sábado, 10 de octubre de 2015

Carta a María


Querida Virgen María:

No sé si esto pretende ser una carta, una historia o una confesión. Quizá sea todo esto o quizá no sea nada.  Desde siempre me han hablado de ti con oraciones, historias… Por eso, yo siempre he sabido que estás ahí, esperando que te cuente aquello que necesito, aquello por lo que me alegro o aquello por lo que me tengo que esforzar. Pero fue hace un par de años  cuando realmente me di cuenta que eras, eres y serás mi madre del cielo.

Aquel curso que se me hizo cuesta arriba. Un año cargado de dificultades, problemas, inseguridades, miedo, indecisión… Un curso lleno de piedras, cuestas y charcos que en ocasiones me impedían seguir el camino. Cada pequeña cosa me superaba, no sabía cómo afrontarlo, cómo coger el timón de mi vida.

Una tarde decidí dar un paseo hacia un lugar desde el que se puede gozar de unas preciosas vistas, contemplar un atardecer imborrable…  Mantengo vivo el recuerdo de ese paseo. En el trayecto me encontré con un rosario de colores, decidí cogerlo. Y de pronto… ¡tantos años de enseñanzas y oraciones cobraron sentido para mí en un instante! Fue como si a través de ese pedacito de ti que es el rosario me transmitieras toda tu fuerza y seguridad y desde entonces, cada tarde, paro mi mundo un momento y te lo dedico a ti, a tu rosario, para que me des fuerzas para seguir el camino y esquivar las piedras que se me pongan por delante.

Gracias María, tu joven hija que te quiere,


J.D.B.

No hay comentarios:

Publicar un comentario