SEDACIÓN EN EL PACIENTE TERMINAL
Se trata de un problema tremendamente actual. Una cuestión que la gran mayoría de las personas se ha planteado en algún momento de su vida. Es muy frecuente escuchar en el ámbito hospitalario, “yo no le tengo miedo a la muerte, pero sí al sufrimiento”. Pues bien, ante esta inquietud, ni la ética, ni la medicina, ni mucho menos nuestra Santa Madre la Iglesia, quedan mudas.
Para empezar el edificio por los cimientos, tendríamos que comenzar hablando del sentido del sufrimiento y aunque no es el tema que nos ocupa, no podemos dejar de decir que sólo cuando se vive el sufrimiento como un medio especialísimo de unión con Jesús en la Cruz, sólo cuando se cree que en el sufrimiento nos hacemos “otros cristos” y sólo cuando se confía en el gran fruto espiritual que puede dar el sufrimiento ofrecido por Amor al Señor…se deja de sufrir…!No!... se sigue sufriendo, pero con paz, con alegría, porque no es lo mismo sufrir sin sentido, que sufrir por Amor.
En ese sentido van dirigidas las enseñanzas de la Iglesia, que como buena Madre que es, no deja de cuidar a sus hijos en los momentos más frágiles de su vida y como dice Juan Pablo II en la declaración “IURA ET BONA” sobre la eutanasia «No debe, pues, maravillar si algunos cristianos desean moderar el uso de los analgésicos para aceptar voluntariamente, al menos una parte de sus sufrimientos y asociarse así de modo consciente a los sufrimientos de Cristo crucificado». Esto no significa que la Iglesia se oponga al alivio del sufrimiento por otros medios y en ningún caso ha manifestado lo contrario, siempre que esos medios sean éticamente lícitos. Hay situaciones en que el dolor supera la naturaleza de la persona y así continúa diciendo Juan Pablo II: «No sería, sin embargo, prudente imponer como norma general un comportamiento heroico determinado. Al contrario, la prudencia humana y cristiana sugiere para la mayor parte de los enfermos el uso de las medicinas que sean adecuadas para aliviar o suprimir el dolor, aunque de ello se deriven, como efectos secundarios, entorpecimiento o menor lucidez”. El problema estriba en la licitud de privar al enfermo de la consciencia en el final de su vida; y es que no debemos confundir términos: “muerte digna” no significa, como piensan algunos, morir sin conciencia de nada, sin dolor, sin “enterarse”. Juan Pablo II continúa diciendo que “es sumamente importante, en efecto, que los hombres no sólo puedan satisfacer sus deberes morales y sus obligaciones familiares (antes de ser sedados), sino también y sobre todo que puedan prepararse con plena conciencia al encuentro con Cristo” y cita a Pío XII; que en el IX congreso Nacional de la Sociedad Italiana de Anestesiología advierte que “no es lícito privar al moribundo de la conciencia propia sin grave motivo”. Una vez bien entendido esto, es decir, una vez que el hombre ha cumplido con todas sus obligaciones como hombre y como cristiano, pasamos a ver la licitud de la sedación desde el punto de vista de la medicina y de la ética.
Abordamos una cuestión cada vez más vigente en las distintas unidades hospitalarias o incluso en el domicilio de pacientes terminales. El fin principal de la medicina es, sin duda, el mantenimiento de la vida y de la salud, pero no siempre eso es posible. Aun con los mejores medios a su alcance, la medicina no puede hacer nada ante la realidad de una muerte inminente. No es menos cierto que no puede quedarse con los brazos cruzados ante el sufrimiento del paciente en situación agónica. En este punto es donde aparecen los llamados “cuidados paliativos” y dentro de estos cuidados, la sedación del paciente terminal. Se trata de administrar diversos fármacos al paciente en situación agónica, con el fin de aliviarle el sufrimiento, mediante la disminución de la conciencia.
El problema ético estriba en que como consecuencia de la administración de dichos fármacos, se da una disminución total de la conciencia del enfermo y no tanto la posibilidad de que se dé un acortamiento de la vida del paciente, ya que cuando se hace necesaria la sedación, suele ser en el periodo agónico, en el que el paciente fallecerá a consecuencia de su enfermedad o complicaciones.
Toca aquí citar el principio de doble efecto: Mediante la sedación se dan dos efectos, uno deseado (el alivio del sufrimiento) y uno indeseado (la disminución del nivel de conciencia). El principio de doble efecto se basa en las siguientes premisas: si los medios para aliviar el sufrimiento no son malos, si se administran esos fármacos con la intención de aliviar el sufrimiento y no buscando directamente la muerte y si se da una proporción equilibrada entre los dos efectos, la sedación en situación terminal sería lícita.
Sobre el equipo sanitario recae la responsabilidad de tomar una u otra decisión, poniendo sobre la mesa todos sus elementos de juicio y no perdiendo de vista en ningún momento, la dignidad del ser humano. En primer lugar se deben valorar los síntomas, la evolución del enfermo, su nivel de ansiedad, agotar otras posibilidades de tratamiento de los síntomas y utilizar los procedimientos a nuestro alcance para evitar esa situación de sufrimiento. Si se ve la necesidad de aplicar la sedación, debe asegurarse de que existe consentimiento por parte del paciente; puede ser un consentimiento escrito (siempre que sea posible) o por otras vías, como el deseo manifestado por el paciente cuando todavía estaba consciente y que quedó reflejado en la historia clínica.
Se puede llegar a caer en la equivocación de pensar que la eutanasia es el único remedio para el sufrimiento humano. Se puede llegar a equiparar eutanasia con sedación en situación terminal y no tiene nada que ver una cosa con la otra. Las diferencias principales estriban en la intención, el proceso y el resultado. Mientras que en la sedación se busca el alivio y control de los síntomas mediante la disminución de la consciencia, en la eutanasia se busca directamente la muerte biológica para dejar de sufrir. Mientras que en la sedación los fármacos utilizados van dirigidos a paliar síntomas existentes y se ajustan las dosis proporcionalmente, en la eutanasia se aplican dosis de fármacos o procedimientos desproporcionados para acabar rápidamente con la vida. El resultado de la sedación es el alivio del sufrimiento, el resultado directo de la eutanasia es la muerte.
(Ana Margarita Luján, Kerygma número 31)
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