domingo, 28 de octubre de 2018

El camino de la vida. Sin oración no hay camino (1ª parte)




CAMINO DE LA VIDA: SIN ORACIÓN NO HAY CAMINO  (1ª parte)

                                                                                                            

Por Alfonso González, médico de familia


Hablamos y hablamos del camino de la vida y tocamos mil palillos pero hasta ahora hemos comentado poco o casi nada de lo que resulta esencial en el camino de la vida cristiana, “la única cosa necesaria”, como es la relación de amistad y de intimidad con el Señor, de la oración cristiana. Y recalco que me refiero a oración cristiana, porque en estos tiempos en los que Dios ha querido regalarnos la vida lo primero que vamos a decir es que la oración cristiana no es yoga, zen o cualquiera de los métodos de meditación oriental o similar que tan de moda se han puesto en nuestra sociedad. La oración no es una técnica, se trata de que Dios se da libre y gratuitamente al hombre. Claro que la iniciativa y la actividad del hombre tienen su papel, pero la vida de oración descansa en la iniciativa de Dios y en su Gracia, y tiene como fin, no un estado de “tranquilidad” sino la transformación de nuestra vida en Cristo.

Aclarado este punto empezaremos diciendo que hay una máxima que es fundamental que la grabemos a fuego en nuestra mente: “nuestra vida vale lo que vale nuestra oración”, porque “la oración es el alma de la vida cristiana y la condición de una vida auténticamente apostólica”. La razón es clara: la oración nos hace amigos de Dios, nos introduce en su intimidad y en la riqueza de su vida. Sin esta relación de amor, la vida se torna en una vida superficial, y el anuncio del evangelio en una mera propaganda y el compromiso de la caridad en mera obra de beneficencia que no cambia nada fundamental en la condición humana. La oración nos lleva a ser realmente cristianos, “la oración es el secreto de un cristianismo realmente vital, que no tiene motivos para temer el futuro” (S. Juan Pablo II).



La existencia humana no encuentra su equilibrio y belleza si no pone a Dios por centro, “nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti” (S. Agustín), y la oración y la fidelidad a la misma permite garantizar esa primacía de Dios en la vida. Sin oración la prioridad de Dios en nuestra vida se convierte en una mera declaración de buenas intenciones, en una ilusión. El que no reza pondrá el “ego” en el centro de su vida y no en Dios. El que ora, aunque tenga que enfrentarse al mundo, al demonio y a la carne reaccionará siempre para dejar que el Señor ocupe el lugar que le corresponde en su vida, el primero. Y cuando Dios está en el centro todo encuentra el lugar que corresponde.

Sin vida de oración no hay camino de santidad, que es el único camino. “El que huye de la oración huye de todo lo bueno” (San Juan de la Cruz). Todos los santos han sido personas de oración y, casualidades de la vida, “los más entregados al servicio del prójimo eran también los que más unidos estaban al Señor”.

Y antes de seguir, una pequeña objeción que podemos encontrar: sabemos que Dios concede la gracia principalmente a través de los sacramentos. La Santa Misa es en sí más importante que el trato personal con el Señor. Cierto, pero no es menos cierto que hasta los mismos sacramentos tendrán una eficacia limitada cuando falta “buena tierra para recibirla”. Seguramente en muchas ocasiones la Eucaristía no proporciona los frutos de curación interior, de santificación, porque no se recibe en un clima de amor, de fe, de adoración, de acogida de todo el ser, clima que solo crea la fidelidad a la oración.



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