nº 8, por Alfonso González, Médico de familia
CUANDO EL CANSANCIO LLAMA A LA PUERTA
Dedicado a todas esas
personas que con su entrega
silenciosa y abnegada nos recuerdan todos los
días
que no vale más quien más hace,
sino quien más lleno de
Amor de Dios vive.
¡Gracias don Grati!
La gran tragedia
de esta vida no es que los hombres perezcan, sino que los hombres dejen de
amar; porque no está el secreto de la vida en vivir mucho, sino en vivir bien
el tiempo que Dios nos regale, porque en el fondo lo único seguro que sabemos
no es otra cosa que un día moriremos. Hemos de empeñarnos en saber vivir para
saber morir.
Toda gran
filosofía de vida nace a orillas de la muerte. Y son realmente las personas que
son conscientes de la realidad de la muerte las que realmente aprecian la vida,
la vida terrena y la vida eterna. Son las personas que realmente aprovechan la
vida, porque vivir de espaldas a la muerte, significa renunciar al sentido de
la vida y, como dice el aforismo tan conocido, "más vale morir que perder
la vida"; o como decía Marco Aurelio, "no hay que temer a la
muerte, sino a no haber empezado nunca a vivir". Puede que estas
frases seguramente precisen una explicación para no deformar su contenido, y
que en un pantallazo, su traducción cristiana no es otra cosa que vivir para
buscar lo que Dios quiere de cada uno de nosotros. Vivir en el Amor de Dios, para
vivir de Amor y para repartir Amor..., para transformar cada instante en
eternidad, porque el tiempo que no se transforma en eternidad es tiempo que se
pierde, que ni se aprovecha en esta vida, ni sirve para la vida eterna.
Y esto es
aplicable a todos, también a las personas ancianas, porque una vida vale lo que
de Amor de Dios hay en ella, y si algo tuviéramos que decir de las personas
ancianas (Dios mediante, en otro artículo espero tener tiempo para
desarrollarlo), diríamos que "envejecer significa tener todas las
edades": la confianza y la ilusión de los niños, la alegría y
generosidad de la juventud (al menos en el corazón), la serenidad de la
madurez, la sabiduría de la experiencia de los años... Pero además, "envejecer
no es otra cosa que ver a Dios más de cerca cada día".
Hoy encontramos
una gran cantidad de personas "cansadas de la vida". Encontramos
muchas personas cansadas de empeñarse en vivir bien, y su alma parece como
atrapada por una especie de cansancio psicológico, un estado de hastío, de
desesperanza, de desazón, de desilusión... no es exactamente lo que se suele
llamar "estar quemado", sino es más bien una anestesia en el alma,
que es incluso peor en cierto sentido... es un sentimiento de "¿para qué ser
bueno?, ¿merece la pena?".
Recuerdo una de
las frases más frecuentes que mi maravillosa madre me dirigía en mi etapa de
estudiante y ahora también. Cuando entraba a mi cuarto, y veía libros por aquí,
papeles por allá, apuntes en otro sitio, y un sinfín de desorden en donde si
seguramente se tuviera que definir aquella situación se podría describir como
"una desorganización muy bien organizada", siempre me decía lo mismo.
Miraba alrededor, como quien otea el horizonte y después, clavaba sus ojos en
mí y con la firmeza y el cariño de amor de madre decía la frase: ¡Alfonso,
ordena!.
Cuando a uno
parece que le llega la desilusión es momento de pararse y ordenar.
Ordenar es poner
a cada cosa en el lugar que le corresponde para que nos sirvan de ayuda en el
peregrinar en esta vida.
En el orden de
toda vida, lo primero es siempre lo primero, o sea Dios... Siempre la
palabra clave es ¿qué quiere Dios de mí? ¿Cuál es su voluntad sobre mi vida? Toda
la vida debe ser ordenada bajo el prisma de la fe. Sin este orden primero y
fundamental la vida se torna en caos. Podremos no hacer cosas malas, incluso
cosas que parezcan buenas. Pero en esa vida existe un desorden de raíz, que nos
hace equivocar la dirección, vamos como se suele decir,
"desnortados", sin brújula, y "a lo loco no se vive mejor".
Quitar la vida interior, que es lo que nos hace buscar sinceramente lo que Dios
quiere de nuestra vida, supone comenzar a dejar de caminar en la dirección
adecuada.
Pero no solo es
dejar de caminar por el camino adecuado, sino abandonar una buena vida. Porque
el si el corazón no se llena de Dios y según los criterios de Dios, cosa que se
hace en la oración de forma primordial, empezamos a llenar la vida de otras
cosas que pueden no ser malas, pero que no van ni ordenadas ni en muchos casos
queridas por Dios, y nos acostumbramos a "vivir como ateos", porque
vivimos al margen de lo que Dios ha deseado para nosotros, aunque pudieran no
ser cosas malas.
"A los
pies de la cruz", todos los acontecimientos se viven de otra
forma.
El segundo punto
que no debemos olvidar es acordarnos de un consejo de san Ignacio de Loyola: "en
los momentos de desolación, no hacer mudanza". Es fundamental no
renunciar a todo aquello que es parte de la identidad personal. No hay forma
más rápida de acabar de desorientarse que renunciar a la propia identidad. Hay
un consejo que siempre recordaré de un entrenador de fútbol que tuve. Cuando
las prisas comenzaban a atenazarnos en medio de un partido, siempre decía, "Tranquilos,
y jugamos a lo que sabemos". Es decir, no cambiamos el estilo de
juego. El que renuncia a su identidad pierde el rumbo... "ante viento y marea, serenidad
y no perder la identidad".
Y en tercer
lugar, ser personas de esperanza firme, lo que nos dará una mirada
sencilla y confiada...
La esperanza hace
el peregrinar gozoso, aún en medio de las dificultades y sin sabores de la vida
diaria; hace el caminar ligero, y con la mirada nos hace descubrir el cuidado amoroso del
Señor en cada acontecimiento. Son las personas expertas en el
arte de sacar provecho de las dificultades y sinsabores de la vida
porque descubren que todo es querido o permitido por Dios, y que de todo puede
sacar bienes mayores. El desaliento nunca las embarga, porque descubren a Dios
en todo, y saben que siempre les acompaña. "Mi yugo es llevadero y mi
carga ligera", y el que va con el fuerte, poco teme. "Vivir
sin esperanza es ya haber comenzado a morir", "vivir sin confianza es
morirse de pena".
Orden en la vida,
serenidad, fidelidad a la identidad y esperanza firme conforman parte de los
ingredientes precisos para que la desilusión no anide en el alma.
*Imágenes tomadas de: http://www.luisgui.blogspot.com.es/
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