¿Cómo se forma la conciencia?
Lo cierto es que en el páramo moral y espiritual de la Europa occidental del momento, pocas veces hoy oímos referencias a la conciencia moral y a su formación y, cuando se oyen, como con la lastimosa y polémica “educación para la ciudadanía”, apenas se explica de qué se está hablando. Se ve que interesa a ciertos poderes del mal en nuestro mundo el lograr una cada vez mayor ignorancia o amoralidad total.
Sí, empezaremos por recordar lo que es la conciencia. Conciencia moral, nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica, “es un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la calidad moral de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho”[1], es decir se da cuenta si lo que está haciendo es algo bueno o malo y en qué grado.
Toda persona está obligada a seguir fielmente lo que sabe que es justo y recto. La conciencia moral nos ordena desde lo más profundo de nuestro ser hacer el bien y evitar el mal, es la voz de Dios que habla en nuestro interior.
Como decía el Cardenal Newman, y recoge el Catecismo de la Iglesia Católica, “la conciencia es una ley de nuestro espíritu pero va más allá de él, nos da órdenes… La conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo”[2]
La conciencia del hombre por lo tanto, no es algo que inventa la moralidad de los actos humanos, el hombre no es quien para decidir por su cuenta lo que está bien o está mal. Esto nos llevaría a un relativismo y subjetivismo absurdo, de modo que nadie podría quejarse del mal que otro le infringiera pues si a este le parecía que estaba bien, ¿quién podría recrimirnarle que estaba mal? Dicho de otra forma: en un juicio en que se dijera que un asesino etarra es malo porque había matado a un hombre, aquel podía contestar que a él le parecía que está haciendo un bien, luchando por la “liberación” de su patria. Y habría que contestarle, según este subjetivismo que tiene toda la razón.
La conciencia es la voz de Dios en nuestro interior. Y de ahí la necesidad de formar la conciencia. Igual que el hombre tiene a través de la inteligencia la capacidad para descubrir la verdad, pero ello no le libera de la necesidad de aprender y cuanto más mejor, el hombre tiene que formar su conciencia con el conocimiento cada vez más profundo de la Ley de Dios.
La inteligencia humana es algo tan maravilloso que nos permite producir las medicinas que salvan la vida de los enfermos o crear las técnicas que nos ofrecen tantas maravillosas realizaciones en esta vida, pero puede también ser el medio por el cual creamos medios horribles de hacer el mal: armas supersofisticadas. De modo similar, la conciencia humana puede estar deformada por una educación errónea o inmoral o por un ambiente social corrompido y permisivo o por el propio interés egoísta, por lo que, como dice el Catecismo, “la educación de la conciencia es indispensable a seres humanos sometidos a influencias negativas y tentados por el pecado a preferir su propio juicio y a rechazar las enseñanzas autorizadas”[3]
En la formación de las conciencias tiene un papel absolutamente primordial la Palabra de Dios. La conciencia es verdadera y está bien formada cuando su juicio coincide con la Sabiduría de Dios, que nos ha revelado en Cristo. Es preciso conocer la Revelación de Dios, asimilarla en la oración y en la fe y ponerla en práctica.
Como dice el sabio dicho popular el que no vive como piensa acaba pensando como vive. Y esto lo hemos tenido que comprobar tantas veces. ¡Cuántas veces la exaltación del sexo desordenado no es sino el fruto de un fracaso a la hora de vivir la castidad!. Como no he sido capaz de vivir santamente, por no poner los medios que Dios nos pide (oración, sacramentos frecuentes y huída de las ocasiones de pecar), ridiculizo la castidad y digo que eso es de personas trasnochadas.
Es muy importante a la hora de formar bien la conciencia recordar que “estamos asistidos por los dones del Espíritu Santo, ayudados por el testimonio o los consejos de otros y guiados por la enseñanza autorizada de la Iglesia”[4]
Sí, hemos de estar muy agradecidos a Dios que nos ha dejado la Iglesia, la cual nos permite con su enseñanza autorizada -gracias a la asistencia del Espíritu Santo sobre ella- permanecer firmemente en la verdad que Cristo nos ha enseñado.
La educación de la conciencia ha de empezar en la más tierna infancia y es una tarea de toda la vida. La educación de la conciencia nos libra de miedos, egoísmos y malos movimientos tanto de complacencia como de culpabilidad, posibilita nuestra verdadera libertad. Ojalá que sea puesta en práctica por todos.
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[1] Catecismo de la Iglesia Católica, núm. 1778.
[2] Catecismo de la Iglesia Católica, núm. 1778.
[3] Catecismo de la Iglesia Católica, núm. 1783.
[4] Catecismo de la Iglesia Católica, núm. 1785.
Toda persona está obligada a seguir fielmente lo que sabe que es justo y recto. La conciencia moral nos ordena desde lo más profundo de nuestro ser hacer el bien y evitar el mal, es la voz de Dios que habla en nuestro interior.
Como decía el Cardenal Newman, y recoge el Catecismo de la Iglesia Católica, “la conciencia es una ley de nuestro espíritu pero va más allá de él, nos da órdenes… La conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo”[2]
La conciencia del hombre por lo tanto, no es algo que inventa la moralidad de los actos humanos, el hombre no es quien para decidir por su cuenta lo que está bien o está mal. Esto nos llevaría a un relativismo y subjetivismo absurdo, de modo que nadie podría quejarse del mal que otro le infringiera pues si a este le parecía que estaba bien, ¿quién podría recrimirnarle que estaba mal? Dicho de otra forma: en un juicio en que se dijera que un asesino etarra es malo porque había matado a un hombre, aquel podía contestar que a él le parecía que está haciendo un bien, luchando por la “liberación” de su patria. Y habría que contestarle, según este subjetivismo que tiene toda la razón.
La conciencia es la voz de Dios en nuestro interior. Y de ahí la necesidad de formar la conciencia. Igual que el hombre tiene a través de la inteligencia la capacidad para descubrir la verdad, pero ello no le libera de la necesidad de aprender y cuanto más mejor, el hombre tiene que formar su conciencia con el conocimiento cada vez más profundo de la Ley de Dios.
La inteligencia humana es algo tan maravilloso que nos permite producir las medicinas que salvan la vida de los enfermos o crear las técnicas que nos ofrecen tantas maravillosas realizaciones en esta vida, pero puede también ser el medio por el cual creamos medios horribles de hacer el mal: armas supersofisticadas. De modo similar, la conciencia humana puede estar deformada por una educación errónea o inmoral o por un ambiente social corrompido y permisivo o por el propio interés egoísta, por lo que, como dice el Catecismo, “la educación de la conciencia es indispensable a seres humanos sometidos a influencias negativas y tentados por el pecado a preferir su propio juicio y a rechazar las enseñanzas autorizadas”[3]
En la formación de las conciencias tiene un papel absolutamente primordial la Palabra de Dios. La conciencia es verdadera y está bien formada cuando su juicio coincide con la Sabiduría de Dios, que nos ha revelado en Cristo. Es preciso conocer la Revelación de Dios, asimilarla en la oración y en la fe y ponerla en práctica.
Como dice el sabio dicho popular el que no vive como piensa acaba pensando como vive. Y esto lo hemos tenido que comprobar tantas veces. ¡Cuántas veces la exaltación del sexo desordenado no es sino el fruto de un fracaso a la hora de vivir la castidad!. Como no he sido capaz de vivir santamente, por no poner los medios que Dios nos pide (oración, sacramentos frecuentes y huída de las ocasiones de pecar), ridiculizo la castidad y digo que eso es de personas trasnochadas.
Es muy importante a la hora de formar bien la conciencia recordar que “estamos asistidos por los dones del Espíritu Santo, ayudados por el testimonio o los consejos de otros y guiados por la enseñanza autorizada de la Iglesia”[4]
Sí, hemos de estar muy agradecidos a Dios que nos ha dejado la Iglesia, la cual nos permite con su enseñanza autorizada -gracias a la asistencia del Espíritu Santo sobre ella- permanecer firmemente en la verdad que Cristo nos ha enseñado.
La educación de la conciencia ha de empezar en la más tierna infancia y es una tarea de toda la vida. La educación de la conciencia nos libra de miedos, egoísmos y malos movimientos tanto de complacencia como de culpabilidad, posibilita nuestra verdadera libertad. Ojalá que sea puesta en práctica por todos.
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[1] Catecismo de la Iglesia Católica, núm. 1778.
[2] Catecismo de la Iglesia Católica, núm. 1778.
[3] Catecismo de la Iglesia Católica, núm. 1783.
[4] Catecismo de la Iglesia Católica, núm. 1785.
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