lunes, 8 de febrero de 2016

Nº 13 El camino de la vida: El silencio


Nº 13 por Alfonso González, médico de familia.

EL SILENCIO

"El silencio es el elemento en el que se forman 
todas las obras grandes"
 (T Coryle)

"Pero el más discreto hablar; 
no es tanto como el silencio" 
(Lope de Vega)

En primer lugar y antes de comenzar el tema, vamos a realizar una aclaración. La virtud del silencio no está en no hablar, sino es saber callar a su tiempo y saber hablar a su tiempo. “Hay tiempo para callar y tiempo de hablar” (Ecle. 3,7). 

En segundo lugar, silencio también implica, no sólo el no hablar sino el que palabras no convenientes se insinúen en los oídos, porque pronto se agita la mente, y además de perder el recogimiento, se hace con facilidad lo que se escucha con gusto. Este es uno de los grandes males del mundo actual, que nos dejamos llenar el corazón de mensajes nocivos, o al menos sin valor de eternidad.

En la Sagrada Escritura se alaba el silencio considerándolo un “modo precioso” para la formación, porque acostumbra al individuo al dominio de sí, a la reflexión y crea un clima ideal para la vida de recogimiento, de estudio y de oración. El silencio es algo esencial en una persona que quiera tener una verdadera oración, y verdadera vida cristiana, por eso el mundo no comprende el silencio. Es necesario saber callar, para que podamos escuchar a Dios.


Sopló un viento huracanado que partía las montañas y resquebrajaba las rocas delante del Señor. Pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, hubo un terremoto. Pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, se encendió un fuego. Pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó el rumor de una brisa suave. Al oírla, Elías se cubrió el rostro con su manto, salió y se quedó de pie a la entrada de la gruta”. (1 Rey. 19, 11-13). Dios sólo está en el silencio, y no nos engañemos, así será siempre, como nos reuerda San Juan de la Cruz, “una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma”. 

Todos conocemos la frase “guardar silencio”, es una frase cuanto menos extraña, puesto que es más bien el silencio el que nos guarda a nosotros.

Seguramente nos hemos arrepentido muchas veces de haber hablado, pero de haber callado muy pocas.

Decía el Venerable P. Nadal que “para reformar una casa y aún toda la religión no es necesario más que reformarla en el silencio”.

Es necesario saber callar para que Dios hable, o mejor dicho podamos escucharlo. “El silencio no es silencio, es un concierto sublime que el mundo no comprende. No metas ruido, que estoy hablando con Dios” (Santo Hno. Rafael) Tener la lengua quieta hace descansar el corazón y por alma silenciosa navegan los pensamiento de Dios.


Y con esto pasamos a dar respuesta a una dificultad con la que algunos quieren matar el silencio, o justificar la dispersión, y es que se empeñan en intentar convencerse que el silencio es aislamiento. Es todo lo contrario, el silencio no es aislamiento, porque en primer lugar sólo en el silencio nos encontramos a nosotros mismos, y lo que es más importante nos encontramos con Dios. El encuentro con uno mismo y con Dios nos procura ese conocimiento propio, y nos permite cambiar lo que en nosotros está desorientado.

Pero no es sólo eso, sino que si queremos tener una conversación realmente adecuada con el resto de personas “guardemos el silencio”. Decía San Bernardo que “el silencio es el sello del hombre sabio y prudente”. ¿Queremos aprender a hablar? Guardemos el silencio.

Se cuenta una anécdota aleccionadora de Demóstenes, orador griego, en la que le preguntaron ¿por qué el hombre tenía dos oídos y solo una lengua? Respondió que para escuchar dos veces antes de hablar una. “Sea el hombre pronto para escuchar y tardo para hablar” (Stgo 1, 19) nos recuerda el apóstol Santiago.

Será imposible una convivencia y una conversación sana y cristiana sino hay silencio en nuestra vida, porque si “de la abundancia de corazón habla la lengua”, en alma donde no hay silencio no puede reinar el Señor, y muy poco de bondad habrá si no estamos cerca del Señor.

Hay un sabio adagio antiguo que nos dice, “el hombre para ser hombre necesita tres partidas: Hacer mucho, hablar poco y no alabarse en su vida”.

Silencio exterior, como medio para el silencio interior, lo que podríamos llamar recogimiento.

No solo se trata de una ausencia de sonido externo, sino sobre todo de sereno reposo del espíritu, de forma que podamos aplicar con eficacia las potencias del alma en aquellas actividades a las que nos estemos dedicando... Sólo el alma recogida puede llevar a cabo con facilidad el "haz lo que haces".


En la vida actual, asistimos a una idolatría del bullicio, de la dispersión del “ruido” en general. Vamos por la calle, y cascos en los oídos, nos metemos en el coche y la radio o la música, Facebook en todos sitios, en todo momento pendientes del WhatsApp, muchas personas viven “enganchadas al bullicio y a la dispersión”. Todos los avances a los que asistimos en la era actual, solo las personas que tienen recogimiento, sabrán emplearlas para el crecimiento personal y el bien del mundo. Para el resto, suelen ser motivo de esclavitud... y es experiencia diaria de la vida.

Sin silencio, uno no vive, podemos decir que otros viven por nosotros...

Sin silencio, ni vida cristiana, ni vida realmente fecunda.

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