LA VERDADERA DEVOCIÓN A LA VIRGEN MARÍA
«Me llamarán Bienaventurada todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí» (Lc 1, 48). Estás palabras que pronunció María en la visita a su prima Santa Isabel son anunciadoras de la creciente y admirable devoción que el Pueblo de Dios ha tenido a María desde los comienzos de la Iglesia.
Ahora bien, ¿cómo ha de ser nuestra devoción a María? ¿en qué consiste la verdadera devoción? El Concilio Vaticano II en su constitución “Lumen gentium” nos dice: «Los fieles deben recordar que la verdadera devoción no consiste ni en un sentimiento pasajero y sin frutos ni en una credulidad vacía. Al contrario procede de la verdadera fe, que nos lleva a reconocer la grandeza de la Madre de Dios y nos anima a amar como hijos a nuestra madre y a imitar sus virtudes».
Dios aun no teniendo necesidad, porque por Él mismo lo puede todo, quiso servirse de María para comenzar y acabar sus más grandes obras. Ella es el santuario y descanso de la Santísima Trinidad. María, es el medio por el que el Señor ha venido a nosotros y por eso, es también el medio de que nos debemos servir para ir a Él. Dicen los Santos Padres y con ellos San Buenaventura «el camino para ir al cielo es la Santísima Virgen».
No tenemos que tener miedo de querer cada día más a la Santísima Virgen, pues es Dios quien ha querido exaltarla por su gracia, después de su Hijo, por encima de todos los ángeles y hombres, como la santa Madre de Dios. Si alguien es enemigo de María es también enemigo de Jesús. Respondía el Papa Juan Pablo cuando se le preguntaba por su devoción a María: «Totus Tuus (Todo de María, lema de su pontificado). Esta fórmula no tiene solamente un carácter piadoso, no es una simple expresión de devoción: es algo más. La orientación hacia una devoción tal se afirmó en mí en el período en que, durante la Segunda Guerra Mundial, trabajaba de obrero en una fábrica. En un primer momento me había parecido que debía alejarme un poco de la devoción mariana de la infancia, en beneficio de un cristianismo cristocéntrico. Gracias a san Luis Grignion de Monfort comprendí que la verdadera devoción a la Madre de Dios es, sin embargo, cristocéntrica; más aún, que está profundamente radicada en el Misterio trinitario de Dios, y en los misterios de la Encarnación y la Redención». Queriendo verdaderamente a la Madre, queremos cada vez más al Hijo, pues Jesucristo es el último fin de la devoción a la Santísima Virgen. No tengamos miedo de acogernos a su protección en todos los peligros y necesidades. María nos es necesaria para alcanzar nuestro último fin, la vida eterna.
Pero hay que tener cuidado de no caer en las falsas devociones a la Virgen que corren por ahí: tenemos aquellos que lo critican todo y no creen nada (devotos críticos); o aquellos que temen ser excesivamente de María por respeto a Jesucristo (devotos escrupulosos); o los que basan toda su devoción en las prácticas externas (devotos exteriores); o lo que confiados en su falsa devoción a la Virgen, viven encenagados en sus pecados (devotos presuntuosos); o aquellos que ante la menor tentación o dificultad mudan o dejan sus prácticas de devoción (devotos inconstantes); o aquellos que entran en las cofradías, visten la librea de la Virgen para pasar por buenos (devotos hipócritas); o los que recurren a la Virgen sólo cuando quieren librarse de algún mal corporal o para alcanzar bienes temporales (devotos interesados).
Una vez que conocemos las falsas devociones para así rechazarlas veamos cómo ha de ser la verdadera para poder así abrazarla. La verdadera devoción debe ser interior, tierna, santa, constante y desinteresada:
Interior porque nace del espíritu y del corazón, al ver la grandeza de María y el amor que nos tiene.
Tierna porque está llena de confianza, como un niño para con su buena madre. Acude a Ella en todo tiempo y lugar, ante cualquier necesidad.
Santa porque lleva al alma a evitar el pecado e imitar las virtudes de María, su humildad su fe , su obediencia ciega, su pureza, su caridad, su paciencia, su dulzura, su sabiduría...
Constante porque lleva al alma a no abandonar fácilmente las prácticas de devoción; la fortalece para estar en el mundo sin ser del mundo. No se mueve por el “me apetece”, si no que se mueve por el Amor.
Desinteresada porque el alma no se busca a sí misma, sino sólo a Dios en su Madre santísima.
Esta verdadera devoción a la Virgen tiene muchas prácticas interiores, como por ejemplo honrarla más que a todos los santos, meditar sus virtudes, contemplar sus grandezas, rendirle actos de amor, de alabanza y de acción de gracias, invocarla de corazón, ofrecerse y unirse a Ella, hacer todas las acciones con intención de agradarla.... Y también tiene muchas prácticas exteriores: Rezar atentamente el Rosario, acompañando a María, llevar el escapulario, las tres avemarías , el Ángelus o Regina, alistarse en sus cofradías y entrar en sus congregaciones...
Dios quiere que amemos mucho a su Madre, nuestra Madre y así lo podemos ver en las vidas de los Santos. Os animo a que profundicéis más en la verdadera devoción a María y por ello os recomiendo que leáis el “Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen” de San Luis Mª Grignion de Monfort.
Recordad hacerlo todo por Ella, en Ella, con Ella y para Ella, para que sea todo hecho por Jesucristo, en Jesucristo, con Jesucristo y para Jesucristo, que es nuestro último fin.
Adela Bernardos Galindo, revista Kerygma nº 12
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