domingo, 18 de diciembre de 2016

Vivir de verdad (III)



VIVIR DE VERDAD (III): ES DE BIEN NACIDO SER AGRADECIDO

Alfonso González, médico de familia


Todos recordamos la escena evangélica en la que diez leprosos fueron curados y sólo uno se mostró agradecido. Nadie creo que se sorprenda del episodio, pero el Señor quiso subrayar esta ingratitud humana que hiere su corazón. Claro que la ingratitud no nos sorprende, pero corremos el peligro de acostumbrarnos a ella, y no hay nada más peligroso que el tener un corazón replegado y encogido sobre sí mismo, ávido de su propio interés, porque se hace duro para una donación generosa y se aísla en la ingratitud. 



En toda educación cristiana juega un papel esencial la virtud graciosa del agradecimiento verdadero, porque un corazón agradecido no puede no ser generoso y como dice San Juan Bosco "la experiencia demuestra que la gratitud en la juventud es casi siempre presagio de un venturoso porvenir".

Podríamos decir que la gratitud no es otra cosa que el arte de manifestarse grato, agradable, o el arte de despertar en los demás un sentimiento agradable por la gratitud manifestada.


Ya en la misma definición atisbamos la hermosura de la virtud tanto para el que es agradecido como para el que recibe el agradecimiento. Pero es virtud que ha de arrancar del corazón, hemos de educar el corazón para hacerlo agradecido, siempre agradecido. De otro modo las pruebas de gratitud serán meramente manifestaciones exteriores y no llegarán nada más que a la altura de una formalidad social que guarda las apariencias y cumple con una norma de educación.

Dar gracias es dar gracias, no es un discurso, ni apelotonar expresiones cargadas de admiraciones. Dar gracias es dar gracias, con sencillez, pero con lealtad y hondura. La actitud del corazón agradecido se prolonga en todos los momentos, aunque con las palabras no se manifieste. Es el corazón que se sabe amorosamente obligado, rendido deudor de favores.

El corazón ingrato en cuanto acaba su conversación acaba con la gratitud, porque no había nada en el corazón auténticamente agradecido.

La gratitud no puede enseñarse con reglas fijas porque es la explosión de un corazón ennoblecido de los más ricos sentimientos, amigo de sentimientos sencillos, hondos, de esas virtudes que parecen pequeñas pero que constituyen la urdimbre de toda la vida y que se forjan en el sacrificio silencioso. Fracasaremos siempre mientras queramos sacrificios gloriosos, porque la esencia del sacrificio es la oscuridad.

En muchas ocasiones vivimos con amargura y nos falta paz porque estamos esperando situaciones estridentes, grandes heroísmos, sacrificios magníficos..., cuando el secreto está en las acciones más sencillas y cotidianas..., en los pequeños detalles de la vida ordinaria...; y la gratitud como disposición habitual y virtuosa es deliciosa; y cuando se derrama sobre esas pequeñas cosas que parecen insignificantes en sí mismas, pero que constituyen la vida, hacen una vida admirable. La gratitud supone un corazón educado en la comprensión, en la benevolencia, en la simpatía, en la generosidad y sobre todo en el Amor, y estas son las mejores cualidades para hacer una vida dichosa y repartir dicha. La gratitud es toda una filosofía de vida.
               

        
Hay un hecho tan cotidiano como universal que no es otro que muchos corazones esperan todos los días la caricia de la gratitud. Para nada esperan dinero, ni bienes materiales, porque hay favores que no se pagan con todo el oro del mundo, sólo esperan un gesto de agradecimiento, entre otras cosas porque es la respuesta de la caridad en el alma. La gratitud que no cuesta dinero pero que quien la dispensa es rico y enriquece a quien la recibe.

Si nos damos cuenta, los más íntimos dolores y las más grandes alegrías se suelen producir en el roce de la vida cotidiana. Creo que podemos decir que la vida se agría por la general ingratitud. Y muchas veces no es una ingratitud formal, es simplemente una rigidez en el gesto, una especie de alejamiento distante, una falta de cordialidad, de forma que, a veces, las personas de un mismo idioma hablan lenguas distintas, o incluso no hablan...

Pero ¿cómo podemos cultivar la gratitud, cómo podemos educar el corazón para ser agradecidos? Ya hemos dicho que no hay reglas fijas pero vamos a apuntar unas ideas...

En primer lugar hay que empezar por ser agradecido a Dios, y también a todas las personas, incluso a aquellos que pueden habernos hecho algún mal. Cada uno es dueño de su propio destino. No lo será ciertamente de las situaciones exteriores, pero sí de su propio corazón...

Un corazón agradecido debe saber dar... Dar siempre. Ese dar está muy por encima del esperar o recibir. La gratitud está en las antípodas del egoísmo. La generosidad es la disposición habitual del corazón agradecido.

Gran parte de las inquietudes del interior de las personas se deben al desconocimiento de esta ley fundamental de saber dar. Nos quejamos y vociferamos contra muchas cosas y en el fondo todo es el grito de nuestro egoísmo que reclama derechos y olvida deberes y generosidad. Miramos a la humanidad con ojos espantados al comprobar que la humanidad pasa de largo sin atendernos, sin darse cuenta siquiera de que existimos. Nos parece que los demás son injustos siempre. Nos dedicamos, machaconamente, a señalar el egoísmo de los otros sin advertir que el simple gesto de señalarlo delata ya nuestro propio egoísmo. Estamos ante un corazón amargado.

Hacen falta almas que sepan dar sin esperar nada a cambio. Ya Dios les dará su recompensa espléndida y rebosante, pero no ha de ser exigida, ni imaginada siquiera.

Y ese dar que sea con sencillez, saber dar con sencillez. Hay que convencerse de que “no se pone una pica en Flandes” con lo que hacemos... Con el hecho de dar no hacemos sino cumplir con un elemental deber y de paso nos hacemos el mejor servicio. La mejor recompensa al dar es el haber dado, que “hay más alegría al dar que al recibir”.

Ahí debe terminar la cosa, nada debe recordarse luego, nada debe ser enmarcado ni adornado con guirnaldas, como dice el consejo evangélico, la mano izquierda no debe saber qué hace la derecha. Lo repetiremos otra vez, dar con sencillez de tal manera que no puede casi ni observarse quien dio. El mejor adorno es aquel que no puede apenas definirse pero que está en todo. Hacen faltas almas que den con tal sencillez como si nada hubiera que hacer después, sino dar otra vez.

Pero además de esa sencillez es necesario saber dar con amor. Porque nada es la palabra, ni la dádiva, ni la sonrisa ni el favor. Los decorados sólo sirven para enmarcar la vida.      Los actos externos de nada valen si no van fundamentados en la disposición interior del amor. Cuando es el Amor, en primer lugar el Amor a Dios, no cansa el dar, "el que anda en amor ni cansa ni se cansa", que dirá San Juan de La Cruz. Cuando se escuchan lamentos de personas que pasaron la vida dando y sirviendo y entregándose, se nos ocurre la idea de que no supieron dar, si es que de veras dieron alguna vez. El dar no causa ni quebranto ni fatiga, sino ensanchamiento y dicha del alma, que produce alegría siempre que vaya impregnado de verdadero Amor.

Saber pensar es otra condición para educar un corazón agradecido. Saber pensar en los servicios que los demás nos hacen. La vida supone un intercambio de servicios innumerables que nos hacemos los unos a los otros. Todos los días transcurren por innumerables beneficios que nos llegan de todas partes; se puede decir que "nos ambienta un espíritu benefactor".


Si lo pensáramos, nos atan deudas infinitas de gratitud..., empezando por Dios que nos envuelve de su Providencia Divina. Da dolor comprobar que las almas en muchas ocasiones reservan un escaso tiempo en su oración a la acción de gracias a Dios, cuando nos atan deudas grandiosas, soberanas, porque los dones que del Señor han llovido sobre nosotros son incontables. Nos atan deudas con el Cielo y también con la tierra, porque todos los días innumerables favores nos realizan por todas partes. La gratitud debería ser la postura habitual de nuestro espíritu.

Saber recibir es otra forma que ayuda a saber ser agradecido. Saber recibir con sencillez; la gratitud manifestada propicia siempre una fluidez cordial en una relación, una sinceridad verdadera y un reconocimiento rendido en donde se crece en el afecto sincero y recto.

Pero, ¿y si nos olvidan...? También hay que saber recibir el olvido y que los favores queden como huérfanos de gratitud. Claro que hay corazones ingratos, hay que contar con la ingratitud ajena. Y ese olvido ajeno no debe cerrar la fuente de nuestra generosidad, y nuestro corazón deberá siempre animarse a dar, a darse, a prestar favor... ¡Qué importante es siempre pensar con humildad que somos deudores, y siempre deudores!

Saber recibir el olvido de los favores que hicimos y hacemos, y el olvido incluso de nosotros mismos y seguir con la determinación de dar siempre. Y es bueno no extrañarse ni escandalizarse y saber seguir amando y dando generosamente, porque si nos damos cuenta "Dios ama de continuo a muchos que jamás le devolverán el saludo".

Y finalmente es importante saber expresar la gratitud, porque en definitiva la hace más amable...

Que la gratitud sea manifestada con sencillez, sin palabras rimbombantes ni gestos desmesurados. Vale mucho más la riqueza interior que la abundancia verbal. La gratitud está mucho más en la sinceridad de una vida generosa que en las palabras o ademanes ensayados.

Para acabar, sólo señalar la experiencia cotidiana y universal de que un corazón agradecido comprobará que la vida transcurre en una siembra constante de dicha.

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