EL DIVORCIO
"Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre"
Dios, en su infinita sabiduría, ha querido que la unión por amor entre un hombre y una mujer haya sido elevada a la categoría de sacramento. El Matrimonio es una llamada concreta de Dios a santificarse y santificar el mundo por medio de la comunión entre los esposos que trasciende las fronteras de la propia familia. La vida matrimonial debe ser un reflejo de la unión y del amor de Cristo por su Iglesia.
En este camino Dios no deja solos a los esposos sino que El entra como tercer factor en esta relación. El es el que ha hecho florecer ese amor entre ambos cónyuges y si ellos le dejan, Él será el que dé las gracias necesarias para permanecer fieles, aumentando ese amor día a día hasta el fin de sus vidas.
Esta unión entre ambos esposos se caracteriza por la unidad y por la indisolubilidad. El amor verdadero no puede ser fruto de un capricho pasajero sino que implica quererse siempre. Esta indisolubilidad fue afirmada explícitamente por Jesucristo cuando los fariseos le preguntaron sobre la licitud de repudiar a la esposa (Cf Mt, 19,3), y ha sido recordada constantemente por la Iglesia: "Enraizada en la donación personal y total de los cónyuges y exigida por el bien de los hijos, la indisolubilidad del matrimonio halla su verdad última en el designio que Dios ha manifestado en su Revelación: El quiere y da la indisolubilidad del matrimonio como fruto, signo y exigencia del amor absolutamente fiel que Dios tiene al hombre y que el Señor Jesús vive hacia su Iglesia." (Juan Pablo II, Exhortación apostólica Familiaris consortio, nº 20).
Es cierto que esta doctrina es exigente, y muchas veces incomprensible por nuestro mundo e incluso por algunos cristianos debido, al menos en parte, al miedo al compromiso serio y definitivo, a la falta de la humildad y del espíritu de sacrificio necesarios para toda convivencia y sobre todo por no entender el valor y la grandeza del matrimonio cristiano y por no confiar en que Dios es El que va a dar las gracias necesarias para perseverar en la entrega y en el amor a pesar de todas las dificultades que puedan surgir.
Las consecuencias de los divorcios son devastadoras, especialmente para los hijos, así, en el Segundo Congreso Mundial de Derecho Familiar, celebrado en San Francisco (California) en Junio del 97, la psicóloga norteamericana Judith Wallerstein presentó un estudio sobre las desastrosas consecuencias que tiene el divorcio para los hijos1. También el prestigioso psiquiatra Enrique Rojas declara: "El divorcio suele tener efectos demoledores en los hijos. Entre otros, se han descrito manifestaciones depresivas"2 y Gerald Caplan, Profesor de la universidad norteamericana de Harvard, afirma que el 40% de los hijos de padres divorciados sufre psicopatologías3. Estos son sólo algunos testimonios de las consecuencias de las rupturas matrimoniales. Los hijos tiene derecho a tener un hogar feliz, unos padres que se quieran; los primeros años de nuestra vida son decisivos para su posterior desarrollo y equilibrio.
Muchas veces, especialmente en los medios de comunicación, se intenta igualar el divorcio a la nulidad matrimonial y esto es un grave error. La nulidad consiste en demostrar que nunca hubo un matrimonio mientras que el divorcio es romper el compromiso que sí ha existido entre ambos cónyuges. En el caso de la nulidad es lícito que el hombre y la mujer se puedan volver a casar por la Iglesia ya que nunca estuvieron casados, en el caso del divorcio al vivir con otro hombre o mujer estarían viviendo en adulterio ya que el primer matrimonio sigue siendo válido. Cuando es imposible la convivencia entre ambos cónyuges la Iglesia permite que vivan separados, pero nunca aceptará que cualquiera de ellos vuelva a recibir el sacramento del matrimonio ya que se prometieron compartir sus vidas "hasta que las muerte los separe".
Al mirar a nuestro alrededor puede entrarnos un poco de tristeza y pesimismo al ver la situación de nuestra sociedad, ante ello tenemos que responder con la oración, la doctrina clara y fiel de la Iglesia sobre este tema y sobre todo con el testimonio de tantas familias cristianas que intentan ser la imagen de la Sagrada Familia, el Papa Juan Pablo II no deja de animarnos y aconsejarnos: "Dar testimonio del inestimable valor de la indisolubilidad y fidelidad matrimonial es uno de los deberes más preciosos y urgentes de las parejas cristianas de nuestro tiempo. Por esto, junto con todos los Hermanos en el Episcopado que han tomado parte en el Sínodo de los Obispos, alabo y aliento a las numerosas parejas que, aun encontrando no leves dificultades, conservan y desarrollan el bien de la indisolubilidad; cumplen así, de manera útil y valiente, el cometido a ellas confiado de ser un "signo" en el mundo -un signo pequeño y precioso, a veces expuestos a tentación, pero siempre renovado- de la incansable fidelidad con que Dios y Jesucristo aman a todos los hombres y a cada hombre. Pero es obligado también reconocer el valor del testimonio de aquellos cónyuges que, aun habiendo sido abandonados por el otro cónyuge, con la fuerza de la fe y de la esperanza cristiana no han pasado a una nueva unión: también estos dan un auténtico testimonio de fidelidad, de la que el mundo tiene hoy gran necesidad. Por ello deben ser animados y ayudados por los pastores y por los fieles de la Iglesia." (Juan Pablo II, Exhortación apostolica Familiaris consortio, nº 20).
(Merce Ruiz, revista "Kerygma" nº 4)
Fuentes:
1 Diario ABC de Madrid, 4-VI-97, pg. 58.
2 ENRIQUE ROJAS: El amor inteligente, VIII. Ed. Temas de hoy. Madrid. 1997.
3 Diario ABC de Madrid, 22-XII-97.
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