Sí, ciertamente sí. Ahora bien, hemos de aquilatar un poco nuestra respuesta y aun la misma pregunta. Hemos de distinguir entre la demostración del origen divino de la fe en Cristo y la demostración de la existencia de Dios a la cual el hombre puede llegar por mero razonamiento como de hecho llegaron grandes filósofos de todos los tiempos y la inmensa, abrumadora mayoría de los hombres sencillos de todos los tiempos, culturas y lugares. En efecto a partir del conocimiento de las cosas creadas y de sí mismo el hombre deduce la existencia de un creador de estas cosas que están hechas con un orden tan perfecto y regido por un orden matemático realmente impresionante (cfr. Rom 1, 20).

Aunque es clarísima la existencia de Dios para todo hombre que piensa y que busca con sencillez la verdad, un ulterior paso es descubrir cuál es la religión verdadera, dónde está la religión enseñada por Dios. Y ahí es donde tienen su lugar los milagros junto a los restantes argumentos de credibilidad de la fe cristiana: profecías sobre Jesucristo en el AT, profecías realizadas por el mismo Jesús, su excelsa santidad que supera toda posibilidad humana, su doctrina sublime nunca jamás igualada por nadie en la historia, etc.
Pero centrando ahora nuestra atención en el objeto de vuestra pregunta: los milagros que obra Jesucristo, ¿prueban sin lugar a duda su origen divino? Ciertamente. Nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica que «Jesús acompaña sus palabras con numerosos milagros, prodigios y signos (Hch 2, 22) que manifiestan que el Reino está presente en Él. Ellos atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado (cfr. Lc 7, 18-23)» (nº 547). Más claro, agua.
Es cierto que en el terreno de la historia no existe el mismo tipo de evidencia que hay en la ciencia positiva. No vemos hoy en día los milagros que obró Jesucristo con nuestros ojos, aunque sí que vemos con cierta frecuencia los que sigue obrando hoy en día por medio de sus santos en la Iglesia, incluso algunos de ellos los tenemos estudiados científicamente y es la misma ciencia positiva y los científicos más prestigiosos del mundo los que nos dicen que sólo se pueden explicar si existe una causa sobrenatural (Dios) que los ha causado.
Pero aun los que no vemos porque fueron obrados muchos siglos atrás, sabemos ciertamente que ocurrieron por el testimonio de los Apóstoles, corroborado con el derramamiento de su sangre para demostrar que decían la verdad y por el mismo reconocimiento de los hechos incluso por sus propios enemigos. En libros judíos como Antigüedades judaicas, XVIII, 63-64 (de Flavio Josefo) o el Talmud, los judíos hablan de Jesucristo y reconocen que obraba prodigios, si bien con frecuencia achacan dicha facultad al demonio.
Pues bien, el hecho de que Jesucristo obrara milagros está mucho mejor y más abundantemente atestiguado que los hechos más famosos de la historia. Si nadie duda de que Cristóbal Colón descubrió América o que Napoleón conquistó España o que Aristóteles fue un gran sabio y filósofo griego, no sé por qué no se va a admitir que Jesucristo obró milagros continuamente en su vida, atestiguado por infinidad de fuentes históricas.
Ahora bien, el milagro es una obra perceptible a los sentidos que sobrepasa los poderes de la naturaleza y de todo ser creado. Es por lo tanto una acción que solo puede ser de Dios y tiene como fin dar testimonio de la verdad. Dios actúa gratuitamente por amor para dar un signo o mensaje al hombre y una llamada a la conversión.
Por ello, para aquella persona que busca sinceramente la verdad, no puede menos de entender que dicha potestad de hacer milagros no es posible en Jesucristo, si no es -al menos- porque Dios le da la fuerza para obrar de ese modo. Por ello, a través de los milagros «aun con la sola luz natural de la razón, puede probarse con certeza el origen divino de la religión cristiana» (Pío XII; encíclica Humani Generis, DZ 2305).
Pero además si resulta que el hombre que obra estos milagros continuos asegura repetidas veces que es el Hijo de Dios, igual al Padre, no podemos dudar que Jesucristo verdaderamente no es un simple profeta enviado por Dios para manifestarnos su amor, sino que es el mismo Dios hecho hombre por nuestra salvación.
No existe en ninguna otra religión la enorme cantidad de pruebas racionales que exigen del hombre que abra su entendimiento y su voluntad a Jesucristo, quien tantas pruebas le ha dado de su mesianismo, y se fíe de Él y haga un acto de fe en su Persona. Así lo pidió y aun exigió moralmente nuestro Señor cuando les decía a los judíos: si no me creéis a Mí, creed a mis obras. «Las obras que el Padre me encargó llevar a cabo. Estas obras que yo realizo atestiguan que mi Padre me ha enviado» (Jn 5, 36).
No hay comentarios:
Publicar un comentario