jueves, 30 de marzo de 2017

Hacia las cumbres



Por Irene Martínez, maestra


ALEGRÍA


La alegría es una virtud humana que nos muestra la complacencia en el bien. Cualquier bien puede ser fuente de alegría: El amor, la amistad, la apertura, la generosidad, el trabajo, el tener una vida ordenada y sencilla, valorar el don de la vida… Estas son causas que nos conducen hacia la virtud de la alegría. 

También nos encontramos alegría cuando nos esforzamos por descubrir lo positivo en los demás y en las situaciones en las que vivimos, disfrutando de las cosas cotidianas. Por eso, también es importante enseñar a distinguir qué es importante de lo que no lo es: es necesario enseñar a darle a las cosas la importancia que realmente tienen. 



Tener y transmitir la virtud de la alegría, es una de las acciones más grandes que el hombre puede realizar, pues cuando hay alegría hay júbilo. Donde falta la alegría entra la pena, la tristeza y el pesimismo. No se puede tener alegría si no se tiene Paz. La alegría se manifiesta en gestos y palabras cuando se está lleno de júbilo. Que beneficioso es para uno mismo estar alegre y tener una familia alegre. Con caras largas, modales bruscos, facha ridícula y aire antipático, no se puede agradar a nadie. Cuando alguien ríe, todas sus virtudes ríen; porque la alegría es la gran forma de expresar la felicidad. 

Debemos insistir en la relación que hay entre la alegría y el desprendimiento del propio yo. Quien se preocupa de sí mismo es infeliz, en cambio quien se preocupa de los demás está siempre contento. Les debemos enseñar a no perder el tiempo con lamentaciones o quejas inútiles.

La alegría ayuda a vencer las dificultades. Las cosas hechas con alegría salen bien. Es importante crear a nuestro alrededor un ambiente de optimismo, de cordialidad y de buen humor. Y siempre, ayudarles a ver el lado positivo de los acontecimientos de la vida. 

“Montserrat Grases fue una joven catalana muy alegre. Le gustaba la música, el canto, los viales; hacía muchas excursiones pues le encantaba estar en contacto con la naturaleza. Tenía una pierna afectada por un tumor maligno que le producía unos dolores horribles; a pesar de eso, su alegría era contagiosa y constante. Sus padres le anunciaron que los médicos habían pronosticado que moriría pronto, pero esta noticia no disminuyó su serenidad ni borró la sonrisa de sus labios. Su madre se extrañó al ver la inmensa alegría de Montse y un día le preguntó: 

Montse, ¿crees que te vas a curar?

No, pido a Dios que me dé fuerzas para ser fiel hasta el último momento. Contestó ella. 

Un día de bastante sufrimiento pidió que abrieran las ventanas: Quiero tener luz, que esté todo bien alegre. ¿Por qué no cantamos algo?

Pedía algo muy difícil de cumplir, especialmente para su padre, que, con lágrimas en los ojos, se escondía detrás del periódico para ocultar su pena. Montse se dio cuenta y le animó: Papá, ¡que no te oigo!, quiero que estéis alegres”. 



Jiménez, E. (2013): Héroes y heroínas de las virtudes humanas. Palabra

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