La fidelidad
Por Alfonso González, médico de familia
Vamos a intentar esbozar una virtud que rectamente aplicada puede decirse, en cierto sentido, que eleva a la persona a una cota de “suprema dignidad”, es la virtud de las personas que diríase tienen un “vuelo superior”, porque son almas nobles y personas de honor.
Es virtud que no está de moda… porque supone lucha contracorriente en el mundo actual, que nos invita a “ser fieles a nosotros mismos” como se suele decir, y que se traduce por tener el único compromiso de hacer lo que me dé “gusto al cuerpo”, la moda promulgada por el mundo actual es la fidelidad “al propio egoísmo”, esto me conviene lo hago, sino me conviene lo dejo, esto me gusta lo procuro, si me disgusta lo intento evitar, etc, es la idolatría del YO, una vida con vocación de veleta, sin fundamento sólido, sin más aspiración que vivir de sensaciones, a ser posibles placenteras o en el mejor de los casos, una vida con la principal aspiración a no tener problemas, es ese slogan que todos hemos oído de “vive y deja vivir”.
En este marco comenzaremos a hablar de la virtud que supone un seguro para alcanzar la dicha porque como dice la famosa frase de la que todos tenemos experiencia, “quien busca la fidelidad se encuentra de bruces con la felicidad, pero quien busca desordenadamente la felicidad pierde la fidelidad, y perdida esta, pierde la vida”, y que es lo que ya el Señor nos anunciaba en el Evangelio, “quien quiera encontrar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por Mí, ése la encontrará”.
Pero, ¿qué es la fidelidad?
La palabra fidelidad proviene de la palabra fides (fe) emparentada con la palabra fidere (fiar) de donde se deriva confiar, confianza, confidencia…
La fidelidad podríamos decir que es la respuesta adecuada a una promesa, a un propósito. Se es fiel a alguien a quien se le hizo una promesa en virtud de la confianza que se tiene en él por ser fiable.
Es una actividad típica de la persona, porque solo la persona se proyecta hacia el futuro. Se promete hoy, para cumplir lo prometido en el mañana. La fidelidad supone, por lo tanto, en primer lugar, una soberanía de espíritu, con independencia de los vientos que azoten la vida, de las dificultades que pudieran sobrevenir a lo largo del camino.
Pero como podemos comprender, la fidelidad que prometo hoy y que se proyecta hacia el futuro, no es una cosa que se “produce” y ya está, sino que hay que reafirmarse todos los días en esa fidelidad. Con un ejemplo sencillo de la vida ordinaria vamos a verlo claramente.
En el matrimonio, ambos cónyuges se comprometen a crear una vida de hogar. Pero esta vida no se crea de una vez y para siempre, sino que todos los días hay que ser fiel a ese compromiso, para seguir recreándola, crecer día a día en la unidad, siendo fiel, para crear el hogar. La fidelidad podría decirse que es un construir todos los días, cada momento, el proyecto al que libremente me he entregado.
De este concepto de fidelidad, creo que fácilmente se desprenden dos conclusiones. En primer lugar, resulta evidente que la fidelidad es impulsada y sostenida por el amor a lo valioso. Uno no empeña su vida en algo que no merece la pena. Como consecuencia, la persona que vive en fidelidad dota a su personalidad de solidez, de madurez, la hace cada instante crecer en plenitud, tanto más cuanto mayor valía tiene su compromiso. Esta firmeza y constancia en los compromisos adquiridos suscita, de forma natural, confianza. Diríase que reconocer la virtud de la fidelidad en una persona instaura un clima cálido, acogedor, que nos invita a confiar, porque estamos ante una persona que empeña su vida en un ideal de verdadera valía.
En segundo lugar, creo que se puede decir que es relativamente “fácil prometer fidelidad”, pero la gran cuestión es “mantenerse fiel”, vivir en fidelidad todos los días. Este mantenerse fiel es la actitud de la lealtad. Leal procede de “legalis”, que significa conforme a la ley. El hombre leal es aquel que asume el deber de cumplir lo prometido, es el hombre de ley, el hombre de honor, y ese cumplimiento es para él fuente de auténtica libertad. Hemos de caer en la cuenta que no se aferra a lo prometido por terquedad o por proclamarse hombre de palabra, sino que es fiel al compromiso porque esa fidelidad le hace crecer, le acerca al ideal de su vida, a su dicha. Ser fiel significa ligarse de forma comprometida, es decir obligarse libremente, dando con ello el mejor testimonio de su valor.
Mantenerse fiel es pues, la gran cuestión, y nada mejor que escuchar las recomendaciones sencillas y a la vez enjundiosas de S Agustín para encontrar las claves de esa vida fiel que nos lleva a la dicha.
En primer lugar nos recomienda “cumplir delicadamente las cosas a las que nos comprometemos”. Aquí nos detenemos un instante, en la importancia de los pequeños detalles. Como nos recuerda en Evangelio “el que es fiel en lo poco será fiel en lo mucho”, porque la vida está en los pequeños detalles.
El segundo consejo es “quitar y evitar las cosas contrarias o que pueden poner en peligro la fidelidad” porque “el que juega con fuego, se quema”, y cuantas experiencias seguramente conocemos de por no seguir estos dos sencillos consejos muchas vidas se han visto truncadas y mucho sufrimiento ocasionado.
En tercer lugar, “guardando tenazmente en la memoria los compromisos adquiridos”. No olvidar, sino tener perennemente en la memoria las obligaciones libremente adquiridas que sabemos nos llevan a la plenitud de vida. Recordar que es “volver a pasar por el corazón”.
Fidelidad porque la persona que promete algo valioso y lo cumple logra una cota de dignidad excelsa, estamos en los albores de la felicidad, de la dicha y de la bienaventuranza cuando esa fidelidad es al Señor en primer lugar o en el Señor, porque no existe verdadera fidelidad separada de lo bueno, lo verdadero y lo bello.
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