sábado, 16 de noviembre de 2013

Testimonio de una misionera en Venezuela


nº 1, sección dirigida por Irene Martínez, profesora

Testimonio de Alejandra, actual misionera en Venezuela


Crecí en un ambiente familiar de Misa de domingo, catequesis para la Comunión… Pero mis hermanos dejaron de ir a Misa, y con ir a un colegio religioso, ya tenían suficiente. Un día decidí revelarme contra mis padres, contra Dios y contra la Iglesia...

Y terminé mi infancia y comencé la adolescencia. Si se hablaba de aborto u homosexualidad, o contra los curas y monjas, ahí estaba dando yo mi testimonio contra ellos. En plena adolescencia uno piensa que se va a comer el mundo, que lo domina todo y que lo que no puede dominar, lo puede comprar. La apatía y el hastío que sentía por la vida no eran mayores que las ganas que tenía de abandonarla. Mis hermanos empezaron a irse con malas compañías, a traerlas a casa y a no sentir vergüenza por los actos que cometían. Yo no era buena, pero tenía claro que no quería ser como ellos. Veía cómo mis hermanos se habían corrompido por las discotecas. Había peleas en mi casa por estos motivos.

Entonces a mi padre le detectaron cáncer de pulmón. Yo tenía 14 años por aquel entonces. Fue un terrible golpe para toda la familia.

Operaron a mi padre y cuando se estaba recuperando en la UVI, cogió neumonía y por estar tanto tiempo en cama, tuvo una parada renal que le duró varias semanas. Yo no rezaba… pero en aquellos momentos, sentía tentaciones de hacerlo. Era como si el único capaz de sacarme de esa situación era Dios, y no entendía por qué no lo hacía. Esta situación era un poco compleja, pues hacía que me acercara a Dios y le ofreciera mi vida en sanación de la de mi padre, y a la vez me alejaba de Él viendo que le “daba igual” el sacrificio que hacía.

Durante el tiempo de recuperación, le diagnosticaron tumores en la cabeza y una metástasis ósea que se extendía por el cuerpo. Esto implicaba una nueva operación. Le operaron y extirparon 2 de los 3 tumores. Mi padre había salido de casa como un hombre sano, fuerte y joven, y volvía como un enfermo terminal, débil y envejecido antes de tiempo. Era muy duro verle en esa situación. Y Dios no hacía nada. Mi padre ya no nos reconocía, se le iba la cabeza, sufría… Mi madre quiso que durante la enfermedad se quedara con nosotros y ella lo estuvo asistiendo hasta su último aliento de vida.

Viendo que no le quedaba mucho tiempo, mi madre se puso en contacto con un sacerdote para que diera a mi padre la Extremaunción. Éste, por estar nuestro domicilio lejos del suyo, decidió no hacerlo. Por aquel entonces, llegó a nuestro buzón la revista de una parroquia cercana. Mi madre llamó y un sacerdote, encantado, concretó un día. Yo, asqueada de la Iglesia hasta lo más profundo de mi ser, cuando entró el sacerdote en mi casa, ni le miré a la cara. Al poco tiempo, mi padre entregaba su espíritu al Creador.

Madrid (España)
Era verano, y en septiembre se iniciaba un curso de Confirmación en esta Parroquia. Mi madre estuvo todo el verano insistiéndome para que me apuntara, pero ya lo que me faltaba, encima de que Dios se había llevado a mi padre, ¿quería que fuera a una iglesia? Me parecía absurdo. Así que me negué. Hasta que Tú, Señor, rendiste mi alma, y pasó como en la parábola del amigo importuno. Accedí, pero con la condición de que si no me gustaba no volvería más. En esa primera catequesis se me habló de la muerte, del suicidio, de la alegría que hay por un pecador convertido… Dios no me podía hablar más claro. Poco a poco Él iba obrando maravillas en mi alma. Me dio la oportunidad de hacer las paces con Él, y lo que son las cosas… el sacerdote que asistió a mi padre en los momentos de su muerte era ahora mi Director Espiritual y la joven que me dio mi primera catequesis, mi madrina de Confirmación.

Y a través de estas dos grandes personas, Dios me abrió un horizonte totalmente nuevo y desconocido para mí: vivir una entrega más generosa a Dios, pero siguiendo en el mundo. Veía el testimonio de personas que pertenecían al Instituto Secular Servi Trinitatis, y percibía la unidad y felicidad de estas personas. Eso, en un mundo amargado y asqueado de vivir, llama poderosamente la atención. Vi que eran personas consagradas a Dios, al que se dedicaban en cuerpo y alma según sus Normas y Constituciones y que, a su vez, se dedicaban de lleno a su trabajo, al apostolado en la parroquia, en campamentos…

Hoy estoy totalmente convencida de que a través de la muerte de mi padre Dios me salió al encuentro. Me ha demostrado su amor paternal en cada instante de mi vocación. En este Instituto se vive en Comunidad. Cuando se sufre en el mundo el día a día, y uno se agota de luchar por la Verdad, no hay nada mejor que llegar a casa, recargar pilas a los pies de la Santísima Trinidad y desahogarse humanamente con las personas que sufren lo mismo que tú. Dios puso en mi corazón un deseo mayor aún, así que solicité ir como misionera a Venezuela, lugar donde la Institución cumple con uno de sus fines: las misiones. Aquí puedo seguir mi vocación cumpliendo además otros fines, como son suscitar y promover nuevas vocaciones a la Vida Consagrada, trabajar en los medios de comunicación, la atención preferencial a los niños, una vida contemplativa-activa, ser miembro de la Acción Católica, tan querida por los Papas, y tener una viva y sincera fidelidad a la jerarquía, pues el Papa Benedicto XVI en la JMJ de Madrid 2011 pidió jóvenes dispuestos a anunciar la palabra de Dios en los confines de la tierra. Dios no me podía haber preparado un lugar mejor donde poder ser Gloria Suya a la vez que, si soy fiel, puedo darle Gloria a Él.

Valencia (Venezuela)

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