domingo, 16 de diciembre de 2018

La mortificación



LA MORTIFICACIÓN


                                                                          Por Alfonso González


“Los que pertenecen a Cristo, crucificaron sus carnes con sus concupiscencias” dice San Pablo. Si Cristo es nuestro ideal aceptemos y vivamos sus recomendaciones: “Quien quiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”

Sin mortificación no hay virtud posible, y así vemos que para ser humilde hay que mortificar el amor propio y el orgullo, con sus exigencias y pretensiones; para ser suave es preciso vencer el carácter y el mal humor, sus ligerezas y brusquedades; para ser obediente se necesita mortificar la voluntad propia con sus repugnancias y caprichos, etc. 

La palabra mortificación significa “dar muerte”, pero, ¿quién debe morir en nosotros? El hombre viejo, el germen de maldad que llevamos en nuestro ser como consecuencia del pecado original. Hemos de empeñarnos en una lucha cuerpo a cuerpo contra nuestras malas inclinaciones y malas tendencias. 

Si el alma se eleva, el cuerpo es su esclavo, pero si el esclavo reina el alma desciende y hasta puede ser sofocada en el fango. 

Es pues menester vigilar, mortificar y domar el “hombre viejo” para que pueda vivir el hombre nuevo. Decía un mártir: “el alma manda y el cuerpo obedece”. He aquí el deber de la mortificación cristiana, el freno de oro de la concupiscencia, el bocado de bronce que debe morder. Según el dicho: “Sólo los muertos viven”. 

Motivos: 

1º El ejemplo de Cristo. Cristo sufrió por nosotros dejándonos su ejemplo para que tras sus huellas caminásemos, y toda su vida fueron cruces y martirios. ¡Quién tendría la osadía de decirle al Señor : Tú sufriste pero yo no quiero sufrir, o tu llevaste tu cruz y fuiste coronado de espinas, pero yo no quiero llevarla y ser coronado de rosas! 

Horrible sería si nos atreviéramos a decirle eso; aunque a lo mejor no lo decimos, lo podemos vivir… 

2º El termómetro de la vida espiritual. “El adelanto espiritual está en su proporción a la violencia que te hagas a ti mismo” (Imitación de Cristo). La verdadera vida espiritual consiste en someter, en sujetar las facultades inferiores a las superiores; el apetito a la razón; la razón a Dios. Esto sólo se consigue con violentos y constantes esfuerzos. 

3º El camino del Cielo. “Fue necesario que Cristo padeciese para que entrara en su gloria”. Para llegar a los collados eternos, quien más quien menos, todos debemos pasar por el Calvario. Decía S. Vicente de Paul: “Quien quiera que sea que ya tenga un pie en el cielo y deje la mortificación, corre riesgo de perderlo”. 

4º Es la respuesta del amor humano al amor de un Dios que muere por nosotros. 

5º Verdadero y único camino para salvar las almas. Dios muere para rescatarnos, para ser salvos, debemos ser mártires. Un alma cuesta cara. Cuando el sacrificio se eleva hacia el trono de Dios, su gracia desciende hasta nosotros. El sacrificio es la última expresión de todo apostolado fecundo. 

6º Es la felicidad. Parecería una paradoja y en realidad es una verdad de quilates. “Gusté mayor consuelo un cuarto de hora al pie del crucifijo que en los deleites de muchos años de placeres” (S. Agustín). No cuesta tanto lo que se da a Dios como lo que se le rehúsa. 


Prácticas de mortificación

1. No buscar mortificaciones extraordinarias, contentémonos con las que cada día surgen a nuestro paso y “abracemos con una sonrisa las incomodidades que nos brinda el Señor en la vida diaria”, porque nada hay pequeño cuando se hace con corazón generoso y constante. Si esperamos la ocasión de acciones extraordinarias, correremos el riesgo de morir sin que hayamos cumplido alguna. 

2. Aceptar con buena cara los sufrimientos que nos vienen por los demás. Por otra parte, ¿para qué hacer ruido, llorar o quejarnos? La cruz se presenta como anexa a nuestra propia existencia… El cristiano debería tener como palabra de orden: “sufre y alégrate”. La alegría es la atmósfera de las almas heroicas, ayuda a sufrir santamente. 

3. Imponerse mortificaciones voluntarias. Se aprende a escribir escribiendo, a mortificarse mortificándose. El sufrimiento enseña a amar, y el amor enseña a sufrir. El cúmulo de mortificaciones recogido a lo largo del día será el testimonio más bello de amor, más que cualquier fórmula de oración por magnífica que sea. 

4. Guerra a la pasión dominante. Que es por donde debemos comenzar siempre. Cualquier otro trabajo que no tenga por fin este sería como un golpe de espada en el agua. Mientras no se derribe a Goliat, permanecerán los filisteos. 

5. Todo esto con alegría y amor. Con amor porque cuando se ama no se miden los sacrificios. Con alegría, porque la alegría es una potencia, una virtud, es el “secreto gigantesco del cristiano” (Chesterton).


No hay comentarios:

Publicar un comentario