lunes, 9 de diciembre de 2013

Una anécdota

Por: P. Víctor González


Hace aproximadamente 6 años me encontraba en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid para reanudar mis estudios; estábamos comenzando el nuevo curso. Me encontraba en el gran recibidor de esta Facultad y se me acercó Esther, una joven que estudiaba en este centro. Me preguntó por los horarios de Misa en la Capilla. Mientras le respondía observé que dos chicas, a pocos metros de distancia, me observaban con...



... los ojos abiertos como platos. Recuerdo que en aquellos primeros meses del curso 2006-07, cuando los estudiantes de Derecho me veían por los pasillos y en las clases, les sorprendía tremendamente la presencia de un sacerdote. Sus ojos y sus expresiones de asombro parecían decir: “Sí, es un cura”. El alzacuellos de mi camisa negra llamaba más la atención que si hubiera ido vestido con un traje de astronauta. Volviendo a la anécdota, le pregunté a Esther:

-¿Son amigas tuyas?
Me respondió con confianza: -Sí, y creo que le miran así porque no han visto nunca a un sacerdote vestido de esta forma. Me acerqué hasta ellas y les pregunte:
-¿Cómo os llamáis?
-Yo me llamo Leila, respondió una; -Y yo Sara, continuó la segunda.
-¿No habéis visto nunca a un sacerdote vestido con el traje eclesiástico?, les dije.
-No, la verdad, afirmaron ambas.
La siguiente cuestión fue directa y al corazón:
-¿Creéis en Dios?.
La respuesta de ambas, con la mirada baja y el rostro un poco avergonzado, fue la misma:
-No, padre, no somos creyentes.
Y añadí enseguida:
-Pero, ¿sois de la no creyentes que tenéis el corazón cerrado o de la no creyentes que tenéis el corazón abierto?
Tanto Sara como Leila me dijeron:
-Padre, tenemos el corazón abierto.
-Fenomenal, les dije; y les comenté brevemente una dimensión de la virtud de la fe: es luz para nuestra vida.
Más o menos éstas fueron mis palabras:
-Cuando una persona no cree, simplemente ve lo que ven sus ojos de la cara; ahora estamos viendo este gran recibidor de la Facultad, el pasillo que conduce a publicaciones… Sin embargo, yo que creo, que tengo fe, veo ahora a Jesucristo a mi lado, a la Virgen, estoy viendo que hay una Vida eterna de esta vida… Pero, esto último que os cuento no lo veo con los ojos de la cara, sino con los ojos del corazón. La fe es una puerta que nos introduce en un conocimiento superior y formidable: las maravillas de Dios, la verdades sobrenaturales…

Cristo, durante su vida terrena, se presentó con estas palabras: «Yo soy la luz del mundo y el que me sigue no camina en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8, 12). En este mensaje Cristo nos está enseñando que es necesario seguirle para poseer “la luz de la vida”. Rechazar a Jesucristo y su enseñanza tiene unas consecuencias de dimensiones impresionantes, entre las cuales se encuentra la triste y angustiosa experiencia de la oscuridad. Rechazar a Cristo significa rechazar la luz que Dios proyecta sobre nosotros para caminar por la senda del bien, de la justicia y de la caridad hacia un final feliz, como es el encuentro con Dios en la Vida eterna.

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