martes, 3 de abril de 2018

El camino de la vida



LA BATALLA MÁS DIFÍCIL: LA CONQUISTA DE UNO MISMO

                                            Por Alfonso González, médico de familia

“Nuestro mundo exige hombres
que huyan de la mediocridad
y busquen la perfección”

(Pío XII)


No hay más que echar una mirada alrededor para darse cuenta de que el mundo no es feliz, y que las personas no son felices… llenos de comodidades, de adelantos, de ciencia y tecnología, pero seguramente falla lo más importante: el factor humano.

Uno se da cuenta que en el mismo sitio y con las mismas cosas hay quien ríe y hay quien llora. No deben ser pues las cosas externas lo que haya que arreglar en primer lugar; debe ser el propio corazón.

Si el corazón no es un corazón sano donde quiera que tu corazón vaya, rezumará malestar y acidez. 

Nos volcamos en el exterior, vamos conquistando el mundo, pero no nos hemos conquistado a nosotros mismos.

El primer y fundamental y gran problema de nuestra vida es el problema de vivir… Los demás problemas, por decirlo así, lo contemplan, estarán presenten, pero no son su esencia.

Uno asiste con perplejidad, como el golfillo de la calle pasa los días cantando, como los santos renuncian a todo y su ser entero es pura canción de dicha y alegría…; en lechos de dolor muchas almas sonríen incesantemente, y muchos en la mayor opulencia y prosperidad humana crujen de amargura… 

Convenzámonos, “la paz como la guerra, la tristeza como la alegría, no existen realmente fuera de nosotros mismos, sino dentro de nuestra alma”, y allí donde vayamos llevamos esa alegría o tristeza, esa guerra o esa paz, por más que cambiemos de lugar, por más que creamos que la solución está en lo externo… no busquemos en las cosas externas la solución a los grandes problemas de la vida, sino en nuestra alma…

Hemos sido colocados en este mundo con un alma, inclinada por el pecado original al mal, y esto hace que la vida sea una lucha constante para obtener un brillante destino, la Patria celestial. Llamados a la filiación divina, camino del destino eterno… pero sólo se consigue después del combate contra el peor enemigo, nosotros mismos… 

Hay por lo tanto una primera condición, el afán de superación, porque la vida es lucha constante….

Hay un antiguo axioma que dice que “sólo se estanca lo que muere”, o como tantas veces hemos oído “el que no avanza retrocede”. Mientras se vive, se conquista algo, y la vida no admite estancamientos, y mucho menos en la lucha continúa por ser mejor… Pero no es menos cierto, que es preciso saber comenzar, y comenzar muchas veces. En los avatares y retrocesos, en las caídas y levantamientos que todas las luchas llevan consigo, sólo pueden ser considerados como vencidos los que se dejan arrebatar la bandera, los que al dolor de la derrota añaden la vergüenza de la cobardía y la entrega perezosa. Saber luchar, y saber comenzar muchas veces. Y ninguna lucha merece mejor nuestro esfuerzo que la lucha por una vida mejor, más exacta, más dichosa, llena de amor de Dios y amor a los hombres, más armoniosa, más humana, y más sobrenatural… 

La inacción lleva irresolublemente al aburrimiento de vivir… La renuncia a la lucha por una vida más humana, lleva a una comodidad como base de la dicha, que termina en la locura o el tedio de la vida… 


Si queremos vivir de verdad, solo tenemos un medio: VIVIR, que es lucha, deseo de conquista y superación en primer lugar de uno mismo…

Pero para ello resulta fundamental conocerse… “conócete a ti mismo”, para lo que hace falta sinceridad y diaria soledad.

Sinceridad, sin dejar que el egoísmo disculpe esas íntimas pasiones que hay que orientar, esos fallos que es preciso corregir.

En este sentido es fundamental el consejo y la dirección espiritual, para que no se cumpla el dicho popular de que “todo es según el color del cristal con que se mira”.

Realmente no importa tanto conocer lo que hacemos importa sobre todo saber por qué lo hicimos y lo dejamos de hacer… 

El conocimiento de nuestras intenciones y finalidades nos abre a la sinceridad con nosotros mismos…

Esa sinceridad que ha de ir unida a la revisión constante, un factor capital es el examen diario de conciencia, ejercicio no acostumbrado en el mundo de hoy, tan desbordado a lo exterior. Un examen serio de conciencia diariamente pronto da a las almas esa facilidad para conocerse, y para iluminar su vida. El hábito de recogerse unos minutos para atender a los actos realizados hace que se desarrolle la disciplina de los sentimientos y aquieta el frenético nerviosismo. Un examen de conciencia, después de la jornada de trabajo hará ver con claridad los problemas del día, que no se aprecian debidamente en medio de los ajetreos de esta vida moderna.

Así la vida debe reflorecer. La visión diaria y sincera de nuestro espíritu debe ir animada del afán de corregir, sanar y elevar. Se trata de tener ante nuestros ojos el bien y el mal realizado, en donde ni el orgullo nuble, ni el pesimismo angustie, sino que en un sano equilibrio, con la ayuda del Señor, el alma comience afanosa de superar sus defectos. 

Hoy mejor que ayer. Mañana, mejor que hoy..., es la consigna que a la que se debe aspirar. 

Con la ayuda del Señor, se irán obteniendo pequeñas victorias, a veces imperceptibles, pero sin olvidar que ladrillo a ladrillo se levanta un edificio, que latido a latido, va la vida y la sangre corre por las venas. El imperceptible crecimiento convierte al niño en hombre, y la planta se transforma en robusto árbol… y sin olvidar que el pasado debe quedar atrás. 

Se leía en una antiguo reloj de sol “Horas non numero nisi serenas” (No cuento más que las horas soleadas). No dejar anidar en el corazón el más pequeño rincón al odio, al rencor, al egoísmo. La vida es demasiado corta para pasarla recordando “cosas viejas”, del pasado se extraen las lecciones y se prosigue la marcha.

Cada día es un comienzo, es la página en blanco del libro de nuestra vida; y aunque ayer se emborronara, hemos de comenzar animosamente el día.

El arte de luchar y vivir es el arte de saber empezar.

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