Los tesoros del Corazón de Jesús
P. Víctor González
Ed. Sol, 2014 Síntesis de la espiritualidad del Corazón de Jesús
El Papa Pío XI, en la encíclica Miserentissimus Redemptor (8 de mayo de 1928), escribiendo sobre el Corazón de Jesús afirmaba lo siguiente: “es la síntesis de todo el cristianismo, la norma de vida más perfecta, porque es la que lleva con más facilidad a conocer íntimamente a Cristo y nos impulsa a amarle con más ardor y a imitarle con mayor exactitud”.
La primera pregunta que nos podemos plantear es esta: ¿a quién adoramos en la espiritualidad del Corazón de Jesús? En un primer paso podemos afirmar que lo más importante y decisivo es que adoramos a la Persona de Jesucristo, que tiene un Corazón que nos ama. Si avanzamos y damos un segundo paso se puede añadir que adoramos el Corazón de carne de Jesucristo. El Papa Pío XII en la encíclica Haurietis aquas nos enseñaba: “La Iglesia tributa al Corazón del divino Redentor el culto de latría”, es decir, el culto de adoración que solamente se puede ofrecer a Dios. El mismo Pío XII nos explicaba la razón teológica: porque es el Corazón de carne del Hijo de Dios, el Corazón humano de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.
El contenido de este segundo paso es importante pero lo es mucho más el primero: toda nuestra vida está llamada a ser un camino de constante progreso en el conocimiento y en la adoración del misterio de la Persona de Jesucristo, que tiene Corazón y nos ama personalmente.
“El triple amor” de Jesucristo
En el término “Corazón” se condensa la magnitud imposible de abarcar de su amor. Por tanto, la palabra “Corazón” es el signo o símbolo que quiere expresar el amor infinito de Jesucristo con toda su riqueza, con toda su profundidad y con todos sus matices.
Primero. Amor divino. Jesús de Nazaret es el Verbo que estaba con el Padre desde toda la eternidad y que se ha hecho hombre (Jn 1,1.14). Como Cristo es la Segunda Persona de la Trinidad y, por tanto, verdadero Dios, nos ama con amor divino. El amor divino de Jesucristo brota de su naturaleza divina y por esta misma razón es el mismísimo y común amor al Padre y al Espíritu Santo.
Segundo. Caridad sobrenatural, la caridad de su voluntad humana. El Hijo de Dios, en el misterio de la Encarnación, se hizo verdadero hombre y su naturaleza humana posee las características propias del amor humano. En este segundo amor del Corazón de Jesús consideramos la caridad que hay en su alma y que le mueve a los actos más heroicos, como se nos revela especialmente en el Huerto de los Olivos. A Jesús no le resultó placentero ni consolador el sufrimiento atroz de Getsemaní; tuvo que vencer el temor, la angustia, la repugnancia natural a toda su Pasión… En el pasaje de la oración en el Monte de los Olivos se nos revela el amor fuerte y fiel del Maestro que brota de la caridad sobrenatural que anida en su alma y que le impulsa a vencer todas las dificultades. Esto es lo que hizo Jesús en Getsemaní: la caridad de su voluntad humana le lleva, por amor al Padre y a los hombres, a superar y vencer la repugnancia natural a los padecimientos y a la muerte que le esperaba, y de esta forma se entrega al designio de su Padre del Cielo.
Tercero. Amor humano sensible. Este amor procede también de su naturaleza humana. Es el amor filial que brota espontáneamente hacia su Madre, el cual, además tiene la nota de afecto sensible; es el amor de compasión que le estremece en su sensibilidad humana perfectamente ordenada cuando contempla la miseria temporal o espiritual, la enfermedad o el sufrimiento.
El Papa Pío XII en Haurietis aquas explicó que los tres tipos de amor están permanentemente en Jesucristo. Lo que sucede es que en algunos pasajes se manifiesta o se muestra más uno que otros pero debemos tener claro que Jesús poseía siempre este “triple amor”. Pío XII lo expresaba con estas palabras: “Este mismo triple amor movía su Corazón en su continuo peregrinar apostólico cuando realizaba innumerables milagros (…), cuando sufría trabajos, soportaba el sudor, hambre y sed…”.
El fundamento de la espiritualidad del Corazón de Jesús
En el s. XVII, una religiosa del monasterio de la Visitación de Nuestra Señora de Paray-Le-Monial (Francia), Santa Margarita María de Alacoque, recibió las revelaciones del Sagrado Corazón. El mensaje de Jesús fue el siguiente:
“Mira este Corazón que tanto ha amado a los hombres, que nada ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor y, en reconocimiento, no recibo de la mayor parte de ellos sino ingratitud, ya por sus irreverencias y sus sacrilegios, ya por la frialdad y desprecio con que me tratan en este sacramento de Amor. Pero lo que me es aún mucho más sensible es que son corazones que están consagrados los que así me tratan".
El fundamento y el origen de nuestra fe en Jesucristo y en el amor de su Corazón lo encontramos en la Revelación pública que se contiene en la Palabra de Dios y en la Tradición de la Iglesia. Las revelaciones privadas aprobadas por el Magisterio de la Iglesia como las que recibió Santa Margarita o bien nos ayudan a tomar más conciencia de algunas verdades de nuestra fe o bien el Espíritu Santo se sirve de este medio para dar un nuevo impulso a esas verdades de nuestra fe. Lo que siempre ha de quedar claro es que cualquier revelación privada nada añade a la Revelación definitiva de Jesucristo.
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