domingo, 4 de diciembre de 2016

El camino de la vida


VIVIR DE VERDAD II: EL SANO HUMOR

Alfonso González


El sano sentido del humor, en definitiva una expresión de sana alegría, es una buena acción en favor de los demás, porque un espíritu amargado y sin sentido sano del humor es siempre una pesadilla para los demás, un motivo de inquietud o de disgusto y los demás no tienen la culpa de nuestros problemas.

Nos encontramos todos los días con los que se llaman fracasados de la vida, eternamente amargados, agrios de gesto y de espíritu, como si toda su actitud quisiera encarnar una tremenda y total acusación contra todo. Estos amargados de la vida son o los que menos lucharon contra los reveses de la vida o los que creyeron que la paz, base de la dicha, suponía quietud inalterable, cuando la paz que puede darse es la lograda por las pequeñas o grandes victorias ante las pequeñas o grandes cruces de la vida, con las armas de un corazón generoso y dispuesto a hacer triunfar la verdad y el bien, con la gracia de Dios. 



En el fondo son otro signo de salvaje egoísmo, en unas almas anquilosadas con ojos que vieron una piedra en el camino y se quedaron clavados, sin dejar de mirar a la piedra y sin intentar levantarla para evitar tropiezos, o ni siquiera intentar dar un rodeo para esquivarla...

El mal humor no puede ser sano. Es preciso que haya otros medios, porque nada bueno se ha logrado con el mal humor, ni para uno mismo ni para el prójimo ni para Dios.


Y vamos a poner la base de todo sano humor. Por delante y por detrás de nosotros está Dios. Y a la luz de la fe se completa de una manera sorprendente: delante y detrás de nosotros está Dios y dentro de nosotros está Dios. Seremos nosotros lo que entorpeceremos la marcha cuando todo podía ir bien. En primer lugar, es preciso recordar que "dentro de nosotros está el manantial de la dicha o la charca del tedio. Y a nadie podremos culpar de nuestra infelicidad si llegamos en algún instante a sentirnos desgraciados".

Cada anochecer anuncia un nuevo día, en todas las cosas hay un lado bueno, en cualquier rincón del mundo podemos descubrir alegría, todos los hombres tienen cualidades buenas, en todos los sucesos hay muchos caminos para el triunfo y solo una para el fracaso... Y el mal humor no arregla nada. Ni el gesto sombrío, ni el silencio enfadoso. Solo sirve para crear recelos, aleja a las almas y enfría las relaciones humanas. Cuanto más mal humorado uno se enfrenta a las cosas, más las cosas y las gentes se le enfrentan y más daño recibe él sin que nadie se beneficie. Una serena alegría interior nos lleva siempre a la mejor actitud, aun cuando nos llegaran a escupir en la cara. En este caso, la mejor de defensa no es un buen ataque... Siempre es ocasión de ofrecer una cortesía inquebrantable, que no se altera porque los demás se alteren, ni se hace malo cuando los demás presumen de malicia o incorrección. La paz ha de reinar en el alma y con la paz la alegría interior.

Solemos cometer un gran error y es buscar fuera de nosotros la alegría que sólo podemos encontrar en nuestro interior. Tenemos el alma rebosante de flores y esperamos el aroma ficticio de una flor de papel que nos llegue de fuera... No sabemos gozar de lo mucho que tenemos y por eso nos parece que nos falta todo... En el fondo el mal humor es un pecado de ingratitud contra Dios y un desprecio a la vida que Dios nos regala.

En el fondo, con la gracia de Dios, lo puede todo aquel que está decidido a ser invenciblemente dichoso. Y esto depende de cada uno de nosotros y no de los demás, ni de las cosas que nos rodean.

Guardar la paz interior, es el gran secreto de un sano humor y para ello es imprescindible volver los ojos a la Luz, al bien, a la belleza, a la Cruz del Señor, a la alegría de la esperanza que nunca falla, y no dejar nunca que el espíritu quede envuelto en las tinieblas y quede sepultado por ideas destructivas e infecundas. En cierto sentido las cosas no es lo que importa, sino el modo de aceptarlas y vivirlas.

La persona que destierra la queja y las lamentaciones, que evita el ataque, que sabe esperar con paciencia, que frente a las cosas se empeña en luchar, hasta violentamente si es preciso, y frente a las personas siendo dueño de sí mismo, es capaz de enseñar como quien desea aprender, y de corregir con entereza como quien pide un favor, nunca pierde la paz interior. Fácil para quien no se detiene en minucias ni se detiene en las mil y una pequeñeces que alteran a muchos. Que la ofensa pase pronto, que la energía del alma se centre en la tarea del momento y la inunde de ilusión y amor, y que siempre podamos tratando de servir, dispensar amor de Dios. Que aprendamos a recomenzar mil veces, si es preciso con entusiasmo cada vez mayor, porque nunca será demasiado tarde para hacer el bien...

Qué pena ver cómo nos detenemos por mil pequeñeces cuando la vida es tan breve que no merece que la empobrezcamos así, sino con la gracia de Dios enriquecerla con la feliz generosidad del que goza sacando de todo un bien, y adornándolo todo con la sonrisa de la cercanía y de la paz.

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