jueves, 25 de mayo de 2017

¿Por qué yo no?


Santos Francisco y Jacinta, pastorcillos de Fátima



Los padres de Francisco y Jacinta fueron Manuel Pedro Marto y María Rosa, hermana de Antonio dos Santos, el padre de Lucía.

Francisco había nacido el 11 de junio de 1908. Su hermana Jacinta, el 11 de marzo de 1910. Ambos fueron bautizados en la iglesia parroquial de Fátima. Eran muy diferentes de temperamento: más tranquilo y condescendiente Francisco, y más caprichosa la pequeña Jacinta.

Para acercarnos a la realidad de los dos hermanos y de los acontecimientos de sus cortos años de vida en la tierra, contamos con el testimonio de la mejor testigo: su prima Lucía, que escribió sus Memorias entre 1935 y 1941 a petición del obispo de Leiría-Fátima, monseñor José Alves Correira da Silva. 


Así recuerda la hermana Lucía a Francisco:
<<La amistad que me unía a Francisco era sólo debido al parentesco y la que traía consigo las gracias que el cielo se dignó concedernos.

Francisco no parecía hermano de Jacinta, sino en la fisonomía del rostro y en la práctica de la virtud. No era tan caprichoso y vivo como ella. Al contrario, era de un natural pacífico y condescendiente.

Cuando, en nuestros juegos, alguno se empeñaba en negarle sus derechos de ganador, cedía sin resistencia, limitándose a decir sólo:
—¿Piensas que has ganado tú? Está bien. Eso no me importa.

En los juegos, era muy animado, pero a pocos les gustaba jugar con él; porque perdía casi siempre. Yo misma confieso que simpatizaba poco con él, porque su natural tranquilidad excitaba a veces los nervios de mi excesiva viveza. A veces, tomándole por el brazo le obligaba a sentarse en el suelo, o en alguna piedra, pidiéndole se estuviera quieto; y él me obedecía como si yo tuviese una gran autoridad. Después sentía pena e iba a buscarlo asiéndole por la mano, y regresaba con el mismo buen humor como si nada hubiera acontecido. Si alguno de los otros niños porfiaba en quitarle alguna cosa que le era propia, decía:
—¡Deja ya!, ¿a mí qué me importa?

Lo que más le entretenía, cuando andábamos por los montes, era sentarse en el peñasco más elevado y tocar su flauta o cantar. Si su hermana bajaba conmigo para echar algunas carreras, él se quedaba entretenido allí con su música y sus cantos.

En nuestros juegos, tomaba parte, siempre que le invitábamos, pero a veces manifestaba poco entusiasmo, diciendo:
—Voy; pero sé que perderé.>>


(Sor Lucía. Dos Santos: Memorias de la Hermana Lucía, Cuarta Memoria, 24.ª ed., Fátima, 1985, págs. 118, 120)

En cuanto a Jacinta, éstas son las palabras de Lucía, en su Primera Memoria:

<<La menor contrariedad, que siempre hay entre niños cuando juegan, era suficiente para que enmudeciese y se amohinara, como nosotros decíamos. Para hacerle volver a ocupar su puesto en el juego, no bastaban las más dulces caricias que en tales ocasiones los niños saben hacer. Era preciso dejarle escoger el juego y la pareja con la que quería jugar. Sin embargo, ya tenía muy buen corazón y el buen Dios le había dotado de un carácter dulce y tierno, que la hacía, al mismo tiempo, amable y atractiva. No sé por qué, tanto Jacinta como su hermano Francisco, sentían por mí una predilección especial y me buscaban casi siempre para jugar. No les gustaba la compañía de otros niños, y me pedían que fuese con ellos junto a un pozo que tenían mis padres en el huerto. Una vez allí, Jacinta escogía los juegos con los que íbamos a entretenernos.>>

(Primera memoria, p. 20)


13 de mayo de 1917: primera aparición de la Virgen

La humanidad occidental seguía en guerra. Rusia estaba a punto de caer en manos de los revolucionarios bolcheviques cuyo líder indiscutible era Lenin.

De todo esto, que estaba sucediendo aquel mismo año, nada sabían los pastorcillos. Será la Virgen quien les informe, más adelante, de los graves problemas de Rusia y de la humanidad.

Después de las apariciones del Ángel, los niños estaban en mejor situación espiritual para recibir la visita de la Virgen.

Después de la aparición, hubo un pacto entre los tres: no decir nada a nadie. Pero Jacinta no pudo ocultar a su madre lo que había visto en Cova de Iria. Y ahí comenzó el calvario para los tres. Primero, los padres y hermanos. En sendas entrevistas con Juan Marto y Carolina dos Santos, hermanos de los videntes, me confirmaron que nadie en casa les creía: eran fantasías infantiles, algo parecido a lo que habían oído leer a mamá en las vidas de los santos.

De mayo a octubre, la familia Marto y la familia Dos Santos pensaban que se trataba de mentiras o imaginaciones de los pequeños. El párroco, don Manuel Márques Ferreira, interrogó cauteloso a los niños. Las opiniones, de la familia, del pueblo, de la jerarquía, estaban divididas. Y, en medio, los pequeños elegidos por la Virgen para comunicar a la humanidad un mensaje de salvación y de paz.

—Quiero que vengáis aquí el 13 del mes que viene; que recéis el rosario todos los días y que aprendáis a leer... A Jacinta y a Francisco los llevaré pronto (al cielo).


Francisco Marto, al Cielo

Poco iba a disfrutar Francisco en la tierra de aquella bonanza que siguió al 13 de octubre. Sus buenas cualidades humanas y cristianas se acentuaron visiblemente: fue todo un ejemplo de virtudes cristianas y de madurez sobrenatural.

Lo que los portugueses llamaban la gripe española» llegó a Aljustrel y entró en casa de los Marto. Francisco iba a ser una de sus primeras víctimas.

De la enfermedad y muerte de su primo Francisco, escribe Lucía:
<<Durante la enfermedad, Francisco se mostró siempre alegre y contento. A veces le preguntaba:
–Francisco, ¿sufres mucho?
–Bastante, pero no importa. Sufro para consolar a Nuestro Señor; y después de aquí, al cielo... Voy a confesarme para comulgar y morir después. Y querría que me dijeras si me viste hacer algún pecado y que fueses a preguntar a Jacinta si ella me vio hacer alguno...

Cuando volví al anochecer, ya estaba radiante de alegría. Se había confesado y el cura le había prometido llevarle al día siguiente la Sagrada Comunión. Después de comulgar al día siguiente, decía a su hermanita:
–Hoy soy más feliz que tú, porque tengo dentro de mi pecho a Jesús escondido. Yo me voy al cielo, pero desde allí voy a pedir mucho al Señor y a la Virgen para que pronto os lleve también allí. (...).>>

El 4 de abril de 1919, apenas año y medio después de la última aparición, se fue a ver cara a cara a Dios y a su Madre, a los once años de edad.



Jacinta, probada en el dolor

La pequeña Jacinta estaba convencida de que pronto se iría al cielo con su hermano Francisco. La misma «gripe española» le afectó tanto que tuvieron que internarla en el hospital de Vila Nova de Ourem en los calurosos meses de julio y agosto de 1919, sin hallar mejoría. Todo lo sufría complacida y sonriente, sabiendo que Dios aceptaba sus sufrimientos y los unía a los de Cristo en la cruz, para la conversión de los pecadores.

El camino del calvario de Jacinta fue más largo que el de Francisco. Ambos comenzaron a sentir los primeros síntomas de la gripe en diciembre de 1918. Francisco moría a los cinco meses y Jacinta habría de cargar con la cruz hasta volar al cielo el 20 de febrero de 1920, pasando por Aljustrel, Vila Nova y el hospital de Doña Estefanía de Lisboa, donde fue operada al vivo, sin anestesia, para extraerle dos costillas. Quince meses de intensos dolores, aceptados con la serenidad de los santos. Su cadáver exhalaba un perfume inexplicable humanamente. Y cuando, el 12 de septiembre de 1935, fueron exhumados sus restos para trasladarlos del cementerio de Aljustrel a la basílica, el cuerpo de Jacinta permanecía incorrupto.

  



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