viernes, 28 de febrero de 2014

El hobbit, ¿realidad o mito?


por María Martínez, periodista de Alfa y omega

Una de las películas que han marcado estas vacaciones de Navidad ha sido, sin duda, “La desolación de Smaug”, la segunda parte de la trilogía que Peter Jackson ha creado a partir de la novela “El hobbit”, de John Ronald Reuel (J.R.R.) Tolkien. El origen de este libro resulta muy curioso, y probablemente sea de las cosas que mejor reflejan lo que fue la vida y la obra de Tolkien. Cuando este autor inglés escribió, a finales de los años 20 del siglo pasado, la mítica frase inicial “En un agujero en el suelo vivía un hobbit”, su única pretensión era ofrecer a sus hijos una bonita historia de aventuras para antes de dormir. Un cuento que girara en torno a la necesidad de salir de las propias comodidades para vivir una vida verdadera, que valiera la pena, y sobre cómo la codicia termina afectando a todo aquel que se mueve por el deseo de riquezas, ya sea el dragón Smaug o el enano Thorin.
Este sencillo cuento se ha convertido en uno de los grandes clásicos de la literatura infantil y fantástica del siglo XX. Pero para ello tuvo que sufrir una auténtica transformación interior: resulta que “El hobbit” que leemos hoy en día no es el mismo que se publicó originalmente en 1937. En la primera edición, el tono era más infantil, el siniestro y atormentado Gollum que vive en las profundidades era una criatura incluso simpática, y el anillo mágico que el hobbit Bilbo Bolsón le gana en un concurso de adivinanzas es un objeto mágico sin más.

¿Qué ocurrió después? Se podría decir que la obra tomó vida. Desde el final de la I Guerra Mundial, mucho antes de escribir esta historia para sus hijos, Tolkien se encontraba inmerso en la creación de una mitología para Inglaterra, pues echaba de menos en la literatura de su país sagas como las del Norte de Europa, que tan bien conocía. Siempre le había gustado crear idiomas nuevos, y fue descubriendo que estos no surgían de la nada, sino que debían estar íntimamente unidos con las leyendas protagonizadas y transmitidas por las personas que hablaban esas lenguas.

Por otro lado, como ferviente católico, Tolkien quería crear una mitología compatible con el cristianismo; que, aunque perteneciera a un “tiempo” legendario, pudiera entroncar con la encarnación y redención de Jesucristo. Su gran crónica de los Días Antiguos de Arda incluye un único Dios, Eru, que crear el mundo, de una forma preciosa, a través de la música. El más perfecto de sus colaboradores cae al rebelarse contra su creador, y se convierte en Señor del Mal; pero siempre se ve que es inferior y sometido a Eru, que tiene poder para sacar el bien de todo mal. La tentación, sobre todo del orgullo, y su poder corruptor, están muy presentes. Y el triunfo del bien suele llegar de forma inesperada, a través de los pequeños, y cuando todo parece perdido y sólo queda “esperar contra toda esperanza”.

Crear esta mitología, escribiendo y reescribiendo una y mil veces, fue una labor que ocupó a nuestro autor hasta su muerte, en 1973 (¡casi 60 años desde el comienzo!). Y, aun así, su hijo Christopher tuvo que completarla para que se pudiera publicar, de forma póstuma, como “El Silmarillion”. Es fácil comprender que, a su lado, “El hobbit” fuera casi un pasatiempo. Pero fue el pasatiempo que le hizo famoso. C. S. Lewis, gran amigo de Tolkien, le animó a publicar el libro tras leerlo en las tertulias literarias que un grupo de amigos celebraban en Oxford. Como ya hemos dicho, la primera versión del libro vio la luz en 1937, y fue tal su éxito que los editores no tardaron en pedir a Tolkien una segunda parte.

Sin embargo, en esos años, la mitología se había desarrollado lo suficiente como para que Tolkien viera que el tono infantil de “El hobbit” encajaba cada vez menos en el resto. Él quería seguir trabajando en “El Silmarillion”, pero a la editorial no le gustó el borrador. Fue entonces cuando se produjo el gran cambio: Tolkien “descubrió” que el anillo de Bilbo era, realmente, el Anillo único forjado por Sauron para dominar la Tierra Media a través del pecado; un objeto que sólo obedece a su amo y que siempre, incluso cuando se usa con buena intención, corrompe a quien lo utiliza. Por eso tuvo que reescribir algunas partes de la primera obra, para que el conjunto de “El hobbit” y “El Señor de los anillos” tuviera sentido.

Lo más curioso es precisamente eso, que no fue algo que Tolkien se inventara, sino que la misma historia le llevó, como insistía él siempre, a descubrir. Él entendía así la creación literaria, sobre todo en el terreno de la fantasía. “Creo que las leyendas y los mitos están en gran medida hechos de verdad”. Es decir, por mucho que los protagonistas sean orcos, enanos, elfos o dragones, si el narrador es bueno, “lo que se relata está en consonancia con las leyes de ese mundo”.

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