viernes, 6 de junio de 2014

El camino de la vida nº 6: La Convivencia (I)


nº6, por Alfonso González, Médico de familia

EL HOMBRE FUERTE ES EL QUE DOMINA LAS PASIONES,
EL HOMBRE SABIO ES EL QUE APRENDE DE TODOS CON AMOR,
EL HOMBRE HONRADO ES EL QUE TRATA A TODOS CON DIGNIDAD.

            Si en el capítulo anterior hablábamos de la amistad, ahora comenzamos una serie de artículos en los que se describen algunas características de una persona con mayúsculas, de una persona que, ayudado por la gracia de Dios, lucha por ser señor de sí mismo, para tratar a todos los demás con la delicadeza que exige la caridad.



            Y es cierto que a lo mejor vamos a comenzar por el tejado, porque vamos a intentar dar unas pinceladas sobre la última proposición del título: "el hombre honrado es el que trata a todos con dignidad"... y nos va a servir para hablar de lo que hoy en día es una de las grandes tragedias de la sociedad actual: la convivencia humana a todos los niveles.
           
            Probablemente no hay nada tan difícil y complejo hoy en día como la convivencia ordinaria. De hecho, hoy se habla del “drama de la convivencia”. La convivencia es un arte; es, ante todo, el arte de tomar parte en la vida ajena y hacer partícipe de la propia al otro. Es en la convivencia diaria donde uno mejor se retrata. Saber convivir nos muestra la calidad y la grandeza de una persona, porque es en la vida diaria donde damos lo mejor de cada uno; en los pequeños detalles es donde descubrimos la grandeza de una vida que hace extraordinaria la acción más ordinaria. Porque en realidad la vida está en los pequeños detalles, porque "el que no es fiel en lo poco, no podrá ser fiel en lo mucho".
            La convivencia es una escuela de virtudes donde se ensayan, forman y cultivan todas las virtudes humanas: la generosidad, la paciencia, la sencillez, el espíritu de servicio, la cordialidad, la humildad, etc…; en este sentido la capacidad diaria para convivir es un termómetro que registra la altura, la anchura y la categoría de cada uno.


           La primera gran clave para una convivencia adecuada es ser consciente de que para estar bien con alguien, primero hay que estar bien con uno mismo. La clave de toda convivencia no es externa a uno, se encuentra en nosotros mismos. La tranquilidad de la conciencia, la serenidad de espíritu y una vida exigente en todos los campos son pilares fundamentales para irradiar afabilidad, paz y serena alegría; constituyen las claves para que una persona sea afable, entrañable, comprensiva y servicial en todos y cada uno de los ambientes en los que se encuentre y con todas las personas haga de su compañía una balsa de paz, un oasis de tranquilidad, de serenidad, un pequeño "Paraíso en la tierra".  Pero no es menos cierto que "si quieres la paz, prepárate para la guerra", porque estas personas son las que viven en lucha continúa contra sí mismos, para transformar todos los días el corazón, para crecer cada día en el Amor de Dios y del prójimo.
            Por el contrario, las personas que no luchan por llevar una vida en paz con Dios y exigente consigo mismas, acaban en la convivencia diaria por "amargarse, y amargar a los demás. Son ese tipo de personas que tienen siempre cara de vinagre, que nunca están satisfechas y cuyo emblema es la queja, las que hacen la convivencia insoportable.
            Es fundamental ir limando y puliendo esos rasgos que pueden hacer el trato y la relación cotidiana pesada; es fundamental no cansarse nunca de mejorar.
     
             En toda convivencia humana es fundamental ir creciendo en el "arte de conversar". Todos necesitamos tener ese rincón para el desahogo que evita en nosotros la sensación de fatiga, donde "aireamos" nuestras ideas, sacamos el alma a lo exterior y nos asomamos al misterio de las cosas y de las almas. Conversar es comunicar y recibir... es ese intercambio que arranca en muchas ocasiones de lo íntimo y personal de cada uno y sale al exterior para buscar acogimiento, al tiempo que nos preparamos para acoger lo mejor que otros pueden darnos. Conocemos nuestra vida, nuestra esperanza y dolor, nuestras ilusiones y empresas, nuestras alegrías, y, normalmente, las consideramos demasiado importantes. Pero hemos de preocuparnos por las vivencias de los demás, de sus empresas y trabajos, de sus dolores, etc.

           
          Las prisas de la vida moderna en la que tanto hablamos; hemos olvidado conversar. Ya no hay tiempo para el alegre encuentro de los amigos, para la plática de los temas eternos y reciamente humanos. Hemos cambiado el tono, el vocabulario el tema, el tiempo y el modo... y hemos convertido, por no saber preocuparnos del prójimo y por perder la conversación, la convivencia en un purgatorio. 

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