Jorge González Guadalix
3 de abril de 2019
D. Juan Antonio Reig Pla es un obispo que dice
exactamente lo que piensa, que no se pliega a lo políticamente correcto y
desconoce qué cosa sea el miedo a los medios de comunicación o a los lobbys del
tipo que sean. Dicen que en el tema de la homosexualidad se pasa, es matizable,
y hasta han pretendido declararle obispo non grato en Alcalá.
Los colectivos homosexuales no saben cómo buscarle las
cosquillas. Lo último ha sido presentarse un periodista en el
obispado de Alcalá haciéndose pasar por una persona con tendencias homosexuales
y el deseo de superar esa inclinación. Parece ser que alguien lo
atendió, que charlaron algo y que se ofreció a echar una mano.
Horror, terror y pavor. Todos los colectivos a una acusando
a Reig Pla de ofrecer terapias para curar la homosexualidad y de tener como
orientadores a personas no colegiadas como psicólogos.
A ver si nos aclaramos. Supongamos que una persona
adulta, Pepe, toma conciencia de que podría estar experimentando inclinaciones
afectivas hacia personas de su mismo sexo, y que esa persona se siente
incómoda con ellas por razones morales, religiosas, personales o de lo que
sea. Se siente incómoda, y en el uso de su libertad busca ayuda para
superar esta situación. Esta persona acude a quien le da la gana: sacerdote,
psicólogo, orientador, médico, su amigo Manolo, su amiga María, su primo el de
zumosol o el cartero del barrio. A quien le da la gana, porque es adulto y va a
donde le parece. Pues mucho cuidado. Porque según la ley conocida vulgarmente
como “ley
Cifuentes sobre ideología de género”, si Manolo, María, el cura de su
parroquia deciden intentar ayudar a esta persona adulta para
tratar de que supere sus tendencias que tanto le molestan, están cometiendo
un delito muy grave consistente en “La promoción y realización
de terapias de aversión o conversión con la finalidad de modificar la
orientación sexual o identidad de género de una persona. Para la comisión de
esta infracción será irrelevante el consentimiento prestado por la persona
sometida a tales terapias”.
Sigo. Pepe, adulto, es un suponer, me pide ayuda
para modificar su orientación sexual. Es un suponer que yo le ayudo y
oriento en esto bien sea personalmente, bien a través de otros medios o
personas. Pues en este caso estoy cometiendo una infracción muy grave
que lleva consigo multa de 20.001 hasta 45.000 €, seré declarado
persona homófoba, apareceré en todos los telediarios y seré objeto de pintadas
en mis parroquias para que todos sepan el peligro de cura que los ha tocado en
suerte. AUNQUE ME LO HAYA PEDIDO EL MISMO PEPE, ADULTO.
Pero miren por donde decido que Pepe lo que debe
hacer es salir del armario, y yo mismo le animo a dar ese paso. Entonces la
cosa cambia. Pepe tiene derecho a psicólogo, psiquiatra, educador,
terapia de grupo, ayuda médico-quirúrgica en caso de que desee finalmente
revertir la apariencia externa de su sexo biológico, cursillos de maquillaje y
puesto de honor en el desfile del orgullo gay. Yo seré declarado cura guay del
Paraguay y benefactor de minorías marginadas.
Es decir, que eso de la libertad es únicamente en
una dirección. Un señor o señora de inclinaciones sexuales no muy
definidas y que desea aclarar, tiene derecho a todos los medios para aceptar,
vivir, expresar y desarrollar su homosexualidad, incluido todo tipo de apoyo
personal y profesional, pero no puede acudir a nadie para aceptar su
heterosexualidad porque se arriesga y arriesga al otro a jugarse el bolsillo y
casi la vida, al menos moralmente.
La llamada “ley Cifuentes” es una barbaridad y de las
gordas, que no sé cómo nos hemos tragado sin inmutarnos. Pues ahí está.
No se crean que estamos en un mundo de libertades. Es
completamente falso. Libertades siempre en una misma dirección. Y nosotros tan
felices, sonriendo.
Lean, por favor, la ley
Cifuentes. Y luego me cuentan.
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