lunes, 6 de febrero de 2017

El camino de la vida


VIVIR DE VERDAD: LA GRANDEZA DE LA SENCILLEZ HACE BELLA EL ALMA

                                                                   Por Alfonso González, médico de familia


Vamos a intentar bosquejar una virtud imprescindible, no sólo porque es mandato del Señor, "Sed sencillos como palomas...", sino porque para caminar por esta vida con serenidad de espíritu y tranquilidad de conciencia, es virtud capital. No estamos hablando sino de la sencillez, virtud excelsa que hace al alma especialmente bella, y el tratar con las personas que la poseen, en una gracia.

¿Qué es la sencillez? Se trata simplemente de la virtud por la que el alma se dirige hacia Dios. Se dirige rectamente hacia la verdad y el deber.

El alma sencilla camina hacia Dios, con una naturalidad sobrenatural que impresiona y admira, porque solo tiene una mirada, un deseo, un fin: Dios, o lo que es lo mismo la voluntad de Dios en su vida. Es persona que desprecia el juicio de los hombres, los respetos humanos, solo le interesa lo que Dios piensa, si tuviera un lema sería “¡Todo por Dios!".

En segundo lugar, la sencillez nos lanza hacia la verdad de cada cosa, sin artificios, sin doblez o rebuscamientos artificiales, sin segundas intenciones, ni cálculos egoístas. Todos recordamos el episodio evangélico en el que el Señor nos recomienda decir "sí o no", y todo lo que se añade lo inspira el enemigo.

La persona sencilla es persona de honor, de palabra, alcanza una franqueza que nos permite fiarnos de su palabra. Se dirige hacia la verdad de cada cosa. Es la persona que dice sí o no, sin necesidad de más palabras. Son las personas a las que contemplando su rostro podemos contemplar algo de la grandeza de su alma.



En tercer lugar, las personas sencillas son las personas que cumplen con su obligación, aunque ello les suponga sacrificio y sufrimiento, y lo hacen con naturalidad, que es lo más difícil, hacen que las cosas que son difíciles parezcan sencillas.

Si en dos renglones tuviéramos que describir un alma sencilla tendríamos que decir que es un alma leal, llena de claridad y limpidez, ve pronto y claro. Vence las dificultades por su rectitud y franqueza.

En su obrar desdeña la alabanza y el ruido, y realiza sus acciones en la sombra, huye siempre del mundo y sus pompas.

El alma sencilla no tiene dos maneras de pensar, habla como piensa y procede de acuerdo a lo que dice. Su fe es sencilla, su esperanza es un dócil abandono a la divina Providencia, como un niño en manos de su padre. Su amor es generoso y desinteresado, hace el bien a todos, porque sencillamente los mira con buenos ojos. Sólo Dios le basta, nunca entran en sus criterios ¿qué pensarán los hombres?, solo medita ¿qué pensará Dios?

La grandeza de la sencillez, es amada por Dios, que esconde sus secretos a los poderosos y los revela a los sencillos y humildes.

Todos admiran y aman a las almas sencillas, hasta los corazones más falsos se siente atraídos por tan agradable virtud.

Vive llena de confianza, porque está henchida de valor, de tranquilidad, porque el alma sencilla descansa sólo en Dios. El alma sencilla no teme, o vence el temor, y recorre el camino sin vacilaciones, mientras que la persona que es falsa teme siempre ver descubierta su falsedad… Al sencillo, ninguna amenaza le conturba.

El alma sencilla vive y muere dichosa, se dirige a la verdad y al bien, al deber, con facilidad sobrenatural, con nobleza, con generosidad, con todo el corazón, de ahí su dicha, la de no dejar nada en el camino…

En el mundo que vivimos la sencillez tiene varios enemigos, la vanidad, la mentira, la hipocresía y la modernidad del mundo.

La vanidad, que seca la fuente de las más nobles aspiraciones y aleja el alma del bien. Son las almas que se estancan en un hueco y tonto amor propio desordenado; se complacen en ellas mismas, en sus talentos, en sus cualidades, en el fondo quieren como único fin de su vida ser aplaudidas y admiradas por los demás.

Tomar una rosa y pretender embellecerla adornándola con encajes o vertiendo en su corola un perfume, no sería otra cosa que atentar contra la belleza de la flor.  Esto es lo que hace la vanidad, empobrecer la obra que Dios quiere hacer en el alma.

Y si la vanidad empobrece el alma, la mentira es el pecado de los cobardes. La mentira afea el alma, aún sin ser descubierta, y una prueba de ello es que cuando es descubierta avergüenza en alto grado. Es tan deleznable que ninguna persona ha podido recorrer antes el camino del deshonor sin pisotear la verdad. El que está degradado para mentir habitualmente es capaz de todas las villanías imaginables. Porque el hombre que mediante la mentira ha encontrado el medio de escapar de los hombres, despreciando a Dios, a su conciencia y a la verdad, es capaz de cualquier cosa.

No olvidemos nunca que Cristo es la Verdad, y que al demonio se le llama en “padre de la mentira”, sólo con esto deberíamos tener aversión a mentir.

Si no podemos decir en alguna ocasión toda la verdad a todos, no digamos al menos nada que sea contrario a la verdad.
Y mucho peor que la mentira es la hipocresía, que no es otra cosa que las personas que no viven como piensan; si la mentira tiene como fin engañar al prójimo, el hipócrita se miente a sí mismo, se engaña voluntariamente y con su propio engaño quiere engañar a los demás.     

A Dios no se le puede engañar; y en cuanto a los hombres, cuando uno mira a un hipócrita ligeramente, parece encantador, cuando uno ahonda, se da cuenta de que es horrible.

Y por último diremos algo de la modernidad mundana. Diríase de esas personas ocupadas en “ser modernas”, “ser de su tiempo”. Palabras tan ridículas como vacías, tan huecas que encierran la tentación de la frivolidad y la disipación.

Un autor describe magistralmente esa “modernidad” a la que nos referimos y que transcribimos: “Es una obra exquisita de arte, pero disfrazada por un bufón; a su vista exclamo, ¡qué lástima!, o digo levantando los hombros ¡qué grotesca! Pienso de ella lo que los botánicos de una flor doble; es una monstruosidad brillante, cuyos pétalos se ha multiplicado a expensas del corazón. Es la caricatura más desagradable de lo que hay más gracioso y angelical en el mundo. Es un juguete tan inútil como extravagante y cuya novedad será poco duradera. Es una veleta que irá empujada por los vientos de la moda, del capricho y de la fantasía. Como el cohete de los fuegos artificiales, se anuncia con estrépito y resplandor, brilla un instante y cae sin dejar rastro”.

Sencillez, porque “si tu ojo es sencillo todo tu cuerpo será luminoso” nos dice el Señor. La virtud de la sencillez ilumina nuestra vida y lleva consigo el progreso tranquilo y apacible del alma por la senda de las virtudes y del amor a Dios.

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