Fr. Antonio Royo Marín. Corazón de Jesús, 1999.
Jesús, modelo de mansedumbre y de humildad
Modelo de mansedumbre
1. El Señor quiso que los profetas anunciaran la mansedumbre como distintivo del Mesías (Is 42, 1-4), y que los evangelistas señalaran claramente el cumplimiento de esta profecía (Mt 12, 17-21)
2. Muéstrase como modelo de mansedumbre para todos nosotros: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y hallaréis vuestro descanso” (Mt 11, 29). Cuando predica el Evangelio no lo hace con arrebato, animosidad ni aspereza sino con calma y serenidad.
Con los apóstoles: sufre su ignorancia, sus impertinencias, sus debilidades. Les aconseja mansedumbre para con todos: perdonar hasta setenta veces siete, ser sencillos como palomas, devolver bien por mal, ofrecer la otra mejilla a quien les hiere una de ellas.
Con las turbas: nada de voces intempestivas. Ofrece a todos el perdón y la paz, multiplica las parábolas de la misericordia, se ofrece para alivio y reposo de todos los oprimidos.
Modelo de humildad
Antes de nacer: se anonadó en el seno de María; se somete a un decreto caprichoso del César, a los desprecios de la pobreza (“y no hubo sitio para ellos”). En Nazaret lleva una vida de obrero manual, obediente a sus padres. Escoge a sus discípulos entre los más ignorantes y rudos. Vive pobremente; predica con sencillez usando un lenguaje al alcance de los humildes, “si no os hiciéreis como uno de estos pequeñuelos…”, “no he venido a ser servido sino a servir”. Hace milagros para probar su misión divina pero sin ostentación alguna; exige silencio y huye cuanto tratan de hacerle rey.
En su pasión: bofetadas, burlas, insultos y salivazos, azotes. Coronado de espinas; vestido de blanco, como loco. Barrabás preferido.
En la eucaristía: expuesto a la voluntad de sus ministros; visitado u olvidado; siempre encerrado. “In cruce latebat sola deitas, hic latet simul et humanitas”. Descortesías y afrentas, sacrilegios, profanaciones horrendas.
Aplicación a nosotros
1. Mansedumbre. El medio más eficaz para alcanzar la dulzura del Corazón de Jesús es el amor a Nuestro Señor: el amor tiende a producir la identidad entre los que se aman.
Contemplar el ejemplo de Jesús, sus deseos y beneplácitos. Contemplar el misterio eucarístico. ¡Hagamos de la comunión nuestro aprovisionamiento de dulzura para todo el día!
Debemos imitar a Nuestro Señor. Evitar las disputas, las voces destempladas, las palabras que puedan hacer daño. Cuidar mucho de no devolver mal por mal; no hablar nunca cuando estemos airados. Tratar con buenas maneras a todos, aún cuando nos molesten.
2. Humildad. Los medios para alcanzar la verdadera y auténtica humildad de corazón son:
Pedirla incesantemente a Dios. Contemplar la humildad profundísima del Corazón de Jesús. Esforzarse en imitar a María, el máximo modelo de humildad después de Jesús.
Debemos practicar la humildad de corazón para con Dios, para con el prójimo y para con nosotros mismos.
Para con Dios: espíritu de religión, de sometimiento y adoración (“Tu solus sanctus”); de agradecimiento porque todo lo hemos recibido de Dios; de dependencia porque venimos de la nada: por nosotros mismos nada podemos, ni en el orden natural ni en el sobrenatural.
Para con el prójimo: admirar en él, sin envidia ni celos, los dones naturales y sobrenaturales que Dios le dio. Considerarnos inferiores a todos, al menos por nuestra mala correspondencia a la gracia.
Para con nosotros mismos: amar la propia abyección. Aceptar la ingratitud, el olvido, el menosprecio.
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