BAC 2003
La oración en Getsemaní.
Participación en la oración de Cristo
Ya sabemos cuán a menudo oraba Jesús en soledad, lejos de sus discípulos y conversando largamente con el Padre. La mayoría de las veces se entregaba a la oración cuando los demás descansaban: “Y pasó la noche orando a Dios”: pernoctans in oratione Dei (Lc 6, 12), como leemos en el Evangelio. En una sola ocasión Jesús pidió claramente a lso apóstoles que participaran en su oración y fue precisamente en Getsemaní, adonde el Maestro había ido con ellos la noche del Jueves Santo. Todos tenían todavía ante sus ojos y en us corazón lo que Jesús había hecho y dicho en la última cena. Dejando a los demás apóstoles a la entrada de Getsemaní, se llevó consigo a tres: a Pedro, Santiago y Juan, los mismo que le habían acompañado en el Tabor, y les dijo: “Quedaos aquí y velad conmigo”. Y, adelantándose un poco, se postró sobre su rostro y oró (Mt 26, 38-39). Esta es una evidente invitación a participar en su plegaria.
¿Por qué precisamente en ese momento, aquella vez? Quizá porque les había introducido ya en una particular participación de su misterio: les había dado a comer el pan diciendo: “Este es mi cuerpo, que es entregado por vosotros (Lc 22, 19), y a beber el vino diciendo: “Este cáliz es la nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros” (Lc 22, 20); por último les recomienda: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19).
El gran conocimiento del hombre
Jesús comienza su oración. Alejándose de los tres discípulos empieza –como lo había hecho tantas otras veces— a hablar con el Padre. Ahora, sin embargo, el coloquio es decisivo: se inicia casi como desde el fondo mismo del alma de Jesús y manifiesta toda la verdad de su humanidad, revelando también la hondura de su afán en ese momento concreto en la vida del hijo del hombre. Jesús se acerca a esta oración con aquella inconmensurable y universal ansiedad por todos y cada uno. Esta oración refleja el gran conocimiento que Jesús tenía del hombre y de la humanidad entera, caída en dramática escisión después del pecado original, dando lugar a un progresivo alejamiento de la Voluntad del Padre con efectos más espantosos que los de la desobediencia original.
“Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz”
Estas palabras son lapidarias pero, al mismo tiempo, cargadas con el peso de aquella hora, a saber, de la hora en la que el siervo de Yavé debe cumplir la profecía de Isaías diciendo su sí.
“Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quieres tú” (Mt 26, 39). Notemos que ya no puede alejarse este cáliz de Él porque en el cenáculo ha sido transmitido a la Iglesia convirtiéndose en el “cáliz de la nueva y eterna alianza” y cáliz de sangre “que será derramada” (Mc 14, 24). Con todo, Jesús dice: “Si es posible, pase de mí…”
¿Qué significa “Si es posible”? Participando del divino Amor sabe que no puede ser de otra manera. En el fondo, ha ido a Getsemaní a recibir el juicio, emitido ya desde tiempo atrás, incluso desde toda la eternidad (Col 2, 14). Sin embargo ha llegado, se ha arrodillado y ora como si ese juicio, emitido desde la eternidad, hubiera de emitirse precisamente allí y en aquella hora.
Durante la oración de Getsemaní el sudor que aparece como gotas de sangre en la frente de Jesús es señal de un agudo tormento de su corazón humano. Jesús se había hecho hombre para que se revelara toda la grandeza del Amor que se expresa a través del “don de sí mismo” en el sacrificio: “Tanto amó Dios al mundo que le dio su unigénito Hijo” (Jn 3, 16). En esta hora el “eterno Amor” debe hacerse realidad con el sacrifico del corazón humano. ¡Y cómo se realiza! El Hijo no rehúsa ofrecer su propio corazón para que se convierta en altar, un lugar de completo aniquilamiento, antes aún de que lo sean en la cruz.
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