lunes, 6 de junio de 2016

Nº 17 El camino de la vida: Vivir de verdad, porque la vida es un suspiro


Nº 17 por Alfonso González, médico de familia

VIVIR DE VERDAD, PORQUE LA VIDA ES UN SUSPIRO

Recuerdo en una ocasión, antes de una eliminatoria de un partido de fútbol dentro de la charla final del entrenador nos dijo entre otras muchas cosas, dos frases que nos vienen al pelo para lo que queremos hablar, "no existe el mañana", significaba claro está, que si perdíamos, nos íbamos a casa, y la otra, consecuencia de la primera es "no olvidéis no dejaros nada en el campo. Jugad con la cabeza poniendo todo el corazón". Y por supuesto no puedo olvidar aquella que solía estimularlos cuando parecía que la cosa se ponía complicada que no era otra que: "recordad, que nos dedicamos a hacer la vida un poco más feliz a los demás..."

Si tuviéramos que decir qué clase de equipos le gustaba formar al que durante un tiempo fue mi entrenador podríamos decir que “Dícese de formar equipos que corren mucho, juegan mucho y quieren todo”. “Convertir el juego en una oda al fútbol, en una sinfonía inolvidable, en un tsunami de juego, en una tormenta perfecta, en una furia desatada, en un terremoto con fútbol de seda, en un ejercicio de excelencia…” Haciendo que “once cuerpos tengan una sola alma”, sin olvidar que “al fútbol se juega alegre”. Como todo el mundo puede comprender formar parte de un grupo de personas con este ideal es una aventura, humanamente hablando, preciosa.

Sirviéndonos de este ejemplo, que todos comprendemos, vamos a intentar explicar que es vivir de verdad.


En primer lugar vivir de verdad exige un ideal adecuado a la vida humana, que sea el faro e ilumine toda la vida, que sea motor de la misma, que a la vez sirva de estímulo y desarrollo, que dé respuesta a las grandes preguntas que todos nos hacemos;... algo por lo que merezca la pena vivir, por lo que merezca la pena morir, y que a la vez nos dé vida...
El ideal es aquello por lo que el alma vibra, lucha, sufre, ama y muere... integrando cada acción de su vida en aquello que constituye su ideal.

Para un cristiano, y en realidad para toda persona, es imprescindible vivir con todo el corazón, regido por la recta razón, y esta iluminada por la fe...

Sin temor a equivocarnos podemos decir que los grandes triunfadores de la vida son aquellas personas que han vivido bien, las que han vivido de verdad, en plenitud, aprovechando cada instante, para hacerse mejores y hacer mejores a los demás.

Sin temor a equivocarnos podemos decir que los grandes triunfadores de la vida son aquellas personas que con la ayuda de Dios caminan hacia la madurez de la vida cristiana, hacia la santidad, en una palabra, convirtiendo su vida en una continúa alabanza a Dios, y en servicio a todo el mundo, creciendo sin retardos en la caridad.

Vivir de verdad exige en primer lugar tener como ideal a Cristo, que es la única persona capaz de responder adecuadamente a los interrogantes más profundos del hombre, que es capaz de iluminar con su vida y enseñanzas, y que es capaz de dar vida, "He venido para que tengan vida y la tenga en abundancia" nos dice el Señor.


Vivir no es simplemente estar sobre la tierra. No es buscarse a sí mismos exigiendo el pedazo de suelo que nos sostenga y el pan que nos llene el estómago. Vivir, no es simplemente no hacer mal, o conformarse con ser bonachón y amable... 

Vivir es con la ayuda del Señor, ir creciendo cada instante hasta la plenitud de vida, mejorándola en cada instante. Vivir, en verdad no es otra cosa, que con Cristo como guía y meta aplicar todas las facultades, llevando el ideal del seguimiento de Cristo hasta las últimas consecuencias, porque para el que quiere vivir no valen las medias tintas, ni la mediocridad, porque una vida rastrera sin ideal deja su nefasta huella en el carácter de la persona, tan hondamente como el estigma que puso Dios en el rostro culpable de Caín.

Vivir es llevar el ideal del seguimiento de Cristo hasta las últimas consecuencias, desbordándose en un servicio hacia Dios y por su amor desbordarse en servicio a los hombres.

Pero todo lo anterior, sería imposible sin la primacía de la vida espiritual en la persona. Dice el Señor "he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia". 

La vida espiritual que no es otra cosa sino el crecimiento continuo de la caridad en el alma, no son las personas que viven en gracia, sino que viven la vida de la gracia, buscando en cada instante aumentar en el Amor de caridad. En este sentido es luminoso el número 42 de la Lumen Gentium que nos muestra las notas esenciales de ese crecimiento del Amor de Dios en el alma, y que transcribimos literalmente: "Dios es caridad, y el que permanece en la caridad permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4, 16). Y Dios difundió su caridad en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que se nos ha dado (cf. Rm 5, 5). Por consiguiente, el primero y más imprescindible don es la caridad, con la que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo por El. Pero, a fin de que la caridad crezca en el alma como una buena semilla y fructifique, todo fiel debe escuchar de buena gana la palabra de Dios y poner por obra su voluntad con la ayuda de la gracia. Participar frecuentemente en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, y en las funciones sagradas. Aplicarse asiduamente a la oración, a la abnegación de sí mismo, al solícito servicio de los hermanos y al ejercicio de todas las virtudes. Pues la caridad, como vínculo de perfección y plenitud de la ley (cf. Col 3, 14; Rm 3, 10), rige todos los medios de santificación, los informa y los conduce a su fin [132]. De ahí que la caridad para con Dios y para con el prójimo sea el signo distintivo del verdadero discípulo de Cristo."

Se destaca dentro de la vida de crecimiento del amor en el alma tres actitudes fundamentales y muy unidas entre sí, porque son el núcleo íntimo del ser cristiano y la profunda sintonía del ser cristiano, a saber: "Ser de Dios, que tiene su momento fundamental en la vida de oración , no ser de sí mismo, es la dimensión de abnegación cristiana, de renuncia exterior e interior que tiene su momento fuerte en la cruz, y la tercera actitud ser para los hermanos, el apostolado". 

Ser de Dios, no ser de sí mismo y ser para los demás son la actitud fundamental de la vida de verdad.

Solo en esta triple actitud crecemos en la vida, sólo la mayor unión al Señor nos hará más cercano a las necesidades de los hermanos, y así la persona espiritual transforma cada gesto sencillo, cada acción cotidiana, cada trabajo de la vida ordinaria en una muestra del amor de Dios.

Vida espiritual que contrariamente a lo que muchos creen pensar, no nos aleja del prójimo, todo lo contrario, nos hace tan próximo y cercano, que nos lleva a desvivirnos para que el prójimo alcance su plenitud de vida.

Alguien dijo "nadie logra la verdadera grandeza sino está convencido de que su vida pertenece a Dios y a la humanidad y que lo que Dios nos da, nos lo da para nuestros semejantes".

El que así vive transforma su vida en cada instante y cada acción resulta más celestial que humana, porque es el Amor de Dios el que lo informa y anima cada instante.


No hay comentarios:

Publicar un comentario