Después de muchos siglos de anhelos y plegarias, nació nuestro Redentor, el suspirado de los pueblos y deseado de los eternos collados. «Un niño nos ha nacido, un Hijo se nos he dado» (Is. 9, 6).
El Hijo de Dios se hizo pequeño para hacernos crecer, y se nos entregó para estimularnos en el don de nosotros mismos.
Vino Jesús como un niño cualquiera porque así le acogiésemos mejor, y descubrirnos después su secreta riqueza.
Y así,
Si queremos luz, Él vino para iluminarnos.
Si necesitamos fuerza, Él vino para fortalecernos.
Si buscamos perdón, Él vino precisamente para reconciliarnos.
Si queremos amor, Él vino para inflamarnos.
Y con el fin de regalarnos estos dones, se presentó a nosotros como humildad y como ternura, para mostrarse más amable, apartar todo recelo, y conquistarse nuestro amor.
Quiso Jesús nacer como niño pequeño no sólo para ganarse esa forma de amistad que denominamos aprecios, sino también un amor de ternura. Pues si todos los niños se saben granjear el cariñoso afecto de quienes los cuidan, ¿Quién no se conmoverá de amor viendo a un Dios indefenso, tiritando de frío y de necesidad?
Ahora bien, para contemplar al Recién Nacido con santa ternura, habrás de hacerlo con una fe vivísima. De lo contrario no experimentarás sino una mera compasión sentimental, al ver a un pobre niño reducido a la necesidad en medio de una inhóspita cueva.
Pero si entras a la gruta con sentimientos de adoración y fe, y consideras ante todo el exceso de bondad que Dios ha derrochado en el misterio de su Nacimiento, ¿cómo será posible no sentirte atraído y como obligado suavemente a un compromiso?
Dice San Lucas que los pastores, después de visitar a Jesús en el establo, «volvieron glorificando y alabando a Dios por lo que contemplaron» (Lc. 2, 20). Y con todo ¿qué vieron sino un simple bebé tiritando de frío? Sin embargo, su fe les hizo reconocer en aquel niño el exceso de amor que les condujo a testimoniar públicamente el Misterio.
En los días que preceden a la Navidad, muchos cristianos suelen preparar en sus casas una representación del Nacimiento. Pero pocos son los que piensan en preparar el corazón para que Jesús pueda nacer y descansar en él.
Recíbelo tú con esa ternura eficaz que te lleva a demostrarle amor, en lógica correspondencia al suyo, y ofrécele los dones que poseas, aunque sólo puedas presentarle el don de tu pobreza.
(San Alfonso Mª de Ligorio: Meditaciones de Adviento).
No hay comentarios:
Publicar un comentario