Nº 3, por Martín Ibarra Benlloch.
LOS MÁRTIRES DE BARBASTRO,
LOS PRIMEROS CRISTIANOS
Y EL AUTÉNTICO PERSEGUIDOR
La comparación con los primeros cristianos resulta muy frecuente durante estos años. Ya lo había apuntado el Papa Pío XI en su alocución de 14 de septiembre de 1936, en la que refiriéndose a los que murieron por su fe en Cristo, dijo: “Todo esto es un esplendor de virtudes cristianas y sacerdotales, de heroísmo y de martirios, verdaderos martirios, en todo el sagrado y glorioso significado de la palabra, hasta el sacrificio de las vidas más inocentes de venerables ancianos, de juventudes primaverales”[1].
1. ¿Son leales los cristianos?
Con mucha frecuencia se acusó a los cristianos en la Antigüedad de deslealtad. El no sumarse al culto imperial o a una serie de actos idolátricos hacía que algunos sospecharan de ellos. Así escribe Tertuliano a finales del siglo II, exponiendo que los cristianos piden por los emperadores al Dios vivo y verdadero:
“Allí, puesta la mirada en lo alto con las manos extendidas porque somos inocentes, con la cabeza descubierta porque no nos ruborizamos, sin que nadie nos la sugiera porque la oración nos sale del corazón, los cristianos suplicamos siempre por todos los emperadores; pedimos para ellos larga vida, imperio seguro, casa bien guardada, ejércitos fuertes, senado fiel, pueblo leal, orbe tranquilo, todo cuanto es deseo del hombre y del César”[2].
Mucho se acusó a los católicos de deslealtad hacia la República, de manera injusta. Las calumnias fueron numerosísimas. Citaremos solo dos. La primera, la sospecha de que los sacerdotes y los religiosos tenían armas, auténticos polvorines, porque conspiraban contra la República. Comenzado el Alzamiento, a pesar de que la evidencia era contraria, las calumnias aumentaron. Desde el primer momento, la orden de recoger las armas a los derechistas fue cumplida escrupulosamente. Eso se realizó en todos los pueblos. No sorprende que se haya realizado con sacerdotes y religiosos, pues desde los medios de comunicación de la izquierda se llevaban años hablando de los curas trabucaires, con los conventos llenos de armas y explosivos. Veamos algunos ejemplos de esto. Hubo varios intentos de asaltar el convento de los misioneros de Barbastro, pero desistieron.
“El P. Quibus dice que no sabe si ocurrió el sábado o el domingo cuando a los asaltantes que estaban a punto de derribar la puerta les detuvo la voz de una vecina que les gritó desde el balcón: ¡cuidado! ¡que hay muchos mozos allá! Y se retiraron. Escribe el seminarista Atilio Parussini, presente también en los hechos: “No acababan de decidirse, sencillamente porque nos temían, les preocupaba la idea de una posible defensa, pensaban que teníamos armas”[3].
Cuando hicieron el registro, muy concienzudo, se mostraron muy enfadados al no encontrar armas. Sabían que tenían fusiles de madera; el alcalde Pascual Sanz había intentado acabar con esa instrucción que desde su punto de vista no era nada más que prepararse para la insurrección armada.
Lo mismo sucedió con los benedictinos de El Pueyo. Una y otra vez preguntaron por las armas que tenían. En todos los interrogatorios se hablaba de ella. En uno que el abogado Puyuelo hizo a los colegiales, entre otras cosas les preguntó:
“-Pero venga, ¿no queréis hablar? ¿Sabéis lo que son putas?
Era difícil contestar. En realidad no lo sabíamos, pero la palabrota nos sonaba mal. Y ante su insistencia, las miradas de mis pobres compañeros se dirigieron a mí, y respondí con un esfuerzo que me ahogaba:
-No, no lo sabemos.
-No importa, os vamos a poner abajo con unas mujeres que os lo enseñarán muy pronto.
-Otra cosa: ¿dónde están las armas que tenían los frailes?
-Nosotros no hemos visto nunca armas en El Pueyo. Hubo un tiempo un guarda jurado que solía ir armado. Pero ya se marchó”[4].
Algunos sacerdotes poseían armas, porque eran cazadores. Ese era el caso de don Fermín Gabás, de Perarrúa, detenido el domingo 19 de julio por Francisco Baldellou; o el de don Vicente Montserrat, que vivía en la finca de El Sisallar, de Villanueva de Sigena. Esas armas tenían un fin cinegético y viviendo en medio del monte, también defensivo. Esto era algo frecuente en los pueblos aragoneses. Pero las autoridades republicanas estaban obsesionadas con que esas armas las iban a utilizar con fines políticos. Esa acusación de poseer armas se emplea como excusa para detenerlos, como con el sacerdote de Guardia don José Sarrato Clusa.
El segundo elemento es la visión de la Iglesia Católica desde un punto de vista de una estructura de poder, aliada de los poderes económicos y políticos. Esta visión, muy extendida entre muchos intelectuales radicales -lerrouxistas-, socialistas y anarquistas, perdura en una amplia bibliografía actual. Pongamos un ejemplo significativo de esto.
Al obispo Florentino Asensio, una vez detenido, le interrogaron en diferentes ocasiones. El 7 de agosto hubo un nuevo interrogatorio, dirigido por Santiago Ferrando. Al finalizar, el escolapio P. Eusebio Ferrer preguntó al obispo si le habían molestado. “-No me han molestado; solamente me han preguntado si en Palacio habíamos tenido reuniones políticas con los diputados Moncasi y Vidal. Yo les he contestado que habíamos tenido reuniones; pero no de carácter político, sino para tratar del asunto del Seminario, del cual se habían apoderado”[5]. Naturalmente no le creyeron, como no creyeron a los cristianos de los primeros siglos cuando afirmaban su lealtad al poder constituido, pero solo en aquello que era lícito, no en acciones idolátricas o deshonestas.
2. ¿Quién es, en realidad, el perseguidor?
El momento actual nos muestra que los perseguidores de los cristianos continúan activos. Pero ya desde la Antigüedad, se había definido bien quién estaba detrás de todas estas persecuciones y de todos estos perseguidores.
San Ireneo de Lyon, nacido en Asia Menor escribía en el siglo II: “El diablo, como ángel apóstata que es, sólo puede hacer lo que hizo en el principio: seducir y arrastrar la mente del hombre a violar los preceptos de Dios y cegar paulatinamente los corazones de quienes procuran servirle, para que se olviden del verdadero Dios y le adoren a él como a Dios” (adu. haer. V,24,3).
San Juan Pablo II, en la audiencia general de 13 de agosto de 1986, decía: “no nos dejes caer en la tentación, líbranos del Mal, del Maligno. Haz, oh Señor, que no cedamos ante la infidelidad a la cual nos seduce aquel que ha sido infiel desde el comienzo”. Porque ésa es la finalidad de la persecución, la apostasía. Y con la gracia de Dios, debemos decir como el arcángel Miguel: Serviam!, ¡serviré!
Bibliografía:
[1] Discorsi di Pio XI, III, p. 550; CÁRCEL ORTÍ, V., 1995, p. 21.
[2] TERTULIANO, apologetico, 30,4 (Introducción, traducción y notas de JULIO ANDIÓN MARÁN, Tertuliano. El Apologético, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1997.
[3] PARUSSINI, Atilio, Bol. Prov. Arg., 16-VII-1939.
[4] GIL, Plácido María, 2006, p. 52.
[5] IGLESIAS, Manuel, 1993, p. 303.
No hay comentarios:
Publicar un comentario