VIVIR DE VERDAD (III): ES DE BIEN NACIDO SER AGRADECIDO
Alfonso González, médico de familia
Todos recordamos la escena evangélica en la que diez leprosos fueron
curados y sólo uno se mostró agradecido. Nadie creo que se sorprenda del
episodio, pero el Señor quiso subrayar esta ingratitud humana que hiere su
corazón. Claro que la ingratitud no nos sorprende, pero corremos el peligro de
acostumbrarnos a ella, y no hay nada más peligroso que el tener un
corazón replegado y encogido sobre sí mismo, ávido de su propio interés, porque
se hace duro para una donación generosa y se aísla en la ingratitud.
En toda educación cristiana juega un papel esencial la virtud graciosa
del agradecimiento verdadero, porque un corazón agradecido no puede no ser
generoso y como dice San Juan Bosco "la experiencia demuestra
que la gratitud en la juventud es casi siempre presagio de un venturoso
porvenir".
Podríamos decir que la gratitud no es otra cosa que el
arte de manifestarse grato, agradable, o el arte de despertar en los demás un
sentimiento agradable por la gratitud manifestada.
Ya en la misma definición atisbamos la hermosura de la virtud tanto
para el que es agradecido como para el que recibe el agradecimiento. Pero es
virtud que ha de arrancar del corazón, hemos de educar el corazón para
hacerlo agradecido, siempre agradecido. De otro modo las pruebas de gratitud
serán meramente manifestaciones exteriores y no llegarán nada más que a la
altura de una formalidad social que guarda las apariencias y cumple con una
norma de educación.
Dar gracias es dar gracias, no es un discurso, ni apelotonar
expresiones cargadas de admiraciones. Dar gracias es dar gracias, con sencillez,
pero con lealtad y hondura. La actitud del corazón agradecido se
prolonga en todos los momentos, aunque con las palabras no se manifieste. Es el
corazón que se sabe amorosamente obligado, rendido deudor de favores.
El corazón ingrato en cuanto acaba su conversación acaba con la
gratitud, porque no había nada en el corazón auténticamente agradecido.
La gratitud no
puede enseñarse con reglas fijas porque es la explosión de un corazón
ennoblecido de los más ricos sentimientos, amigo de sentimientos sencillos,
hondos, de esas virtudes que parecen pequeñas pero que constituyen la urdimbre
de toda la vida y que se forjan en el sacrificio silencioso. Fracasaremos
siempre mientras queramos sacrificios gloriosos, porque la esencia del
sacrificio es la oscuridad.
En muchas
ocasiones vivimos con amargura y nos falta paz porque estamos esperando situaciones
estridentes, grandes heroísmos, sacrificios magníficos..., cuando el
secreto está en las acciones más sencillas y cotidianas..., en los
pequeños detalles de la vida ordinaria...; y la gratitud como disposición
habitual y virtuosa es deliciosa; y cuando se derrama sobre esas pequeñas cosas
que parecen insignificantes en sí mismas, pero que constituyen la vida, hacen
una vida admirable. La gratitud supone un corazón educado en la comprensión, en la
benevolencia, en la simpatía, en la generosidad y sobre todo en el Amor, y
estas son las mejores cualidades para hacer una vida dichosa y repartir dicha.
La gratitud es toda una filosofía de vida.
Hay un hecho tan
cotidiano como universal que no es otro que muchos corazones esperan todos
los días la caricia de la gratitud. Para nada esperan dinero, ni bienes
materiales, porque hay favores que no se pagan con todo el oro del mundo, sólo
esperan un gesto de agradecimiento, entre otras cosas porque es la respuesta de
la caridad en el alma. La gratitud que no cuesta dinero pero que quien la
dispensa es rico y enriquece a quien la recibe.
Si nos damos
cuenta, los más íntimos dolores y las más grandes alegrías se suelen producir
en el roce de la vida cotidiana. Creo que podemos decir que la
vida se agría por la general ingratitud. Y muchas veces no es una ingratitud
formal, es simplemente una rigidez en el gesto, una especie de alejamiento
distante, una falta de cordialidad, de forma que, a veces, las personas de un mismo idioma
hablan lenguas distintas, o incluso no hablan...
Pero ¿cómo
podemos cultivar la gratitud, cómo podemos educar el corazón para ser
agradecidos? Ya hemos dicho que no hay reglas fijas pero vamos a apuntar unas
ideas...
En primer lugar
hay que empezar por ser agradecido a Dios, y también a todas
las personas, incluso a aquellos que pueden habernos hecho algún mal. Cada
uno es dueño de su propio destino. No lo será ciertamente de las
situaciones exteriores, pero sí de su propio corazón...
Un
corazón agradecido debe saber dar... Dar siempre. Ese dar está muy por
encima del esperar o recibir. La gratitud está en las antípodas del egoísmo. La
generosidad es la disposición habitual del corazón agradecido.
Gran parte de las
inquietudes del interior de las personas se deben al desconocimiento de esta
ley fundamental de saber dar. Nos quejamos y vociferamos contra muchas cosas y
en el fondo todo es el grito de nuestro egoísmo que reclama derechos y olvida
deberes y generosidad. Miramos a la humanidad con ojos espantados al comprobar
que la humanidad pasa de largo sin atendernos, sin darse cuenta siquiera de que
existimos. Nos parece que los demás son injustos siempre. Nos dedicamos,
machaconamente, a señalar el egoísmo de los otros sin advertir que el simple
gesto de señalarlo delata ya nuestro propio egoísmo. Estamos ante un corazón
amargado.
Hacen falta almas
que sepan dar sin esperar nada a cambio. Ya Dios les dará su recompensa
espléndida y rebosante, pero no ha de ser exigida, ni imaginada siquiera.
Y ese dar que sea
con sencillez, saber dar con sencillez. Hay que convencerse de
que “no se pone una pica en Flandes” con lo que hacemos... Con el
hecho de dar no hacemos sino cumplir con un elemental deber y de paso nos
hacemos el mejor servicio. La mejor recompensa al dar es el haber dado, que “hay
más alegría al dar que al recibir”.
Ahí debe terminar
la cosa, nada debe recordarse luego, nada debe ser enmarcado ni adornado con
guirnaldas, como dice el consejo evangélico, la mano izquierda no debe saber
qué hace la derecha. Lo repetiremos otra vez, dar con sencillez de tal
manera que no puede casi ni observarse quien dio. El mejor adorno es aquel que
no puede apenas definirse pero que está en todo. Hacen faltas almas que den con
tal sencillez como si nada hubiera que hacer después, sino dar otra vez.
Pero además de
esa sencillez es necesario saber dar con amor. Porque nada es
la palabra, ni la dádiva, ni la sonrisa ni el favor. Los decorados sólo sirven
para enmarcar la vida. Los
actos externos de nada valen si no van fundamentados en la disposición interior
del amor. Cuando es el Amor, en primer lugar el Amor a Dios, no cansa
el dar, "el que anda en amor ni cansa ni se cansa", que dirá
San Juan de La Cruz.
Cuando se escuchan lamentos de personas que pasaron la vida
dando y sirviendo y entregándose, se nos ocurre la idea de que no supieron dar,
si es que de veras dieron alguna vez. El dar no causa ni quebranto ni fatiga,
sino ensanchamiento y dicha del alma, que produce alegría siempre que vaya
impregnado de verdadero Amor.
Saber
pensar es otra condición para educar un corazón agradecido. Saber
pensar en los servicios que los demás nos hacen. La vida supone un intercambio
de servicios innumerables que nos hacemos los unos a los otros. Todos los días
transcurren por innumerables beneficios que nos llegan de todas partes; se
puede decir que "nos ambienta un espíritu benefactor".
Si lo pensáramos,
nos
atan deudas infinitas de gratitud..., empezando por Dios que nos
envuelve de su Providencia Divina. Da dolor comprobar que las almas en muchas
ocasiones reservan un escaso tiempo en su oración a la acción de gracias a
Dios, cuando nos atan deudas grandiosas, soberanas, porque los dones que del
Señor han llovido sobre nosotros son incontables. Nos atan deudas con el Cielo y
también con la tierra, porque todos los días innumerables favores nos
realizan por todas partes. La gratitud debería ser la postura habitual
de nuestro espíritu.
Saber
recibir es otra forma que ayuda a saber ser agradecido. Saber recibir
con sencillez; la gratitud manifestada propicia siempre una fluidez cordial en
una relación, una sinceridad verdadera y un reconocimiento rendido en donde se
crece en el afecto sincero y recto.
Pero, ¿y si nos
olvidan...? También hay que saber recibir el olvido y que los
favores queden como huérfanos de gratitud. Claro que hay corazones ingratos,
hay que contar con la ingratitud ajena. Y ese olvido ajeno no debe cerrar la fuente de
nuestra generosidad, y nuestro corazón deberá siempre animarse a dar, a darse,
a prestar favor... ¡Qué importante es siempre pensar con humildad que somos
deudores, y siempre deudores!
Saber
recibir el olvido de los favores que hicimos y hacemos, y el olvido incluso de
nosotros mismos y seguir con la determinación de dar siempre. Y es
bueno no extrañarse ni escandalizarse y saber seguir amando y dando
generosamente, porque si nos damos cuenta "Dios ama de continuo a muchos que
jamás le devolverán el saludo".
Y finalmente es
importante saber expresar la gratitud, porque en definitiva la hace más
amable...
Que la gratitud
sea manifestada con sencillez, sin palabras rimbombantes ni gestos
desmesurados. Vale mucho más la riqueza interior que la abundancia verbal. La
gratitud está mucho más en la sinceridad de una vida generosa que en las
palabras o ademanes ensayados.
Para acabar, sólo
señalar la experiencia cotidiana y universal de que un corazón agradecido comprobará
que la vida transcurre en una siembra constante de dicha.
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