¿Por qué existe el sufrimiento?
Por el P. Juan Manuel Cabezas, doctor en Derecho canónico
Pues vamos de pregunta difícil en otra más ardua todavía. Y sí, me alegro preguntéis tan directa y claramente, pues es un tema que todo hombre se plantea, quiera o no. Pero la contestación ya está dada desde hace tiempo. La Sagrada Escritura ha ido contestando paulatinamente al tema del sufrimiento humano, poco a poco, intentando que el hombre fuera asumiendo la respuesta a modo de una catequesis paulatina. Y en Jesucristo ha llegado a su cumbre la revelación divina, también en el tema del sufrimiento. Sólo Jesús descubre el sentido y el valor del sufrimiento humano.
En la Sagrada Escritura aparecen diversas causas del sufrimiento. Así, en primer lugar tenemos una idea sobre el sufrimiento que no es exclusiva de nuestra fe, sino que, como dice el Santo Padre en la Exhortación “Salvifici Doloris” «expresa una convicción que se encuentra también en la conciencia moral de la humanidad»1: el sufrimiento tiene un sentido como castigo del pecado, de una culpa cometida. Este sentido es más que evidente por más que hoy día se quiera poner en duda. Así aparece en el libro del Génesis, en el cual nuestros primeros padres son castigados y han de sufrir y han de morir por haber trasgredido el mandamiento de Dios, lo que ha traído consigo la pérdida de los dones preternaturales de inmortalidad y de impasibilidad recibidos como regalo especial de Dios al hombre en el Paraíso.
Por lo tanto, es cierto que todo sufrimiento humano tiene su última explicación en el pecado original de Adán y Eva. El hombre, aunque por su naturaleza de criatura tenía que sufrir y tenía que morir, recibió el regalo maravilloso de Dios de los dones citados de inmortalidad e impasibilidad. Sin embargo, los perdió a consecuencia del pecado original.
Pero a la vez, «no es verdad que todo sufrimiento sea consecuencia de la culpa y tenga carácter de castigo»2. Esta es la tesis fundamental que nos enseña el libro de Job, en el cual se nos habla del sufrimiento del hombre inocente, el que no ha cometido pecado y, sin embargo, sufre. Hay un segundo carácter del sufrimiento. El sufrimiento no siempre es castigo del pecado, a veces puede tener un carácter de prueba. En otros libros del Antiguo Testamento aparece también ese sentido fundamental: «los castigos no vienen para la destrucción sino para la corrección de nuestro pueblo». Como indicaba Juan Pablo II «el sufrimiento tiene sentido no sólo porque sirve para pagar el mismo mal objetivo de la trasgresión con otro mal, sino ante todo porque crea la posibilidad de reconstruir el bien tanto en uno mismo como en su relación con los demás y, sobre todo, con Dios»3. El sufrimiento nos hace mejores, más maduros, más comprensivos con los demás, más atentos a las necesidades del prójimo.
Mas no se agota ahí el sentido profundo del sufrimiento humano. Sólo a la luz de la vida y del mensaje de Jesucristo puede el hombre descubrir el por qué del sufrimiento. Jesucristo se acercó incesantemente al mundo del sufrimiento humano de muchos modos, tanto aliviando a enfermos y afligidos con sus milagros, como proclamando bienaventurados a los que sufren, pero sobre todo su acercamiento al sufrimiento consistió en haber asumido de manera voluntaria el sufrimiento en sí mismo. Él fue llamado “varón de dolores” proféticamente por Isaías.
En efecto, Jesucristo, «aunque inocente, se carga con los sufrimientos de todos los hombres, porque se carga con los pecados de todos. ‘Yavé cargó sobre Él la iniquidad de todos’: todo el pecado del hombre en su extensión y profundidad es la verdadera causa del sufrimiento del Redentor».4
En suma, Cristo ha logrado la Redención y nos ha librado del sufrimiento eterno del infierno y de la muerte por medio de sus sufrimientos. Pero además, en la Cruz de Cristo «el mismo sufrimiento humano ha quedado redimido»5. Lo que antes era una desgracia es hecho ahora un instrumento de gracia y redención. Jesucristo «ha elevado el sufrimiento humano a nivel de redención»6. El cristiano, uniendo su sufrimiento al de Jesucristo, colabora en la Redención de la humanidad. Su sufrimiento no es estéril ni carece de sentido, es algo maravilloso que le permite asemejarse a Jesucristo y ayudar a su Iglesia en la conquista de las almas para Dios. Recuerdo ahora a Santa Teresita que decía que la oración y el sufrimiento ofrecido a Dios eran sus armas infalibles para conseguir todo lo que pretendía, especialmente la conversión de los pecadores.
Por supuesto, el sufrimiento no tiene la última palabra en la vida del hombre. El sufrimiento tiene sentido porque el amor de Dios lo ha vencido y lo ha trasfigurado en la resurrección. Como insiste a menudo San Pablo en sus cartas, el sufrimiento de esta vida no es nada en comparación de la gloria incomparable que se nos tiene reservada en el cielo. El Señor nos ofrece la gracia de poder sufrir por Cristo y con Cristo para poder así luego recompensarnos en la medida de los mismos, y con una medida colmada, rebosante.
1. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica “Salvifici Doloris” nº 10
2. Idem, nº 11
3. Idem, nº 12
4. Idem, nº 17
5. Idem, nº 19
6. Idem
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