¿Por qué yo no? nº 2, por Dámaris Mora
JAVIER
Fue áspera la reprensión...
IGNACIO
¡Más la lija con que das bruño a una copa,
y jamás perdón la lija ha pedido a la copa
que ha bruñido para que reluzca más!
JAVIER
Pero ¿quién te manda ser
IGNACIO
El dolor de tu alma ardiente, Javier:
me da pena verla arder
sin qué de luz ni calor.
Eres arroyo baldío,
que, por la peña desierta,
va desatado y bravío.
¡Mientras se despeña el río, se está secando la huerta!
JAVIER
No vive, Ignacio, infecundo
quien busca fama.
IGNACIO
¡Qué abismo disimulado y profundo!
¿Qué importa ganar el mundo
si te pierdes a ti mismo?
JAVIER
¿Quieres quitarme este arder
y este anhelo de triunfar?
IGNACIO
No te lo vendo a quitar,
que te lo vengo a poner.
Yo no te vengo a tañer
junto al oído un laúd
que, por extraña virtud,
te amodorre en dulce calma:
vengo a poner la inquietud
entre tu vida y tu alma.
Vengo a ensancharte, Javier,
en ti mismo tu medida,
y a hacer que se talle y mida
por tu ambición, tu valer;
quiero en tu tierra poner
nuevas espigas y flores;
templarte en nuevos ardores
el sentimiento y la idea,
y, bruñéndola a dolores,
hacer que tu vida sea,
sin mancha de error ni mal,
como un perfecto canal
en el que no se adivina
en dónde el aire termina
y en dónde empieza el cristal.
JAVIER
¿Me quieres, pues, apartado de todo?
¿Pides, quizás, que deje
hacienda y estado?
Me pides demasiado…
IGNACIO
¡Y te ofrezco mucho más!
Tú, el iluso buscador de fama, gloria y honor,
¿te vas a empequeñecer
cuando te vengo a ofrecer
la fama y gloria mayor?
No busques honor y fama en blasones y coronas,
Ni es eso lo que ambicionas,
ni es eso lo que te llama.
Cuando el aplauso te aclama,
ya piensas que estás llegando a tu más alto destino.
¡No ves que el tuyo es divino
y que así te estás quedando a mitad de tu camino!
JAVIER
Mientras mi afán más y más en el mundo se concentra,
Hay algo en mí que no encuentra nunca en el mundo su paz.
Y aunque yo mismo de grado confesármelo no quiera,
Vuelvo de cada quimera, con el airón desplumado y chafada la cimera.
No me abandones, Ignacio, en mis dudas interiores:
¿qué son, dime, estos ardores por los que nunca me sacio?
Y dime: cuando en las flores del mundo, mi alma se engríe,
Y hecha risas, se deslíe en un mar de pluma y seda…
¿qué es esto que siempre queda en mí que nunca se ríe?
IGNACIO
Eso que queda es la parte de tu ser,
que, al ir a ahogarte, aún sobrenada en el río:
si logro asirla, confío, de entre sus aguas, salvarte.
JAVIER
¿En tan peligro me ves? ¿Tan errado anda mi afán?
IGNACIO
¡Qué mal equilibrio es éste
de andar pies tras pies por la orilla de un volcán!
¡Y qué expuesto andar así
rebuscando aquí y allí,
la manera de ser fiel para el mundo
y para Aquel que lo dio todo por él!
¡Deja ya esos devaneos
que te nublan la verdad y te acortan los deseos!
¿Por qué andar con regateos
con la Generosidad?
(Fragmento de “El Divino Impaciente”, de J.M. Pemán).
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