CAMINO DE LA VIDA: SIN ORACIÓN NO HAY CAMINO (2ª parte)
Por Alfonso González
La primera cuestión que hemos de darnos cuenta es que la oración es un camino de amor, un encuentro de corazones, orar es “pasar tiempo con Dios” (que sabemos que no hay tiempo mejor aprovechado). Hoy más que nunca la mentalidad utilitarista, en donde en todo se busca la rentabilidad, la eficacia, toda actitud de amor gratuito se encuentra

Y ahí comienzan las dificultades, en el tiempo, porque solemos decir en este mundo de actividad trepidante que “no tenemos tiempo”. Pero si somos un poco nobles descubriremos que el verdadero problema no reside en el “problema del tiempo”, sino más bien en saber lo que cuenta en nuestra vida. Pondremos un ejemplo sencillo. Nunca hemos visto a alguien que muera de hambre porque no tiene tiempo para comer. Siempre hay tiempo para comer, y si no ¡se busca!. Antes de decir no tenemos tiempo, hemos de ver la jerarquía de valores que tenemos en nuestra vida, lo que consideramos prioritario. Para la oración no se busca tiempo, si nuestra jerarquía de valores es correcta deberíamos decir que “la oración tiene su tiempo”.
Y en muchas ocasiones podemos experimentar una tentación, y que no es otra que pensar que el tiempo que dedicamos a Dios es tiempo que se roba al prójimo…
La experiencia y los ejemplos de las personas de oración demuestran, en primer lugar que “estando atentos a Dios, aprenderemos a estar atentos a los demás”. No podemos perder siempre la mirada de fe en todo, y si es cierto que la oración es tiempo pasado con el Señor, no es menos cierto, en primer lugar que la oración me dará la gracia de vivir cada instante de mi vida de un modo mucho más fecundo.
Pero no es solo que haga nuestra vida más fecunda, sino que la fidelidad a la oración garantiza nuestra capacidad de estar presentes ante los demás, de amarlos realmente. El amor más atento, el más delicado, el más desinteresado, el más compasivo, el que es capaz de consolar y reconfortar lo encontramos en las almas de oración. Porque la oración nos hará mejores y los que nos rodean no se quejarán de ello.
Sin oración seria corremos el riesgo de que la sal se comience a envanecer, y aunque parezca que hago algo, en sustancia sea nada, porque las buenas obras no se pueden hacer sino en virtud de Dios, y eso sólo se hace con mucha oración.
Pero aún así, hay personas que piensan que la oración es ofrecer el trabajo, que eso basta como oración. Es cierto que un trabajo ofrecido y realizado para Dios se puede convertir en un modo de oración. Pero dicho esto, hemos de ser realistas, es imposible permanecer unido a Dios mientras trabajamos si antes no hemos tenido momentos dedicados solo a Dios. El que no se ha ocupado sólo de Él, que no pretenda mantener su presencia en medio de las tareas de cada día. Es lo mismo que ocurre en las relaciones personales. Imaginemos un marido y padre de familia inmerso en actividades continuas que no tiene tiempo para su mujer e hijos exclusivo para ellos, el amor se asfixia y se ahoga enseguida; si por el contrario les dedica tiempo y momentos exclusivo el amor se dilata, se respira gratuidad. Hay que dedicar por tanto tiempo en exclusividad al Señor, para que su amor no muera en nosotros. Si nos ocupamos de Dios, Dios no dudará en ocuparse de nuestras cosas mejor incluso que nosotros mismos.
Y si la objeción anterior se torna ridícula, ¡que decir en el mundo actual de esa máxima que todo lo impregna que es el sentimiento!: “Yo sólo rezo cuando me apetece porque soy auténtico”. Sí, sería de auténtico necio obrar así, porque entonces, como haya que tener ganas, podríamos esperar hasta el día del juicio final. En la oración nos ha de guiar la fe, no el estado de ánimo. La verdadera autenticidad, la verdadera sinceridad no tiene nada que ver con el sentimiento. ¿Cuál es el amor más auténtico? El que es más fiel. La fidelidad en la oración podemos decir que es escuela de libertad y sinceridad en el amor, porque nos enseña a situar nuestra relación con Dios en un terreno que no es vacilante, fuera de nuestras impresiones, estados de ánimo, fervor sensible, etc. La fidelidad en la oración la ponemos en el fundamento sólido de la fe.
Y cuando nos acercamos de verdad a Dios, pasamos tiempo con Él, y somos fieles, encontramos que la oración transforma la vida. En un intento con verdadero espíritu minimalista, no podemos acabar el tema sin señalar que la vida de oración cambia el resto de la vida. La vida de oración debe llevar a un progreso en el amor, en la pureza de corazón, y el verdadero amor se manifiesta también y muchas veces mejor fuera de la oración. No creamos que nuestra vida de oración es auténtica si la vida no está marcada por un sincero deseo de darnos por completo a Dios, de conformar lo más plenamente nuestra vida con su voluntad. El que de verdad su vida está animada por la oración su vida es un continuo desprenderse de sí mismo para entregarse a Dios. No es compatible la vida de oración con buscarse a sí mismo, no vivimos en Dios si no somos capaces de olvidarnos de nosotros mismos en beneficio de nuestros hermanos.
La vida de oración crea en nosotros, como no puede ser de otra forma, una forma de ser en relación con el Señor, en relación con el prójimo y con nosotros mismos. La vida de oración es la verdadera escuela del amor, porque las virtudes que se practican y a las que nos lleva la vida de oración son las que permiten el crecimiento del amor en nuestro corazón. Sin oración no hay camino, porque sin oración no transformamos nuestro corazón, para amar con el Amor de Dios; “amaos los unos a los otros como Yo os he amado”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario