que empeña dramáticamente la vida del elegido para dicho carisma. San Pablo sabe que el Apóstol ha de compartir la suerte del Evangelio, el cual es considerado como una necedad por los gentiles y un escándalo por los judíos. Por eso, «en la primera carta a los Corintios, Pablo exclama: “¿No soy yo apóstol? ¿Acaso no he visto yo a Jesús, Señor nuestro? ¿No sois vosotros mi obra en el Señor?” (9,1)».

Por estas razones, que nos expone tan magistralmente el Santo Padre emérito Benedicto XVI, san Pablo recibió y él mismo se dio el título de apóstol, llegando a ser el Apóstol por antonomasia, pues como él mismo dice, aunque «indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios. Mas, por la gracia de Dios, soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Pero no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo» (1 Cor 15, 9-10).

No hay comentarios:

Publicar un comentario