domingo, 30 de diciembre de 2018

La bondad



LA BONDAD



Comenzamos con una virtud que es característica de un corazón bueno: la bondad. Dice el Padre Faber que “una persona siempre buena y benévola con el prójimo o es santa o pronto llegará a serlo”. 

La bondad consiste en olvidarse de sí mismo para pensar en los demás, en colocar al prójimo en nuestro lugar y tratarlo como a nosotros mismos; en darse, dedicarse, sacrificarse por los hermanos; en hacerles todo el bien posible y acudir en su auxilio. El P. Lacordaire dice que “La bondad es la virtud que no consulta intereses, no espera órdenes del deber, no tiene necesidad de ser requerida, sino que tanto más se inclina hacia un objeto cuanto más pobre es, mezquino y abandonado. Existe en la bondad, además del don de darse, el encanto que vela el beneficio que se hace, una transparencia que permite ver el corazón y amarlo: un no sé qué de simple, suave, y encantador que conquista. La bondad es lo que más agrada a Dios y desarma a los hombres”. 

Pero ¿por qué es virtud tan admirada? 

Nos hace la vida más soportable. A esta vida tan a menudo pesada y fastidiosa… una simple palabra de bondad basta para aliviarla. 

Torna la calma. ¿Cuántas almas tienen necesidad de una temperatura más delicada a cuyo calor pueden abrirse, sonreír a la vida, florecer y fructificar. A veces basta una palabra de bondad para convertir a un pecador. 

Da ánimo. ¡Cuántas almas descorazonadas, fatigadas, cansadas, vuelven a la vida sintiéndose atraídos por la bondad. Existen corazones nobles que sucumben por falta de un rayo de bondad. Existen grandes arrojos hacia el bien que tristemente se pierden porque no hubo un alma buena que supiera alentarlos y sostenerlos. 

Es comunicativa. Jamás una buena acción está sola; la fecundidad es su derecho. La bondad se propaga en todos los sentidos. Jamás se pierde uno de sus más mínimos actos; su influencia insensiblemente propaga sus ondulaciones a través de los siglos. 

5º  Nos atrae gracias. Porque Dios da a quien alegremente da, y lo que Dios da es muy precioso. 

6º  Nos hace humildes, porque es una condición indispensable para olvidarse de sí mismo pensar en los demás, hacerse pequeños. Un orgulloso no puede ser bueno, mientras que por el contrario, el sentimiento de un buen corazón, que se tiene en nada al considerar lo poco que hace por sus hermanos en comparación de lo que tendría que hacer, lo lleva a desechar su propia estimación y conservarse humilde. 

7º  Nos alegra; solo los corazones grandes saben apreciar en su justo valor la dicha de ser bueno. Con el bien que se hace se perfuma el alma, comunicando la alegría a los demás porque es imposible sustraerse a su irradiación. 

Salva almas. Un hombre amable es un apóstol porque lleva almas a Cristo, es un evangelista porque desarrolla en su ser la imagen del Salvador. Donde la ciencia, el talento, el genio y la elocuencia se esfuerzan en vano, allá la bondad conseguirá la victoria, ella conquista el corazón y del corazón al alma hay muy poca distancia. 

Pero, y ¿cómo se puede practicar? 

Ser buenos en los pensamientos. Todos los actos son el resultado de un pensamiento. Es necesario que nos acostumbremos a cultivar pensamientos de benevolencia hacia todos, cosa que no es tan fácil porque nos obliga a dejar en la sombra nuestro importante “yo”, nuestro incurable egoísmo para ocuparnos de los demás. 

Ser buenos en las palabras. Una buena palabra sana, consuela, reanima, empuja al bien. Una palabra sinceramente cordial puede convertir un alma.”Toda contienda nace siempre por un malentendido; y a veces subsiste largo tiempo, dado que el silencio perpetúa el malentendido”. ¡Cuántas veces dejamos pasar la ocasión de sembrar en nuestro sendero una buena palabra que calme los corazones! 

Es necesario saber escuchar con bondad, calma, paciencia, aún a los importunos. Muchas veces nos harán perder el tiempo y… la paciencia; pero recordemos que sólo el hecho de haber podido hablar y desahogar la angustia del corazón es un gran alivio para el que sufre. 

Ser buenos en las acciones. No faltan en la vida las ocasiones de ser buenos. No las dejemos pasar. Sirvámonos de nuestra alegría para hacer la vida más llevadera a los demás, de nuestras manos para ayudarlos, de nuestra palabra para sostenerlos, de nuestra inteligencia para protegerlos, de nuestro corazón para amarlos. Será menester alguna vez el heroísmo para prodigar una sonrisa, para prestar un servicio amablemente. Para seguir este programa de vida es preciso ser un valiente, porque “la bondad, hija de la fortaleza, no reina sino en las almas habituadas a vencerse” (Sto Tomás de Aquino). 

Pero, ¿tiene límites la bondad? Es San Vicente de Paul el que dice que: “Me he convencido de que para ser bueno, hay que ser muy bueno”; “La medida del amor, dice San Agustín, es amar sin medida”. La medida de la bondad es la medida del Amor de Dios “que muere en la cruz para salvarnos”.



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