lunes, 1 de febrero de 2016

Nº 4 Enemigos del alma: El demonio


Nº 4 por Ignacio Latorre, diácono.

EL DEMONIO

El segundo enemigo de nuestra alma es el demonio, también llamado satanás, belcebú, diablo… aunque su nombre original es Luzbel. ¿Y quién es Luzbel? Literalmente significa: luz bella, y es que en un principio Luzbell era un ángel de Dios, un espíritu sumamente inteligente creado junto con los demás ángeles, se piensa que incluso podría ser el ángel más poderoso e inteligente creado por Dios. ¿Cómo llegó Luzbell a corromperse? La escritura no nos lo dice, y aunque haya conjeturas, lo cierto es que podemos asegurar que Luzbel se negó a servir a Dios. No aceptó a Dios como creador, como Padre y Señor, y se reveló contra Él, contra sus planes, contra su voluntad, prefirió hacer su propia voluntad y alejarse de Dios para toda la eternidad.


Y desde que Dios creó al hombre vive tentándolo y apartándolo de su amor. No subestimemos su poder y su astucia, pero tampoco vivamos temerosos puesto que el diablo ya fue vencido en la cruz. Y el poder de Cristo, verdadero Dios, no le permite tentarnos más allá de nuestras fuerzas. Además, en la lucha contra el mal, el perseverar con la ayuda de Dios nos hace más fuertes y nos hace merecer el amor de Dios.
El Señor nos advierte en el evangelio: “velad y orad para no caer en la tentación” y S. Pedro dice en su carta que “el diablo anda suelto como león rugiente”. ¿Cómo es y cómo tienta Satanás?

En primer lugar es un ángel, un ser puramente espiritual, por tanto olvidemos cualquier representación del diablo vestido de rojo, con cuernos y rabo. Esta máscara ha ayudado al Diablo a convencer a los hombres de que no existe. Cuando nadie lo reconoce, es cuando más poder ejerce. Dios se definió a sí mismo como “Yo soy el que soy”, y el Diablo como “Yo soy el que no soy”. En la escritura se le describe como un ángel caído del cielo, como “El Príncipe de este mundo”, cuya misión es decirnos que no hay otro mundo. Su lógica es simple: “si no hay Cielo, no hay Infierno; si no hay Infierno, entonces no hay pecado; si no hay pecado, entonces no hay ningún juez, y si no hay juicio entonces lo malo es bueno y lo bueno es malo”[1].

El diablo trata por todos los medios de engañarnos y nos presenta el mal bajo capa de bien. Nadie acepta el mal como algo malo, ni siquiera un ladrón o un asesino, sino que se dejan engatusar por el placer momentáneo que éste ofrece, por las reconfortantes consecuencias que tiene, por el disfrute egoísta que otorga, por el mero placer de hacer la propia voluntad.

El diablo tienta más a los que intentan seguir los caminos de Dios. A los que no se reconocen como pecadores le basta al diablo con que sigan en ese estado, con que se dejen llevar por sus propias pasiones, impulsos y egoísmos, que sigan en ese estado “sin necesidad de Dios” porque ya se creen buenos, ya se creen automáticamente, y gracias solo a ellos, salvados, porque ya son “buenas personas”… El diablo con estos puede descansar en paz, porque han establecido su morada en la tierra, donde él es rey y señor y se han olvidado por completo del Creador y del amor infinito que les tiene. Éstos ahogan sus penas y la soledad del corazón, creado por y para Dios, con los deleites y diversiones de este mundo. El diablo es su rey en la sombra… pero como digo, no es a estos a los que más se dedica Satanás, si no al humilde que reconoce a Dios y quiere amarle y servirle, al que se sabe pecador, se confiesa de sus culpas y sobre todo reza, porque sabe que este mundo es un pasadizo al verdadero y porque ha conocido el amor de Dios. 

La tentación que el diablo lanza como dardos es el miedo a la cruz, ¿aguantarás toda tu vida cumpliendo los mandamientos?, ¿es necesario sufrir?, ¿cómo permite un Dios bueno que sufras?, ¿Por qué tiene Dios que imponerte su Voluntad, es que tú no eres libre?... el mismo Señor fue tentado para que su misión en la tierra quedara reducida a una mera gloria humana: “convierte las piedras en pan, acaba con el hambre en el mundo y todos te estimarán, serás popular, la gente te seguirá donde tú les diga… tírate del templo, haz un prodigio imposible, tecnología que nadie jamás haya visto, el progreso, la técnica te dará el éxito en el mundo…” La tercera tentación en la cual Satanás le pidió a Cristo que lo adorara y todos los reinos del mundo serían suyos, se convertirá en la tentación de tener una nueva religión sin Cruz, una liturgia sin un mundo para atraer, una religión para destruir la religión, o una política que es una religión – una que dé al Cesar incluso las cosas que son de Dios.


¿Y cómo luchar contra este enemigo, mucho más inteligente que nosotros? Con las armas que nos da la fe: la meditación de la palabra de Dios, el recuerdo de las realidades eternas: el cielo, el infierno, el pensar que este mundo pasa, que ni siquiera el diablo nos puede asegurar un día más de vida, el considerar la pasión de Cristo por nosotros, no como un juego si no como el desgarro del corazón de Dios que muere para que tengamos vida. La oración y la confianza en Dios, la humildad de reconocer nuestras culpas. El discernimiento con el director espiritual, los sacramentos… el diablo rechina de rabia porque sabe que con esto la batalla la tiene perdida. Que la Virgen María, la nueva Eva, que pisó la cabeza de la serpiente, nos libre de las garras de este enemigo, y nos ayude a alcanzar la vida eterna.

[1] Venerable Fulton Sheen

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