“ALEGRAOS SIEMPRE EN EL SEÑOR”
“Alegraos siempre en el Señor” (Flp 4, 4-6). Nuestra alegría es la consecuencia lógica de una opción de vida de seguimiento a Jesucristo.
Dice San Pablo en la Carta a los Hebreos que el mundo está triste, sin esperanza y sin Dios. Esto es constatable, la tristeza del mundo es constatable. Curiosamente, al cristianismo se le había achacado el ser el culpable de la tristeza, de haber entristecido al mundo, apagando la alegría del mundo pagano. Esta acusación fue hecha Nieztche, que murió entristecido y trastornado. Sin embargo, esa sospecha de que el cristianismo quita la alegría al mundo pagano ahí está. Y esta visión de que el cristianismo ha venido a quitar la alegría natural es totalmente falsa. Lo cierto es que no hay alegría natural sin anuncio sobrenatural, eso es lo que la historia ha demostrado. La alegría natural desaparece si no está sustentada en una alegría sobrenatural.
La Sagrada Escritura presenta una alegría que no es enemiga de la Cruz, una alegría real, no ficticia, que no está desencarnada del sufrimiento de la vida. Una de las imágenes que mejor sugieren la alegría cristiana es la de los dolores de parto. Existe una alegría y un sufrimiento que están los dos integrados, y no puede darse el uno sin el otro. No hay Cruz sin Gloria, no hay Gloria sin Cruz. Para poder alumbrar al hombre nuevo hay que morir al hombre viejo. La mujer cuando da a luz sufre, pero cuando ve el hombre nuevo que ha traído al mundo se olvida de su dolor. Dice Jesús: “También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, y vuestra alegría nadie os la podrá quitar” (Jn 16, 20). “Vosotros ahora estáis tristes –dice Jesús- pero vuestro sufrimiento se transformará en alegría y nadie será capaz de quitárosla”. Por lo tanto, en este mundo estamos alegres y al mismo tiempo sufrimos, las dos cosas son verdad, porque sufrimos dolores de parto, no son sufrimientos sin sentido. La expresión “Yo sufro, pero soy feliz; soy feliz, pero sufro” es una de las más reales y auténticas que puede decir un cristiano como testimonio de vida.
Jesús nos pidió que hiciésemos una auténtica ascesis con respecto a la alegría: “Alegraos en el Señor”. No os alegréis en la salud, no os alegréis en las riquezas, no os alegréis en los éxitos: alégrate en el Señor.
La alegría supone también una ascesis. Es una mezcla de dos cosas: de un anuncio sobrenatural y una ascesis. Aquí mística y ascética de nuevo tienen que estar conjugadas. La alegría es la mezcla de un anuncio místico y una ascética interior.
Respecto al anuncio, somos conscientes de que hay esperanza porque hay Resurrección. Ese barruntar de que el nacimiento de Jesús está cerca y por tanto hay razones para la alegría, esa es nuestra clave. Jesucristo viene, es el Señor de la historia, y todos los avatares que vivimos en esta vida están incluidos en un designio divino, que es alfa y omega, principio y fin de la historia. Tenemos el motivo para la alegría de que Jesucristo es Rey, y por tanto el reina en la historia.
Pero centrémonos en el aspecto de la ascesis. En nuestra cultura, muy romántica, muy emotivista, poco racional, se ha dado por hecho que los sentimientos tienen entidad por sí solos al margen de cualquier pensamiento o racionalidad; como si el sentimiento de tristeza fuera un sentimiento que me invade sin que tuviera ningún elemento racional que lo acompañase. El sentimiento de estar alegre, o el sentimiento de estar triste, es algo no controlable. Como si fuesen las glaciaciones, que vienen y van según los periodos de calentamiento de la Tierra, escapando totalmente a nuestro control. Eso es una imagen absolutamente falsa. Bien es verdad que habría que hacer la salvedad, la excepción, de que puede haber sentimientos de tristeza que tengan un origen patológico: puede haber sentimientos de tristeza que vengan de una depresión. Ahí no hay que ligar la tristeza a una razón objetiva, sino a una enfermedad.
Cuando decimos que hay que tener una ascesis real en los sentimientos de tristeza, lo primero que hay que hacer es desenmascarar los sentimientos de tristeza. Los sentimientos de tristeza suelen estar ligados a pensamientos tóxicos. Un pensamiento tóxico es aquel que sobreviene sin que haya sido fruto de un discernimiento voluntario y positivo en el que alguien haya buscado la verdad, sino un pensamiento que me ha sobrevenido. Es muy posible que detrás de un pensamiento tóxico se esté escondiendo una acción de Satanás que nos tienta a través de pensamientos tóxicos. Es difícil decir si detrás de cada pensamiento tóxico está Satanás con su acción, también puede haber algún influjo del mundo o influencias personales, eso se nos escapa. Pero sí que podemos afirmar que los sentimientos de tristeza están ligados a pensamientos tóxicos de tres tipos: hacia uno mismo (falta de autoestima, autodesprecio… ), hacia el prójimo (viendo en el prójimo alguien que no me quiere, un rival, un enemigo de mi felicidad, hacia el que tengo envidia, rencor… ) o hacia Dios (desconfianza).
La esperanza, la expectativa, termina posibilitando el acontecimiento esperado. Sin embargo, cuando alguien se liga a la ley de Murfi “piensa en algo malo y seguro que ocurrirá”, está siendo un freno al reino de Dios, haciendo que se retarde su llegada. Por eso es tan serio el hecho de que exista un mandato de la alegría, y exista una llamada a ejercitar la ascesis de la alegría.
Oramos pidiendo la alegría: “Alegra el alma de tu siervo, pues levanto mi alma hacia ti” (Salmo 85). Y además de rezar, la alegría hay que procurarla, no consintiendo sentimientos de tristeza (sentir no es consentir). La tristeza debería producir en nosotros un arrepentimiento para la salvación. Sin embargo, desde el punto de vista del mundo y de Satanás la tristeza está ligada a una desesperación para la muerte. Por lo tanto, es necesario motivarse para la alegría, tener un empeño espiritual continuo, fundamentado en razones de fe, esperanza y caridad.
La espiritualidad de la alegría se concreta en:
--> Pasar de las tinieblas a la luz. Abrirnos al consejo y a la sabiduría. El acompañamiento espiritual es muy importante para pasar de las tinieblas a la luz. Necesitamos a alguien que nos dé claves interpretativas de lo que acontece en nuestra vida. Buscar sentido es muy importante para encontrar la alegría. Así como la tristeza se suele ligar a pensamientos tóxicos, para poder vencer esa tristeza hay que aliarse con pensamientos positivos, que den sentido, que iluminen. Contra pensamiento tóxico, la iluminación del sentido. Cada pensamiento tóxico debe ser contestado y rebatido a la luz de la revelación, y en esto debemos ser implacables, como el Señor cuando contesta con mucha firmeza a Satanás en sus tentaciones del desierto.
--> Pasar del egoísmo a la caridad. Esto no es una batalla meramente abstracta. Cuando uno experimenta el amor, la alegría de olvidarse de uno mismo por los demás, se pasa de la tristeza a la alegría.
--> Pasar del miedo a la confianza. La única manera de poder dar este paso es confiar en la Providencia, paternal, solícita. No es posible vencer el miedo si no nos sabemos en brazos de un Padre que tiene un designio amoroso para cada uno de nosotros.
--> Pasar de la soledad a la compañía. La tristeza se vence saliendo de uno mismo. Curiosamente, cuando uno está siendo atacado por sentimientos tóxicos acompañados de tristeza, a lo que le quieren empujar es a aislarse, a cerrarse en sí mismo. Y no debemos aislarnos, sino abrirnos a personas que tengamos en nuestro entorno que sepamos que nos van a tiran para arriba.
--> Pasar de la soberbia a la humildad.
La lucha contra la tristeza es una batalla que tenemos dentro de cada uno de nosotros, una batalla que tenemos que emprender decididamente ayudándonos unos a otros, en el seno de la Iglesia, de mano de María, nuestra Madre. Ascesis continua para no consentir con la tristeza. “Aunque la higuera no eche yemas, aunque no queden vacas en el establo, yo exultaré con el Señor, y me gloriaré en Dios, mi Salvador” (Ha 3,2-4).
Uno de los frutos que podemos obtener del Jubileo de la Misericordia es dejarnos consolar por Cristo, dejar que reine en nosotros su consolación, lo que supone una gran batalla interior.
En la alegría nos jugamos en buena medida nuestra capacidad apostólica, nuestra fecundidad apostólica. La Nueva Evangelización nos la jugamos en esto. Porque la vida fraterna y la alegría como manifestación externa es clave para que el Evangelio sea acogido. Sin alegría, mal va la caridad, es muy difícil mostrar caridad sin alegría, y ésta puede ser la mayor de las limosnas. La caridad hace necesaria la alegría para poder manifestarse. Sin alegría, no se puede predicar el Evangelio. Sin alegría, no hay Evangelio que sea creíble. “Este es un tío amargado, ya puede decir maravillas que no va a ir a ningún sitio”. Es muy difícil que el Señor se pueda servir de eso para mover ningún corazón.
Dice la Primera Carta de San Juan: “Os lo anunciamos para que sea completo vuestro gozo” (1Jn 1). Un argumento de credibilidad sin duda alguna está en esto, en la alegría.
Todos somos conscientes de que la alegría no es algo teatralizable, por eso es un argumento de autenticidad. No se puede estar aparentando tal cosa, bendito sea Dios porque no tenemos esa capacidad. Además, cuando alguien intenta fingir alegría se hace todavía más patético.
“Alegraos siempre en el Señor”. Ante la proximidad de la venida del Señor, revisemos nuestros pensamientos tóxicos, analicemos cuáles pueden ser las puertas a través de las cuales se infiltra dentro de nosotros la tentación de la tristeza, siendo así que somos herederos del mayor de los tesoros que el hombre nunca hubiese podido desear, que es la plenitud de Dios expresada en Jesucristo y dada a nosotros por nuestra redención de una manera concreta, cercana, alcanzable, que puede ser besado en la debilidad de un Niño.
(Conferencia de Monseñor José Ignacio Munilla, Obispo de San Sebastián,
del día 15 de Diciembre de 2015)
No hay comentarios:
Publicar un comentario