sábado, 17 de octubre de 2015

Nº 1 "El corazón", Von Hildebrand




                         "El corazón", Von Hildebrand


                                                                                               Nº 1, por el P. Manuel García, sacerdote



Una de las notas más características del hombre contemporáneo es la gran importancia, en algunos casos desmedida, y en no pocas irracional, que pone en los sentimientos. Para el hombre de hoy éstos tienen un valor casi supremo, por encima de los cuales no se antepone nada; esto no es algo nuevo en el pensamiento y la cultura, lo hemos heredado del movimiento cultural del s. XIX. Pero, a diferencia de otras épocas, en la actualidad la persona casi nunca pone en cuestión la verdad de dichos sentimientos.

No se pone en duda si el modo como yo me sienta afectado, el modo como yo me alegre, goce, apene o sufra ante una determinada situación es bueno o no y si me hace mejor persona o no, y esto puede jugarnos alguna que otra mala pasada.

Tal vez esta confianza ciega en nuestros sentimientos nos pasa inadvertida porque la afectividad humana no es accesible directamente a nuestra libertad, y así la alegría o la tristeza no se engendran en nosotros como lo hace un acto de voluntad.



Pongamos un sencillo ejemplo de cómo los sentimientos pueden jugarnos una mala pasada. Hay quien ante una situación de sufrimiento de los demás o un hecho que produce por sí mismo compasión les lleva a derramar abundantes lágrimas y a “sentirse” profundamente conmovidos por un espacio de tiempo, pasado el cual, la persona vuelve a su mundo afectivo anterior sin que los afectos que ha tenido le lleven a hacer nada por remediar el dolor ajeno. Esta situación no es infrecuente y revela una afectividad sentimental pero profundamente desordenada porque “todo sentimiento se corrompe al disfrutarlo de modo introvertido”. En este caso un sentimiento sano y ordenado es el que afectándonos nos mueve a ayudar al que lo necesita aunque nos cueste sacrificio y esfuerzo.

En otras ocasiones nos sentimos afectados por palabras o gestos a los que les damos una importancia decisiva en nuestra relación con los demás aunque en realidad son gestos superficiales que no deberían afectarnos en nada. Esto sucede cuando no hay correspondencia entre lo sentido y el objeto que produce en nosotros el afecto. En este caso nos encontramos con personas hipersensibles que no juzgan sus sentimientos ni dejan que su razón analice los valores en juego, simplemente dan rienda suelta a los sentimientos del corazón como si por sí solos, sin estar guiados  por la verdad y ordenados por el amor, fueran la auténtica respuesta a una situación.

Basta pensar un poco en ello para saber que nuestros afectos pueden o no estar ordenados según la verdad de las situaciones que nos afecta y a las que nos enfrentamos.

Una de las partes más olvidadas en la educación es precisamente el valor y la educación de los afectos o de los sentimientos. “Y es que la esfera afectiva comprende experiencias de nivel muy diferente que van desde los sentimientos corporales hasta las más profundas experiencias del amor, alegría santa o contrición profunda”. Hay un abismo entre una alegría santa por un bien recibido (la alegría de la Virgen María al concebir a Jesús), el dolor por el pecado cometido (la contrición de San Pedro después de haber negado a Cristo), o los celos, la ambición, o la indiferencia. Los primeros sentimientos nacen de un afecto sano y por lo tanto humano porque tienen su raíz en el amor; los últimos son torcidos e insanos y su raíz o es el orgullo o la envidia.

El hombre necesita saber de qué herramientas naturales dispone para vivir: la razón para conocer la verdad y el bien, la voluntad para dirigirse hacia él… y junto a ellas como capacidad espiritual del hombre se encuentran sus sentimientos. Von Hildebrand hace un análisis certero a la vez que sencillo del mundo de afectos y sentimientos que rodean al ser humano. Porque si es verdad que nuestra sociedad le concede una importancia casi decisiva a los sentimientos personales también es cierto que nuestra época desconoce profundamente cómo funcionan, para qué sirven y cuando están o no ordenados.

Es verdad que el hombre lleva dentro de sí el deseo de lo infinito pero ese deseo no es irracional y debe estar guiado por una búsqueda leal de la verdad.

En el libro al autor nos ayudará a comprendernos mejor, saber discernir qué afectos y sentimientos nos hacen bien y cuales hay que ordenar por medio del amor y cómo hacerlo.

Si la razón me dice qué afectos tengo o no ordenados conforme a la verdad y al bien es el amor en cambio quien actuando como una potencia o como una forma de naturaleza puede ordenar los afectos de nuestro mundo interior.

Al final del libro el autor analiza el mundo afectivo del Corazón de Jesús que para nosotros no sólo es el modelo de cómo se ama (“no hay amor más grande que el que da la vida por sus  amigos”) sino también un modelo de cómo tiene que ser nuestro mundo afectivo.

El afecto ordenado es el de aquel que ama a Dios y lo ama con afecto, no con un mero sentimentalismo, donde se alegra y goza con las cosas de Dios y el bien de los hombres y a la vez se entristece (con una tristeza que nace del amor y no del orgullo) con el pecado.

En el fondo el afecto ordenado es aquel que se comporta como el mundo afectivo de Cristo. En una de las letanías al Corazón de Jesús decimos: “Corazón de Jesús, haz mi corazón semejante al tuyo”, podemos añadir, un corazón según y a la medida del Corazón de Jesús, un Corazón que llora sobre Jerusalén (Lc. 19, 41); se conmueve por la muerte de Lázaro; que llama bienaventurados a los pobres y a los que lloran; que enseña la parábola del buen samaritano;  que goza con la vuelta del hijo pródigo; que se compadece del ciego de nacimiento, de la samaritana, del lisiado de Siloé, del miedo de los apóstoles ante la tempestad (Lc. 8,22), de las mujeres que lloran por Él en al camino al Calvario; que tiene frases duras para quien escandalice a un niño;  que reprende con fuerza a Pedro por querer evitar la Cruz para el Mesías; que aprecia y ensalza al publicano en el templo; que sufre ante el amor poco profundo de Pedro; que busca ser amigo de sus discípulos y que pide perdón para sus torturadores.


El amor de la persona cuando está unido al verdadero Amor que es el amor de Dios puede ordenar los sentimientos para que estos se ajusten a la verdad de los acontecimientos y  al verdadero bien de nuestra naturaleza humana.


Es un libro sencillo y fácil de leer. Nos enseña más sobre nosotros mismos que muchas lecciones de psicología. 

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