lunes, 16 de mayo de 2016

Nº 8 El rincón de la vida: El drama de los niños "ping-pong"


EL DRAMA DE LOS NIÑOS "PING-PONG"

Las consecuencias del divorcio son nefastas para la familia. Los padres ven como toda una vida se viene abajo; el sentimiento de fracaso hace mella y no pocas veces acaban sufriendo depresión, ansiedad o se dan al alcohol, drogas...

No menos grave es el drama que tienen que sufrir los hijos y que les va a dejar marcados para toda la vida.

Todo esto, a su vez, va a repercutir en la sociedad, porque los niños son el futuro y deben crecer formándose en la responsabilidad, el deber, la entrega, la renuncia, el amor desinteresado… Lo cual resultará francamente difícil si tienen que pasar por lo que constituye un auténtico trauma para ellos: la separación de sus padres.


Preguntan mil porqués y no entienden las respuestas. Sus padres deberían estar juntos siempre. Por eso se casaron y formaron una familia “para lo bueno y para lo malo”. Es cierto que a veces las situaciones son extremas, pero no pocas la respuesta es que ya no pueden más, que necesitan “un respiro”, fruto de una mentalidad egoísta en la que la renuncia a uno mismo por el bien del otro y de la familia no encuentra lugar.
El Código de Derecho Canónico, promulgado en 1983 por Juan Pablo II, afirma en su canon 1.136 que «Los padres tienen el gravísimo deber y el derecho primario de cuidar en la medida de sus fuerzas de la educación de la prole, tanto física, social y cultural como moral y religiosamente.» Quedémonos con esta expresión: «Gravísimo deber…»

Al trauma de la separación sigue la falta de estabilidad de los niños cuando se ven obligados a pasar una temporada aquí y otra allá. Esto no favorece para nada su educación (mucho menos cuando no existe unidad de criterios entre el padre y la madre), ni su estabilidad afectiva-emocional, ni su salud psíquica.

En no pocas ocasiones, los padres descargan su frustración con el niño, haciéndole comentarios, culpando al otro cónyuge, echándole en cara su actitud... Esto hace que el niño sufra y cree un sentimiento de rencor hacia uno de sus padres o hacia los dos. Así, el primer deber de los hijos, que es el amor a sus padres, se le hace cada día más difícil. Se encuentra solo, y esa soledad va a repercutir negativamente en su vida.

En los años 60-70 se pretendió hacer creer que el divorcio podría ser beneficioso para los hijos pero se demostró todo lo contrario. En posteriores estudios, realizados en torno al año 2000, podemos constatar con pena las nefastas consecuencias del divorcio: aumento de la criminalidad juvenil, de comportamientos antisociales, ansiedad, depresión, hiperactividad, incremento de la pobreza por el mediocre aprovechamiento de los estudios y la dificultad para obtener un empleo y la poca estimulación por la vida. Son niños menos propensos a casarse, más propensos a divorciarse y a tener hijos fuera del matrimonio, a abusar de las drogas, a esperar que sus relaciones fallen: se angustian con el miedo a la pérdida, al conflicto, a la traición y a la soledad…

En una investigación realizada en Exeter (Inglaterra), en 1994, se llegó a demostrar que incluso en las familias altamente conflictivas hay menos niños infelices que en las correspondientes a “hogares rotos”. Existen ocasiones en que los hijos sí se benefician de la separación de sus padres, pero tales situaciones representan una proporción muy pequeña. Una de las conclusiones fue ver que los niños preferían aguantar el conflicto familiar con tal de que sus padres permanecieran juntos.

¿Y que decir de los abusos? Los estudios realizados reflejan la terrible realidad: “Los niños que viven con una madre o un padre sustitutos corren casi nueve veces más peligros de sufrir abusos que los niños que viven con ambos padres casados en una familia tradicional”1.



No en vano el Dr. Martín Richards, del Centro de Investigaciones Familiares de la Universidad de Cambridge, basándose en algunos estudios realizados entre chicos pertenecientes a familias monoparentales, afirmaba: «Por encima de todo están los derechos del niño a crecer feliz en el seno de una familia que le quiera y le proteja.»2

Como siempre, la Iglesia, auténtica Madre de todos, que vela por sus hijos, nos habla a través de sus pastores: «La única razón de “permitir” un mal sería evitar males mayores. Ahora bien, aunque se admitiese la posibilidad de decir sí o no al divorcio según se dé o no esa condición, es evidente que el supuesto tiene que ser estudiado con la máxima seriedad, y que la decisión tiene que ser negativa si consta que es precisamente el divorcio el que causa mayores males.»3 «Motivos diversos, como incomprensiones recíprocas, incapacidad de abrirse a las relaciones interpersonales, etc., pueden conducir dolorosamente al matrimonio a una ruptura con frecuencia irreparable. Obviamente, la separación debe considerarse como un remedio extremo después de que cualquier intento razonable haya sido inútil.»4 

(Ana Margarita Luján, revista "Kerygma" nº 21)

Fuentes:
1. Los trapos sucios del divorcio. Tema de cultura de la vida de A.C.
2. El divorcio, ¿salida de emergencia? Rodrigo Santana Madrigal.
3. Boletín Oficial del Obispado de Cuenca. Marzo-Abril 1978. Mons. José Guerra Campos.
4. Familiaris consortio, 83. Juan Pablo II.


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