(Con la colaboración de Ana Laura Campos)
Mi vida cambió radicalmente el 9 de mayo de 1999, cuando realicé un viaje a
un pueblecito perdido entre las montañas de Bosnia-Herzegovina. Yo entonces vivía en Londres, ya llevaba muchos
años casada y mi marido trabajaba ahí, por eso nos tuvimos que ir, y conocí a
muchos amigos anglicanos. Estos amigos anglicanos fueron los primeros que me
hablaron de este pueblecito de Medjugorje. A mí me sorprendieron mucho sus
comentarios porque, primero eran anglicanos, ellos no tienen devoción a la
Santísima Virgen María, y yo era incrédula. Había escrito sólo una
novela que estuvo a punto de ganar el Premio Planeta de ese año, del 99, y
había sido tremendamente crítica con la iglesia, en ella me burlaba de los
sacerdotes, me burlaba de la Iglesia en general, de mi fe, porque no tenía fe,
era una mujer tibia y no entendía a Dios. Pero bueno, me dejé convencer por
estas amigas anglicanas, que llevaban ya varios viajes a Medjugorje y ahí
aparecí. Recuerdo que mi primer día en Medjugorje fue aburrido: no sabía orar,
me aburría el rosario, en la iglesia estuve enredando, haciendo fotos, de una
manera quizá un poco maleducada, sin respetar a los sacerdotes. Pensaba todo el
tiempo durante esa Misa que qué hacía yo allí, que tendría que estar en
Londres sin perder tanto el tiempo. Sin embargo Dios ya tenía preparada para mí
una gran sorpresa justo ese primer día de estancia en Medjugorje. Y fue al
salir de la iglesia, al finalizar la misa. Nos avisaron que detrás de la
iglesia había un centro grande de conferencias donde uno de los videntes, en
este caso fue el vidente Jakov, el más joven de los 6 videntes, iba a dar su
testimonio de fe, nos iba a contar cómo veía a la Santísima Virgen, en fin,
toda su experiencia y eso si me atrajo, como mujer la curiosidad ahí me pillo.
Recuerdo perfectamente que andábamos detrás de la iglesia entre el muro exterior
de la iglesia y las larguísimas ristras de confesionarios, el día era caluroso,
era un día primaveral, no había lluvia, no había nubes, había un sol precioso, y
sin saber cómo ni por qué, necesité mirar hacia el cielo, recuerdo que estaba
haciendo chistes e iba hablando con mis amigos de cosas de todo tipo menos de
religión. Y en ese momento que miré para arriba perdí la conciencia del espacio,
perdí de vista a mis amigos, no los terminé de perder de vista pero se pararon,
era como si el espacio y el tiempo se hubieran parado durante tres segundos. Y
en esos tres segundos noté un inmenso amor de Dios, no puedo explicarlo de otra
manera noté como que un rocío de amor me caía encima y se me clavaba con una
fuerza tremenda en el corazón, yo nunca me había sentido tan amada, es cierto
que soy una mujer muy enamorada de mi familia, de mi marido, pero el amor que
yo noté en el corazón era algo que nunca en mi vida había sentido antes, ni
siquiera sabía que podía existir. Y noté que era el amor de Dios. Y en palabras
o en sentimientos, porque tampoco lo puedo explicar, en el corazón, Dios me
dijo que así era como me amaba y que así era como amaba a cada persona que
existía en la tierra.
La experiencia cesó en ese momento, recuerden, les he
dicho que eran tres segundos de experiencia, después de esa mini-experiencia y gran
experiencia a la vez, yo sentí una gran vergüenza, un gran entendimiento de que
nunca había respondido al amor de Dios aun habiendo pertenecido a una familia
católica que había intentado enseñarme todo lo que ellos sabían de Dios y de la
Religión Católica,
había acudido a colegios católicos y nunca me había interesado ni la
presencia de Dios ni lo que era la Eucaristía,
nunca. Sentí una gran vergüenza y quise huir de mí misma, sentí ganas de gritar
de dolor con un gran arrepentimiento, pero disimulé y llegamos a la conferencia
de Jakov. Fue en la conferencia de Jakov donde ya rompí a llorar analizando no
sólo las palabras de Jakov que fueron bellísimas y que en el primer momento noté que era un
muchacho que no mentía, que transmitía lo que realmente sentía y vivía, sino
también mezclaba mis lágrimas con la experiencia que me acababa de suceder.
Tardé seis meses largos sin contar esta experiencia a mi director espiritual, que
fue el sacerdote que nos acompañó en esa
primera peregrinación a Medjugorje. A él se lo conté con mucha vergüenza con temor
de haberme vuelto loca, y nunca olvidaré las palabras de mi director espiritual,
de este sacerdote maravilloso irlandés que me dijo: “No te has vuelto loca, lo
que has tenido es una conversión, y Medjugorje es el pulmón del mundo de las conversiones, y lo que
te ha pasado a ti me lo han contado miles y miles y miles de jóvenes”.
Desde el
momento de esa conversión, de ese momento mágico en mi vida y sobrenatural y maravilloso
que Dios entró, mi corazón, mi vida cambió radicalmente porque me enamoré de la Misa,
fue una atracción, como un enamoramiento muy fuerte muy profundo, yo no sabía
porque no entendía la Misa, no sabía lo que era el sacramento de la Eucaristía
y sin embargo mis pies me empujaban todos los días en Londres a buscar una
iglesia católica para orar un ratito. Cuando yo comencé a entender la Misa en
mi corazón brotó una necesidad tremenda de otro sacramento, el de la Confesión.
Y digamos que estos han sido los dos regalos básicos que yo recibí en esa
primera peregrinación en Medjugorje. La Confesión y la Eucaristía ahora van muy
unidas y son los pilares que me han llevado a crecer durante estos diez años hacia
Dios. También desde el momento de mi conversión he notado que llegar a ser
santo es algo extraordinariamente difícil, he tropezado millones de veces en
estos 9 o 10 años de conversión, he acudido siempre a las fuentes que han sido
sacerdotes, ellos me han enseñado todo, y por supuesto acudo todos los días a
Misa que es donde yo recibo la píldora, la medicina, la fuerza, la luz, el amor
para seguir creciendo. El camino es arduo, el camino no es fácil para los cristianos,
no es fácil para los católicos, pero Dios está ahí y aunque todas las puertas
se han estrechado en un segundo, Él me pone así de lado, para meterme por ellas
y llegar a él. Desde aquí solo puedo decir a todos los jóvenes del mundo que
quieran ir a Medjugorje, que no tengan miedo, como decía el Papa Juan Pablo II,
que ahí hay una espiritualidad muy fuerte y que hay que encontrar el amor de
Dios en lugares santos para poder entender mejor y crecer hacia la santidad.
María, me gusta su testimonio. Ya había escuchado de Medjugorje. Es el amor de Dios manifestado.
ResponderEliminarQue bendición.