viernes, 21 de febrero de 2020

La brújula siempre marca el norte (segunda parte)



LA BRÚJULA SIEMPRE MARCA EL NORTE…

Alfonso González

(Segunda parte)

Comenzaremos en primer lugar a nombrar tres criterios sencillos y externos, es decir que nos vienen dados, seguros e inconfundibles que son las Sagradas Escrituras, el Magisterio de la Iglesia y la coherencia de vida con la vocación que Dios ha querido para nosotros. 

Son unos criterios externos, vienen de fuera, nos vienen dados, a Dios gracias… Y tienen su fundamento en el Señor, que no puede ni engañarse ni engañarnos. 

El primero son las Sagradas Escrituras. Es importante señalar que Dios es el mismo “hoy y siempre”, “Cielo y tierra pasarán, mis palabras no pasarán”. Las enseñanzas, los criterios que vemos recogidos en el Evangelio y en las Sagradas Escrituras son válidos para el hombre de toda época y, no es que sean válidos, sino que son el único camino seguro. Por eso en nuestra vida deberíamos saber cuál es el criterio evangélico que rige nuestras acciones. Si nuestra vida no se ajusta a criterios evangélicos tenemos un serio problema… 


Cada actividad de nuestra vida ha de estar iluminada por las Sagradas Escrituras, de forma especial por el Evangelio, y hemos de saber responder con el Evangelio a las acciones que realizamos. Los Mandamientos de la Ley de Dios, las obras de misericordia, las Bienaventuranzas, son Palabra de Dios que hemos de acoger y hacer vida… 

El segundo criterio es el Magisterio de nuestra Madre y Maestra la Santa Iglesia en lo que a enseñanzas magisteriales se refiere. La Iglesia ha sido fundada por el Señor para enseñar al mundo el camino de la salvación. No podemos dejar de mencionar en este punto el criterio de discernimiento siempre actual de S. Ignacio de Loyola en reglas para sentir con la Iglesia en donde nos dice que “Debemos siempre tener, para en todo acertar, que lo blanco que yo veo creer que es negro, si la Iglesia Jerárquica así lo determina, creyendo que entre Cristo nuestro Señor, esposo, y la Iglesia su esposa, es el mismo Espíritu quien nos gobierna y rige para la salud de nuestras almas…”. 

El tercer criterio que marca el norte en nuestra vida no es otro que la coherencia con las exigencias de la propia vocación y de las circunstancias de mi vida (obligaciones de estado, compromisos apostólicos adquiridos, etc…). La fidelidad a la vocación de cada uno, las obligaciones de estado, los compromisos apostólicos nos muestran en muchísimas ocasiones de forma muy clara la voluntad de Dios sobre la vida de cada uno. 

La coherencia de vida otorga autenticidad a la persona, porque vive como piensa. La coherencia reviste a la persona de autoridad porque empeña su vida con su palabra. 

La coherencia de vida es la sencillez de los sabios y la sabiduría de los santos. 

Existe un criterio que es la prueba de oro de los criterios, porque nos lo da el Señor, que no es otro que “El árbol se conoce por su fruto” (Mt 12,33). Tiene un problema, que no es otro que es un criterio “a posteriori”, pero ciertamente nos enseña mucho y nos hace sobre todo adquirir experiencia en estas cosas de la vida espiritual. 

Ya con todo lo anterior tenemos criterios muy sencillos y seguros para saber guiarnos en la vida, pero luego están las mociones internas, lo que vivimos en el interior del alma… Y entonces ¿cómo ver si eso viene de Dios, del Demonio o simplemente de nuestra psicología o de nuestros gustos…? 

Lo primero que siempre es importante decir, es que resulta imprescindible el acompañamiento espiritual de un adecuado director espiritual porque “uno nunca es buen juez en causa propia”, “el que de sí mismo se fía es peor que el Diablo”, dice San Juan de la Cruz. Y notemos que digo adecuado, porque “si un ciego guía a otro ciego, los dos van al suelo”, ha de ser santo, sabio, prudente y experimentado, que diría Santa Teresa de Jesús. Sabemos que Dios bendice la actitud de abrir el corazón, es una actitud de humildad, de confianza y muestra y prueba de que ponemos los medios para buscar su voluntad. Hoy más que nunca es preciso rogar al Señor nos conceda ese director espiritual que nos ayude a descubrir las inspiraciones del Señor en nuestra vida. Hoy más que nunca el que de verdad quiera llevar una vida verdaderamente cristiana necesita, siempre que se pueda, ese acompañamiento espiritual para “no vivir tontos y no morir idiotas”, que se suele decir. 

Pero junto con esto es cierto que “Dios se hace notar” cuando somos sencillos y generosos, lo que viene del Espíritu trae paz, alegría, tranquilidad, sencillez, luz, serenidad, dulzura. Mientras que lo que viene del mal espíritu inunda el alma de intranquilidad, tristeza, desconcierto, confusión, tinieblas, etc… 

En muchas ocasiones esta coherencia no es tan fácil, ya sea porque en muchas ocasiones nos resistimos a las inspiraciones del Espíritu, o porque se pueden presentar los deseos del demonio o de nuestro egoísmo, en un principio bajo capa de bien, aunque ciertamente cuando con humildad dejamos que el Señor nos ilumine y, sobre todo si abrimos el corazón en la dirección espiritual, acabamos por descubrir si son de Dios o no. 

No obstante, hay dos señales que no fallan nunca: la paz y la alegría espiritual. 

“Cristo es el príncipe de la paz” y, cuando reina, en lo más profundo del alma se vive inundado de una paz inalterable, aún en medio de la tempestad. Por el contrario, cuando la turbación, la inquietud, la confusión se despiertan en el alma no es signo del buen espíritu… 

Y la alegría espiritual, que es “un gozo en el bien” que lo llena todo, incomprensible en muchas ocasiones, y sin razón humana que lo justifique, pero tan real como la vida misma. 

La una como la otra tienen la característica de inclinar el alma a un mayor y mejor servicio del Señor… 

Y la acción de Dios en el alma tiene dos efectos inequívocos: La perseverancia en el bien y la humildad; cueste lo que cueste “que el Señor esté contento”. Y “siempre al servicio” como nuestra Madre. 

Y como no es el propósito hacer un tratado, sirvan estos sencillos puntos para orientarnos en nuestra vida cristiana.


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