Francisco Forgione nació en el seno de una humilde y religiosa familia el 25 de mayo de 1887. El Padre Pío nació en una pequeña aldea del Sur de Italia, llamada Pietrelcina, una pequeña villa en la provincia de Benevento, Italia. Sus padres, Horacio Forgione y María Giuseppa de Nunzio Forgione, ambos agricultores, encomendaron la protección de su recién nacido a San Francisco de Asís, por esta razón le bautizaron con el nombre de Francisco al día siguiente de su nacimiento.
Fue un niño callado, diferente y tímido, muchos dicen que a tan corta edad ya mostraba signos de una profunda espiritualidad. Era piadoso, permanecía largas horas en la iglesia después de Misa. Incluso acordó con el sacristán que le permitiera visitar al Señor en la Eucaristía en los momentos en los cuales la iglesia permaneciera cerrada.
Francisco tenía gran sed de aprender. Por no haber escuelas en la villa, unos granjeros se presentaron voluntarios para enseñar a los niños de esa zona. La enseñanza se llevaba a cabo durante la noche por la necesidad existente de trabajar, tanto adultos como niños durante el día. Llegó el momento en el cual Francisco manifestará su deseo de ser religioso. Su padre, al ver la limitación existente de educación en la villa, emigró a los Estados Unidos y a Jamaica buscando mejor solvencia económica que le permitiera sufragar los gastos de educación para Francisco. Sus padres, aunque humildes, recibieron gran sabiduría del Señor para ver el camino que su hijo habría de seguir. Hicieron grandes sacrificios para que se hiciera posible.
El Padre Pío siempre caminó el sendero estrecho, no permitiéndose lujos ni nada que le pudiera desviar de su relación con Jesús. A los quince años de edad Francisco había adelantado lo suficiente como para entrar al Seminario; sería Fraile Capuchino. Ingresó con la Orden Franciscana de Morcone el 3 de enero de 1902. Quince días después de su entrada Francisco recibió el hábito franciscano que está hecho en forma de una cruz y percibió que desde ese momento su vida estaría "crucificada en Cristo"; tomó por nombre religioso Fray Pío de Pietrelcina en honor a San Pío V.
El 10 de agosto de 1910 Padre Pío es ordenado sacerdote en la Catedral de Benevento, Italia. La tarde de aquel día escribe esta oración: "Oh Jesús, mi suspiro y mi vida, te pido que hagas de mí un sacerdote santo y una víctima perfecta".
Cuanto más alto escalaba el joven sacerdote hacia la perfección más era acechado por el demonio. Y mientras más atormentado era por Satanás más crecía en la fe y en el amor al Señor.
Poco después de su ordenación, le volvieron las fiebres y los males que siempre le aquejaron durante sus estudios y fue enviado a su pueblo, Pietrelcina, para que se restableciera de salud.
Cada vez que se hacía el intento para devolverlo a la vida religiosa dentro del monasterio, fracasaba, pues su salud empeoraba. Su vida sacerdotal en Pietrelcina incluía mucha oración acompañada de muchas funciones religiosas, así como estudios teológicos, catecismo para los niños del pueblo y reuniones con las familias.
Experiencia militar
El Padre Pío fue llamado a las filas militares tres veces durante la Primera Guerra Mundial y las tres veces regresó después de un corto período por motivos de salud. La última vez que fue llamado su salud desmejoró tanto que los mismos médicos le dieron de baja para "permitirle morir en paz en su hogar". Las cortas permanencias en las filas militares causaron en él grandes dolores en su alma a causa de la dureza de los soldados, las blasfemias que escuchó y el verse alejado de la vida monástica. Otro gran dolor era el no poder ofrecer la Santa Misa todos los días.
Primera aparición de los estigmas
Durante su primer año de ministerio sacerdotal, en 1910, el Padre Pío manifestó los primeros síntomas de los estigmas. En una carta que escribió a su director espiritual los describió así: "En medio de las manos apareció una mancha roja, del tamaño de un centavo, acompañada de un intenso dolor. También debajo de los pies siento dolor". En 1918 el padre Pío recibió los estigmas de Jesús Crucificado, quien en una aparición lo invitó a unirse en su Pasión para participar en la salvación de los hermanos, en especial de los consagrados.
La Santa Sede interviene en las investigaciones
Después de minuciosas investigaciones, la Santa Sede quiso intervenir directamente. En aquel entonces era una gran celebridad en materia de psicología experimental el Padre Agustín Gimelli, franciscano, doctor en medicina, fundador de la Universidad Católica de Milán y gran amigo del Papa Pío XI. El Padre Gimelli fue a visitar al Padre Pío pero como no llevaba permiso escrito para examinar sus llagas éste rehusó mostrárselas. El Padre Gimelli se fue de San Giovanni con la idea de que los estigmas eran falsos, de naturaleza neurótica y publicó su pensamiento en un artículo publicado en una revista muy popular. El Santo Oficio se valió de la opinión de este gran psicólogo e hizo público un decreto el cual declaraba la poca constancia de la sobrenaturalidad de los hechos.
Primera gran prueba. Diez años de aislamiento
En los años siguientes hubo otros tres decretos y el último fue condenatorio, prohibiendo las visitas al Padre Pío o mantener alguna relación con él, incluso epistolar. Como consecuencia, el Padre Pío pasó 10 años -de 1923 a 1933- aislado completamente del mundo exterior, entre las paredes de su celda. Durante estos años no solo sufría los dolores de la Pasión del Señor en su cuerpo, también sentía en su alma el dolor del aislamiento y el peso de la sospecha. Su humildad, obediencia y caridad no se desmintieron nunca.
[Continúa en: http://webcatolicodejavier.org/PadrePio.html ]
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