sábado, 26 de diciembre de 2015

Los Condes de Cristo


LOS CONDES DE CRISTO

Después del día de Navidad nos encontramos que los tres días posteriores celebramos las fiestas de San Esteban, San Juan Evangelista y los Santos inocentes, que a primera vista parecería que nada o poco tienen que ver con el periodo litúrgico de la Navidad, y sin embargo nuestra Madre la Iglesia las coloca inmediatamente después del Nacimiento del Señor.

Estás tres celebraciones se llaman "Los condes de Cristo", porque son las tres formas más rápidas de ir al Cielo, de estar cerca del Señor.

En primer lugar el Martirio, por eso la Iglesia coloca a San Esteban, el primer mártir, que muere por causa de su fe en Hijo de Dios. Martirio que abre directamente las puertas del Cielo. La muerte como consecuencia de la confesión de la fe tiene como premio maravilloso la entrada en el Paraíso directamente... es el premio supremo de los que prefieren perder su vida antes de negar al Señor.


En segundo lugar tenemos a San Juan Evangelista, el discípulo amado del Señor, y la razón era por su virginidad. El segundo conde de Cristo esa segunda manera excelsa de estar cerca del Señor y de ir al Cielo es la consagración, la entrega del corazón sólo a Dios. Si recordamos los Evangelios podremos ver que detalles de delicadeza tuvo el Señor con San Juan, como de una forma especial le abría la intimidad de su corazón, como escribe el Evangelio más profundo consecuencia de ese corazón indiviso entregado a solo Dios y puesto en solo Dios. La virginidad consagrada es ese segundo Conde de Cristo, y es lógico pensar, como nos enseña nuestra Madre la Iglesia que el Señor una morada especial tienen preparado en el Paraíso a aquellos que han entregado su corazón en la Tierra.


En tercer lugar la inocencia de los Niños, los otros preferidos del Señor, "Del que es como uno niño es el Reino de los Cielos", "dejad que los niños se acerquen a mí", "¡Ay de aquel que escandalice a uno de estos pequeñuelos...". Esa predilección del Señor por esa inoncencia casi angelical de los niños, esa confianza infantil que conquista el corazón del Señor, y que sufre en muchos casos la persecución y la muerte, y en estos tiempos en los que nos ha tocado vivir no podemos sino recordar con tremendo desgarro del alma a todos los niños inocentes e indefensos, que son abortados y que como hace más de dos mil años sus gritos hacen resonar nuestras conciencias.


La Iglesia, siempre Madre y Maestra nos enseña todos los años que esa forma más sencilla de alcanzar la Patria Celeste no es otra sino la muerte por confesar al Señor, la virginidad consagrada y la inocencia de niños.

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