Hoy, día de Pentecostés y del Apostolado Seglar, qué mejor que hablar del movimiento apostólico por excelencia, el preferido de los Papas y creado por uno de ellos: la Acción Católica y la relación que tuvo con el Papa Pío XI.
Como explicaremos más detalladamente en próximas secciones, nuestro movimiento Misión Trinitaria Seglar pretende cumplir las cuatro notas que definen a la Acción Católica.
Por Mª Paz Utiel
PÍO XI Y LA ACCIÓN CATÓLICA
El cardenal Achille Ratti fue coronado el 12 de febrero de 1922, año en el que fallecía Benedicto XV, con el nombre de Pío XI; su pontificado se extendería hasta 1939. La misión que el nuevo papa se prefijaba y proponía a los cristianos era la de concentrar todos los esfuerzos en realizar la paz de Cristo en el reino de Cristo. Lo que ante todo buscaba era oponerse a la “tendencia general del tiempo a secularizar cada vez más la vida pública”; buscaba la coherencia de una fe viva, vivida, que se tradujera en obras consecuentes, es decir, la aplicación del Reino de Cristo a las realidades concretas.
Un instrumento privilegiado: la Acción Católica. Pío XI es conocido como el “Papa de la Acción Católica”. Ya en vida del Pontífice se hizo célebre su repetida declaración de que era “la pupila de sus ojos”. A lo largo de todo su pontificado no dejó de estimular incansablemente en todos los países la constitución de la Acción Católica bajo los auspicios de los obispos, de proponerla como remedio, de defenderla ante los gobiernos que pretendían limitar o suprimir su actuación. Protegida por las estipulaciones de los concordatos, sería ella la que, en todas las naciones y bajo cualquier régimen, haría que los principios cristianos penetraran la legislación civil, la que reintroduciría la moral cristiana en la vida social.
Si bien la Acción Católica no había sido invención de Pío XI, fue él quien elaboró y difundió una concepción precisa de lo que debía ser y quien la definió como “participación de los seglares en el apostolado jerárquico de la Iglesia”. A través de ella, los laicos harían llegar la acción santificadora de la jerarquía aquellos ambientes donde al clero no le era dado introducirse directamente. Expuso su visión de este movimiento apostólico en una serie de intervenciones en forma de cartas a diversos cardenales, así como a los episcopados filipino, mejicano, brasileño, portugués y argentino, emitiendo también algunas encíclicas (vid.: “Il fermo proposito”, 11 de junio de 1905, a los Obispos de Italia; “Ubi arcano Dei consilio”, 23 de diciembre de 1922, sobre la paz de Cristo en el reino de Cristo; “Non abbiamo bisogno”, 29 de junio de 1931, sobre la necesidad y caracteres de la Acción Católica).
A continuación presentamos algunos textos del pontífice extraídos de las encíclicas anteriormente citadas.
Campo de la Acción Católica
Anchísimo es el campo de la A.C., pues ella de suyo no excluye absolutamente nada de cuanto en cualquier modo, directo o indirecto, pertenece a la divina misión de la Iglesia. Es de resaltar ‘la necesidad de la participación individual en tan importante obra, no sólo en orden a la santificación de nuestras almas, sino también respecto de extender y dilatar más y más el reino de Dios en los individuos, en las familias y en la sociedad, procurando cada cual, en la medida de sus fuerzas, el bien del prójimo con la divulgación de la verdad revelada, con el ejercicio de las virtudes cristianas y con obras de caridad o de misericordia espiritual y corporal’.
El instrumento de A.C.
La A.C., puesto que intenta restaurarlo todo en Cristo, constituye un verdadero apostolado a honra y gloria del mismo Cristo. Para cumplir con él puntualmente se requiere la gracia divina, la cual no se otorga al apóstol que no vive unido con Cristo. Cuando hayamos formado la imagen de Cristo en nosotros, entonces, y solo entonces, podremos con más facilidad traspasarla a las familias o a la sociedad.
Relación de la Acción Católica con la autoridad eclesiástica
Las obras de la A.C., encaminadas al bien de las almas, deben estar en todo subordinadas a la autoridad de los Obispos, no pueden concebirse independientes del consejo y alta dirección de la autoridad eclesiástica.
La paz de Cristo
Y ante todo es necesario que la paz reine en los corazones. Porque de poco valdrá la apariencia de paz que hace que los hombres se traten con urbanidad y cortesía; es necesaria una paz que llegue al espíritu y le tranquilice y disponga a la caridad fraterna, “soportad los unos las cargas de los otros, y así cumpliréis la ley de Cristo”.
Poco antes de su tránsito a la casa del Padre Eterno, el 10 de febrero de 1939, el Papa Pío XI ofreció su vida por la paz del mundo, con la ilusión y esperanza de que ésta pudiese aún mantenerse en Europa a pesar de la ya muy delicada situación de esos momentos. En este sentido, buscó con empeño infatigable trabajar en favor de la unidad de humanidad, con la clara conciencia de que ésta no podía provenir de ninguna ideología de moda, sino de Aquél que es el único principio de unidad y comunión posible para la dividida humanidad: Jesucristo, el Señor y Rey del universo, el Príncipe de la Paz.
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