Nº 12 por Alfonso González, médico de familia.
MAS
HACE EL QUE QUIERE QUE EL QUE PUEDE (II)
Hablábamos en la primera parte de este artículo de que la
persona con voluntad es dueña de su vida. Pero ¿cómo educamos la voluntad,
como se llega a ser persona de una
voluntad fuerte?
La premisa inicial que no podemos olvidar es contar con la
gracia de Dios, "sin Mí no podéis nada",
luego como facultad no podemos olvidar que:
En primer lugar hay que "vivir al día",
y esto ¿qué significa tratándose de la voluntad? Cuando uno toma una resolución
siempre hay una gran tentación: ¿podré llevarla a cabo todos los días de mi
vida?. Cada día tiene su afán, tenemos que vivir el día que Dios nos
da con la gracia de Dios. "Mañana
Dios seguirá estando igual que está hoy, pero nosotros ya no sabemos si
estaremos". ¡Qué fácil es con la ayuda de Dios obrar en cada
instante, aunque sea un acto heroico! ¡Qué difícil se nos hace a veces pensar
en obrar bien en el futuro que no sabemos si llegará! Pues obremos en la
compañía de Dios en cada momento, y momento a momento. "Mi yugo es llevadero y mi
carga ligera" nos dice El Señor. Y ¿cómo no va a ser llevadero si
es el Señor en el que nos acompaña?
El movimiento se demuestra andando.
Cómo aprende uno a andar, andando, y a escribir, escribiendo, y a tener
voluntad, obrando... Las Obras, una costumbre se crea a
base de repetir actos, hasta que se crea un hábito, y la voluntad se hace
invencible. La voluntad es una facultad que lleva en sí misma el principio de su
crecimiento y plenitud. Los actos repetidos engendran una facilidad que
pronto se convierte en costumbre. Comencemos y pronto la dificultad quedará
vencida, y seremos capaces de decir aquella famosa frase de un general que
rezaba "Si es posible, está hecho, si imposible, con la gracia de Dios se
hará".
Vencerse a sí mismo. No hay lucha
más encarnizada que la que uno tiene que entablar contra sí mismo, es la eterna
lucha del hombre nuevo contra el hombre viejo. "Si el grano de trigo no cae
en tierra y muere no puede dar fruto". En esta en principio
enigmática respuesta del Señor se condensa todo un tratado de vida ascética, "morir
para tener vida fecunda", pero es preciso morir a todo lo que no
es Dios o según Dios para poder da vida a todo. Sin aniquilar al hombre viejo
es imposible gozar de una voluntad firme, porque la sensualidad, el gusto, las
segundas intenciones siempre estarán turbando el alma y tirando de nosotros con
una fuerza desbocada, no hacia lo que debemos hacer, sino hacia lo que nos
apetecería hacer.
Los pequeños sacrificios. En un
momento determinado un sacrificio grande, incluso un acto heroico "cuestan
poco". Para realizarlos basta un fogonazo de entusiasmo, un momento de
"locura transitoria". Lo realmente difícil es la
silenciosa serie de las pequeñas renuncias diarias, que a la vista nada
parecen, pero que se presentan a la voluntad pidiendo un esfuerzo a cada
momento. Estos pequeños sacrificios silenciosos sí que son costosos y
por eso mismo son la auténtica senda.
El sacrificio que es ante todo un acto libre de la voluntad amante
y valiente que consiste en salir de sí para ir a Dios. Es dar
preferencia a Dios. El sacrificio "nos arranca de nosotros mismos y nos
arroja a Dios".
El Héroe es aquel que se sacrifica, y en los tiempos en
los que nos ha tocado vivir creo que se puede decir que hay momentos en los que si uno no
se comporta como un héroe se pierde la categoría de persona.
Si no adquirimos esa capacidad para el sacrificio no
creamos que vamos a elevarnos hasta el heroísmo. Es capital acostumbrarse al
sacrificio en las cosas pequeñas, para poder afrontar el sacrificio sin
vacilaciones el día en que Dios nos pida una prueba de amor más grande. Acostumbrarse a realizar pequeños
sacrificios a cada instante es ejercicio magistral para conquistar la voluntad.
A modo de ejemplo es genial la intuición de S José Mª Escrivá de Balaguer que
decía que "no consideraba comida cristiana aquella en la que nos levantábamos
de la mesa sin haber realizado un sacrificio".
Y por último, las resoluciones.
Una resolución es un acto que consiste
en prever y querer. Sin las resoluciones, la vida camina por la costumbre y el
viento de los sentimientos y las emociones es quien dirige la existencia.
Cuando nuestra voluntad decide cambiar el rumbo, ha tomado una resolución.
Las resoluciones deben ser precisas,
nada de vaguedades. No vale decir que "voy a ser bueno", nos es
preciso bajar a los detalles, resolver realizar algo preciso, realizable y
necesario.
Realizar pocas resoluciones. Decían
los antiguos que "temían al hombre que lee un solo libro", porque
acaba por conocer a fondo su contenido.
Pocas resoluciones y aplicar en
ellas todas las fuerzas. A veces caemos en el error de realizar
"colecciones de resoluciones" que luego cambiamos a los pocos meses.
Elijamos pocas resoluciones, concretas y determinadas y con todas las fuerzas a
cumplirlas si es preciso durante toda nuestra vida.
Recordar las resoluciones todos los días,
y procurar cumplirla "solo el día presente", para lo mismo
determinarse al próximo día... La obligación de recordarla a diario nos hará
rendir cuenta a nosotros mismos y nos facilitará el trabajo.
Y para acabar es fundamental no
desanimarse jamás por los fallos. "El justo cae siete veces al
día", y no hemos de dejar de añadir la segunda parte y "siete
veces se levanta", y este levantarse es lo que le hace justo. "Los
santos han conseguido ser santos por haber tenido el valor de empezar a tratar
de serlo nuevamente todos los días".
"Por encima de la perseverancia que no
decae jamás está la perseverancia del que se levanta, con la ayuda de Dios,
siempre". Aunque la vida entera fuera un consumirse por el esfuerzo
incesante de un perpetuo volverse a levantar, nunca, prohibido desanimarse.
Dichosos aquellos cuyos fallos les hacen levantarse más enérgicamente con la
gracia de Dios.
Somos conscientes que son unas pequeñas
notas que nos muestran un poco el camino para conquistar la voluntad, que con
la gracia de Dios nos sirvan, y en todo
a no cansarnos nunca de crecer y mejorar.
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